/ sábado 9 de marzo de 2019

Rafael Preciado y la 4T

"Bajo la etiqueta de un vino supremo, se nos puede ofrecer un aguardiente de baja calidad; debemos comprender que lo importante no es la etiqueta sino el contenido".


Rafael Preciado (ilustre jalisciense de El Grullo y formado en UDG) insistía en una cuestión importante, que hoy cobra sentido y vigencia al celebrar este pasado 7 de marzo su 28 aniversario luctuoso: debemos de construir la democracia orgánica y apartarnos de democracia individualista. La democracia individualista considera al poder como la suma de los poderes individuales y se identifica con la voluntad de las mayorías. Nada más equivocado. Es claro que la voluntad mayoritaria puede servir para resolver en un momento dado algunas cosas prácticas, pero la voluntad no es capaz, por sí misma, de crear una convivencia armoniosa entre todos.


Vale la pena decirlo muy claro: no todas las cuestiones pueden resolverse mediante el voto y mucho menos por la consulta popular. La validez de los principios necesarios para la democracia no está sujeta a votación: la verdad sigue siendo la verdad, aunque no sea obvia para todos; de igual modo los derechos de la persona humana no pueden ser desconocidos en una sociedad por voluntad de las mayorías. Ninguna injusticia, por más que traiga consigo progreso o desarrollo económico, justifica el ser impuesta y mucho menos sin que antes haya pasado por el filtro necesario del debate. Pero ¿cuál es ese terreno natural para tener el debate y construir esa voluntad orgánica?

La democracia orgánica radica en la comunidad, no en los individuos. Ningún individuo tiene el derecho de mandar a sus semejantes; sólo la comunidad puede tener este poder. La comunidad no se encuentra en las consultas o en el acto –valioso pero individual– de acudir a una urna. La comunidad es un todo, podríamos decir que incluso la comunidad es más que la suma de sus partes. Cuando usted forma una comunidad (vecinal, política y social) se pone de acuerdo para sumar una fuerza bajo reglas claras para la búsqueda del bien común.

Ese bien común no se ‘encuentra’ como uno encuentra una moneda tirada en la calle, es un proceso de construcción social y de paz que implica hablar, discutir y actuar en conjunto. Quien usa la democracia para imponer visiones individuales falla en su tarea de la búsqueda del bien común. Quien concibe la democracia como conflicto entre individuos o clases sociales y busca llevar ese conflicto a las urnas también falla, porque se aleja de la creación de paz y comunidad.

Por eso hay que saber que las autocracias violentas de nuestra época son enemigas de las libertades políticas. El totalitarismo tiene una doctrina de fondo y una técnica. Su doctrina de fondo es estatista, pues considera que el Estado representa un valor superior a los valores morales de la persona humana, de ahí que no dude en imponer a ésta los más grandes sacrificios con tal de alcanzar el engrandecimiento del Estado. El centralismo hace que todos los órganos del Estado obedezcan a un poder supremo que se atribuye a un caudillo, haciendo imposible toda organización descentralizada como el municipio libre o cualquier otro cuerpo autónomo. ¿Queremos ser madriguera de ese Estatismo que quiere a las instituciones y a los caudillos más que lo que quiere a sus ciudadanos?

Las personas, sumadas y puestas de acuerdo en paz, somos el Estado. Por eso, lector, le invito a que cualquier discurso de coraje y resentimiento lo apartemos de nuestro pensamiento. El pasado de nuestro país no debe de ser lastre: al contrario, "debe de ser inspiración para transformar", como decía Octavio Paz. Los que hoy convocan a una 4° Transformación, pero vista como retorno al pasado en donde “todo fue mejor” son quienes están construyendo un lastre que, si dejamos que crezca, pesará muchísimo en unos años. Por eso hoy, invitemos a que cualquier pensamiento que no construya paz y un México mejor, sea dejado de lado.


* Secretario General PAN Guadalajara

"Bajo la etiqueta de un vino supremo, se nos puede ofrecer un aguardiente de baja calidad; debemos comprender que lo importante no es la etiqueta sino el contenido".


Rafael Preciado (ilustre jalisciense de El Grullo y formado en UDG) insistía en una cuestión importante, que hoy cobra sentido y vigencia al celebrar este pasado 7 de marzo su 28 aniversario luctuoso: debemos de construir la democracia orgánica y apartarnos de democracia individualista. La democracia individualista considera al poder como la suma de los poderes individuales y se identifica con la voluntad de las mayorías. Nada más equivocado. Es claro que la voluntad mayoritaria puede servir para resolver en un momento dado algunas cosas prácticas, pero la voluntad no es capaz, por sí misma, de crear una convivencia armoniosa entre todos.


Vale la pena decirlo muy claro: no todas las cuestiones pueden resolverse mediante el voto y mucho menos por la consulta popular. La validez de los principios necesarios para la democracia no está sujeta a votación: la verdad sigue siendo la verdad, aunque no sea obvia para todos; de igual modo los derechos de la persona humana no pueden ser desconocidos en una sociedad por voluntad de las mayorías. Ninguna injusticia, por más que traiga consigo progreso o desarrollo económico, justifica el ser impuesta y mucho menos sin que antes haya pasado por el filtro necesario del debate. Pero ¿cuál es ese terreno natural para tener el debate y construir esa voluntad orgánica?

La democracia orgánica radica en la comunidad, no en los individuos. Ningún individuo tiene el derecho de mandar a sus semejantes; sólo la comunidad puede tener este poder. La comunidad no se encuentra en las consultas o en el acto –valioso pero individual– de acudir a una urna. La comunidad es un todo, podríamos decir que incluso la comunidad es más que la suma de sus partes. Cuando usted forma una comunidad (vecinal, política y social) se pone de acuerdo para sumar una fuerza bajo reglas claras para la búsqueda del bien común.

Ese bien común no se ‘encuentra’ como uno encuentra una moneda tirada en la calle, es un proceso de construcción social y de paz que implica hablar, discutir y actuar en conjunto. Quien usa la democracia para imponer visiones individuales falla en su tarea de la búsqueda del bien común. Quien concibe la democracia como conflicto entre individuos o clases sociales y busca llevar ese conflicto a las urnas también falla, porque se aleja de la creación de paz y comunidad.

Por eso hay que saber que las autocracias violentas de nuestra época son enemigas de las libertades políticas. El totalitarismo tiene una doctrina de fondo y una técnica. Su doctrina de fondo es estatista, pues considera que el Estado representa un valor superior a los valores morales de la persona humana, de ahí que no dude en imponer a ésta los más grandes sacrificios con tal de alcanzar el engrandecimiento del Estado. El centralismo hace que todos los órganos del Estado obedezcan a un poder supremo que se atribuye a un caudillo, haciendo imposible toda organización descentralizada como el municipio libre o cualquier otro cuerpo autónomo. ¿Queremos ser madriguera de ese Estatismo que quiere a las instituciones y a los caudillos más que lo que quiere a sus ciudadanos?

Las personas, sumadas y puestas de acuerdo en paz, somos el Estado. Por eso, lector, le invito a que cualquier discurso de coraje y resentimiento lo apartemos de nuestro pensamiento. El pasado de nuestro país no debe de ser lastre: al contrario, "debe de ser inspiración para transformar", como decía Octavio Paz. Los que hoy convocan a una 4° Transformación, pero vista como retorno al pasado en donde “todo fue mejor” son quienes están construyendo un lastre que, si dejamos que crezca, pesará muchísimo en unos años. Por eso hoy, invitemos a que cualquier pensamiento que no construya paz y un México mejor, sea dejado de lado.


* Secretario General PAN Guadalajara