/ lunes 7 de marzo de 2022

¿Sin violencia? Violencia es que nos maten

Hay un montón de cosas que vienen a mi cabeza y otro montón de sentires que me recorren el cuerpo de cara a este 8M. Recuerdos de la gigantesca movilización de 2020 me invaden y no puedo dejar de pensar en lo que ese año significó.

Hace dos años salimos cientos de miles de mujeres en todo el país, incluso aquí en Guadalajara, donde no suele haber tantísima afluencia, salimos decenas de miles, salimos en contingentes numerosos y diversos, había una pluralidad de esa que pocas veces atestiguamos. El rango de edad era amplísimo, los contextos de los que venían las mujeres eran sumamente diversos, lo mismo con las posturas políticas y formas de ver el mundo de quienes estábamos allí presentes. Era la primera marcha de muchas y tenían miedo, pero poco a poco se veía como sus rostros se iluminaban con los cantos, los bailes, las proclamas, con los gestos de amabilidad y cuidado de las asistentas, con la organización previa pero también con la que se dio de manera más espontánea al rebasar el número de personas esperadas y cuando las amenazas y el miedo se hicieron presentes ese domingo 8 de marzo.

Lo que ese día se vivió es dificilmente explicable porque salimos hartas, con la digna rabia a tope y porque también nos sentimos en manada, respaldadas y cuidadas por las otras mujeres, incluso desconocidas, porque lloramos y reímos, porque más que nunca se sintió el “no estás sola”.

Después de eso vino una pandemia de la que todavía no salimos, que nos dejó desempleo, cierre de negocios, un sistema de salud terriblemente golpeado, serios problemas de salud mental y una oleada de violencia machista brutal: las llamadas de mujeres a emergencias para pedir ayuda por violencia se disparó, los feminicidios se incrementaron y miles de mujeres fueron víctimas en sus propios hogares porque justamente vivían con sus agresores.

El año pasado a las feministas nos tildaron de violentas, de conservadoras, de querer desestabilizar. Y Palacio Nacional fue amurallado con vallas simbólicas que bastante bien representan esos muros a los que nos enfrentamos las mujeres todos los días, ese no querer vernos ni escucharnos, ese querer silenciarnos y decirnos que las protestas deben ser recatadas y que para todo “hay formas”. Este 2022 nuevamente se está criminalizando la protesta incluso antes de que ocurra, haciendo alusión a que aquello que critique al gobierno en turno, es obra de corrientes reaccionarias y conservadoras que se resisten a la transformación del país.

Sin violencia, sin vandalizar, sin dañar, se nos dice. ¿Violencia? Violencia es que nos maten, violencia es que nos violen, violencia es el acoso callejero y la que vivimos en nuestras propias casas, de quienes dicen amarnos; violencia la invisibilización y borramiento de los aportes de las mujeres; violencia la obstétrica, la brecha salarial y la precarización de los trabajos feminizados; violencia no poder decidir sobre nuestros cuerpos, las redes de trata y que seamos el segundo lugar a nivel mundial en Turismo Sexual Infantil y del cual, la gran mayoría son niñas; violencia histórica e institucional; violencia la que vivimos todos los días.

Por cierto, a quien le indigne más la pintura en la calle y monumentos que miles de vidas, le invito a hacer un ejercicio de reflexión sobre por qué importan más las cosas que las vidas y a revisar el término “iconoclasia” antes de hablar de vandalismo. Porque lo material se repone, pero hay miles de vidas de mujeres que se perdieron y no vamos a recuperar, porque hay heridas que dejarán profundas cicatrices.

Estas letras no son un llamado ni una incitación, pero sí una postura clara por la no criminalización, por saber que estamos hartas, que no dejaremos de decir que nos están matando, que la violencia machista es intolerable e insostenible, y que para nosotras, hace mucho que y atodo arde en llamas.

Hay un montón de cosas que vienen a mi cabeza y otro montón de sentires que me recorren el cuerpo de cara a este 8M. Recuerdos de la gigantesca movilización de 2020 me invaden y no puedo dejar de pensar en lo que ese año significó.

Hace dos años salimos cientos de miles de mujeres en todo el país, incluso aquí en Guadalajara, donde no suele haber tantísima afluencia, salimos decenas de miles, salimos en contingentes numerosos y diversos, había una pluralidad de esa que pocas veces atestiguamos. El rango de edad era amplísimo, los contextos de los que venían las mujeres eran sumamente diversos, lo mismo con las posturas políticas y formas de ver el mundo de quienes estábamos allí presentes. Era la primera marcha de muchas y tenían miedo, pero poco a poco se veía como sus rostros se iluminaban con los cantos, los bailes, las proclamas, con los gestos de amabilidad y cuidado de las asistentas, con la organización previa pero también con la que se dio de manera más espontánea al rebasar el número de personas esperadas y cuando las amenazas y el miedo se hicieron presentes ese domingo 8 de marzo.

Lo que ese día se vivió es dificilmente explicable porque salimos hartas, con la digna rabia a tope y porque también nos sentimos en manada, respaldadas y cuidadas por las otras mujeres, incluso desconocidas, porque lloramos y reímos, porque más que nunca se sintió el “no estás sola”.

Después de eso vino una pandemia de la que todavía no salimos, que nos dejó desempleo, cierre de negocios, un sistema de salud terriblemente golpeado, serios problemas de salud mental y una oleada de violencia machista brutal: las llamadas de mujeres a emergencias para pedir ayuda por violencia se disparó, los feminicidios se incrementaron y miles de mujeres fueron víctimas en sus propios hogares porque justamente vivían con sus agresores.

El año pasado a las feministas nos tildaron de violentas, de conservadoras, de querer desestabilizar. Y Palacio Nacional fue amurallado con vallas simbólicas que bastante bien representan esos muros a los que nos enfrentamos las mujeres todos los días, ese no querer vernos ni escucharnos, ese querer silenciarnos y decirnos que las protestas deben ser recatadas y que para todo “hay formas”. Este 2022 nuevamente se está criminalizando la protesta incluso antes de que ocurra, haciendo alusión a que aquello que critique al gobierno en turno, es obra de corrientes reaccionarias y conservadoras que se resisten a la transformación del país.

Sin violencia, sin vandalizar, sin dañar, se nos dice. ¿Violencia? Violencia es que nos maten, violencia es que nos violen, violencia es el acoso callejero y la que vivimos en nuestras propias casas, de quienes dicen amarnos; violencia la invisibilización y borramiento de los aportes de las mujeres; violencia la obstétrica, la brecha salarial y la precarización de los trabajos feminizados; violencia no poder decidir sobre nuestros cuerpos, las redes de trata y que seamos el segundo lugar a nivel mundial en Turismo Sexual Infantil y del cual, la gran mayoría son niñas; violencia histórica e institucional; violencia la que vivimos todos los días.

Por cierto, a quien le indigne más la pintura en la calle y monumentos que miles de vidas, le invito a hacer un ejercicio de reflexión sobre por qué importan más las cosas que las vidas y a revisar el término “iconoclasia” antes de hablar de vandalismo. Porque lo material se repone, pero hay miles de vidas de mujeres que se perdieron y no vamos a recuperar, porque hay heridas que dejarán profundas cicatrices.

Estas letras no son un llamado ni una incitación, pero sí una postura clara por la no criminalización, por saber que estamos hartas, que no dejaremos de decir que nos están matando, que la violencia machista es intolerable e insostenible, y que para nosotras, hace mucho que y atodo arde en llamas.