/ miércoles 13 de octubre de 2021

Nada qué celebrar

El 12 de octubre de 1492 tuvo lugar lo que algunos llaman el descubrimiento de América por parte de Cristóbal Colón, en ese tiempo al servicio de los reyes católicos, Isabel y Fernando de Castilla y Aragón. A lo largo de su vida Colón creyó haber llegado a la India, pero tiempo después Américo Vespucio reveló que la tierra encontrada por el almirante genovés “era una masa continental y no las Indias Orientales…”.

El arribo de Colón ocurrió en la pequeña isla Guanahani, habitada por aborígenes taínos, y a la que el navegante genovés bautizó con el nombre de San Salvador. Respecto a ésta y a las demás islas que encontró, esto dijo Colón mediante carta a la reina Isabel:

“A la primera que yo hallé puse nombre San Salvador [isla Watling], a conmemoración de su Alta Majestad, el cual maravillosamente todo esto ha dado; los indios la llaman Guanahaní; a la segunda puse nombre la isla de Santa María de Concepción [Cayo Rum]; a la tercera Fernandina [Isla Long]; a la cuarta La Isabela [Isla Crooked]; a la quinta la isla Juana [Cuba], y así a cada una nombre nuevo”.

Tras este acontecimiento, Don Manuel, rey de Portugal, apoyándose en el tratado y en la bula papal Aeterni Regis (1481), demandó para sí las tierras recién descubiertas. Sin embargo, como el mérito del descubrimiento y la inversión económica habían corrido por cuenta de España, los monarcas españoles elevaron su protesta contra el monopolio portugués, sin darle importancia a la existencia de un pacto confirmado por el papa.

El desafío de España a la potestad papal y la no sujeción a la bula antes mencionada se debió a que la mal llamada madre patria sintió afectados sus intereses. Portugal exigía respeto a la bula del papa Sixto IV, y no estaba dispuesto a ceder con tanta facilidad lo que este país consideraba suyo. La guerra entre estas dos naciones ibéricas estuvo a punto de estallar.

Fue entonces cuando los soberanos de ambas naciones optaron por llevar la controversia ante el papa Alejandro VI, quien -como árbitro de la contienda- echó por tierra el anterior tratado y desbarató lo que su “infalible” antecesor había decretado. Rodrigo Borgia, por razones lógicas, falló en favor de su país natal, suscribiendo el 3 y 4 de mayo de 1493, tres documentos conocidos como las “Donaciones Apostólicas”, confiriendo a España los campos de América como desempeño de una supuesta empresa de evangelización. Alejandro VI solucionó el problema donando un territorio que nunca le perteneció a él ni a la Iglesia romana.

Apoyados en las donaciones de Rodrigo Borgia, empezó la invasión y saqueo de este continente, el exterminio de la cultura de los pueblos originarios, la eliminación violenta de sus deidades, de sus creencias y formas de vida.

Al final de la segunda década del siglo XVI le tocó el turno al territorio habitado por los aztecas, cuya historia se remonta a 1325, que es el año en que tuvo lugar la fundación de la ciudad México-Tenochtitlan.

Cristian Gómez, en su libro Tinieblas del Vaticano describe la forma en que se consumó la imposición del catolicismo en México:

“La conquista fue despiadada y cruel con los indios, quienes eran tratados peor que esclavos pues se les marcaba con hierro candente, se les dejaba morir de hambre, se les forzaba a trabajar en las minas donde morían por los derrumbes, sufrían enfermedades traídas por los blancos; se les cargaba como bestias, se les azotaba, se les destrozaba con perros amaestrados, se les quemaba vivos, se les robaba a sus mujeres, a sus hijos y se les despojaba de sus tierras...”

Lo ocurrido en aquel tiempo no fue labor de evangelización; fue una cruzada parecida a las medievales, tal como señala el poeta Octavio Paz en su obra Sor Juana Inés de la Cruz o Las trampas de la fe:

“La conquista de América por los españoles y los portugueses no se parece a la colonización griega o inglesa sino a las cruzadas cristianas y a la guerra santa de los musulmanes. Incluso la “sed de oro” de los conquistadores corresponde a las ideas de botín y pillaje de los guerreros musulmanes y cristianos”.

El premio Nobel de Literatura explica que el “principio fundador [de los ingleses] fue la libertad religiosa”, ya que respetaron los cultos nativos y sus templos, mientras que el de los conquistadores hispanos era “la conversión de los nativos sometidos a una ortodoxia y una Iglesia”.

Por la forma arbitraria en que se dio este sometimiento a partir de la llegada de Colón a nuestra querida América, diversas voces afirman que no hay nada que celebrar en el llamado Día de la Raza o encuentro de dos mundos.

Twitter: @armayacastro

El 12 de octubre de 1492 tuvo lugar lo que algunos llaman el descubrimiento de América por parte de Cristóbal Colón, en ese tiempo al servicio de los reyes católicos, Isabel y Fernando de Castilla y Aragón. A lo largo de su vida Colón creyó haber llegado a la India, pero tiempo después Américo Vespucio reveló que la tierra encontrada por el almirante genovés “era una masa continental y no las Indias Orientales…”.

El arribo de Colón ocurrió en la pequeña isla Guanahani, habitada por aborígenes taínos, y a la que el navegante genovés bautizó con el nombre de San Salvador. Respecto a ésta y a las demás islas que encontró, esto dijo Colón mediante carta a la reina Isabel:

“A la primera que yo hallé puse nombre San Salvador [isla Watling], a conmemoración de su Alta Majestad, el cual maravillosamente todo esto ha dado; los indios la llaman Guanahaní; a la segunda puse nombre la isla de Santa María de Concepción [Cayo Rum]; a la tercera Fernandina [Isla Long]; a la cuarta La Isabela [Isla Crooked]; a la quinta la isla Juana [Cuba], y así a cada una nombre nuevo”.

Tras este acontecimiento, Don Manuel, rey de Portugal, apoyándose en el tratado y en la bula papal Aeterni Regis (1481), demandó para sí las tierras recién descubiertas. Sin embargo, como el mérito del descubrimiento y la inversión económica habían corrido por cuenta de España, los monarcas españoles elevaron su protesta contra el monopolio portugués, sin darle importancia a la existencia de un pacto confirmado por el papa.

El desafío de España a la potestad papal y la no sujeción a la bula antes mencionada se debió a que la mal llamada madre patria sintió afectados sus intereses. Portugal exigía respeto a la bula del papa Sixto IV, y no estaba dispuesto a ceder con tanta facilidad lo que este país consideraba suyo. La guerra entre estas dos naciones ibéricas estuvo a punto de estallar.

Fue entonces cuando los soberanos de ambas naciones optaron por llevar la controversia ante el papa Alejandro VI, quien -como árbitro de la contienda- echó por tierra el anterior tratado y desbarató lo que su “infalible” antecesor había decretado. Rodrigo Borgia, por razones lógicas, falló en favor de su país natal, suscribiendo el 3 y 4 de mayo de 1493, tres documentos conocidos como las “Donaciones Apostólicas”, confiriendo a España los campos de América como desempeño de una supuesta empresa de evangelización. Alejandro VI solucionó el problema donando un territorio que nunca le perteneció a él ni a la Iglesia romana.

Apoyados en las donaciones de Rodrigo Borgia, empezó la invasión y saqueo de este continente, el exterminio de la cultura de los pueblos originarios, la eliminación violenta de sus deidades, de sus creencias y formas de vida.

Al final de la segunda década del siglo XVI le tocó el turno al territorio habitado por los aztecas, cuya historia se remonta a 1325, que es el año en que tuvo lugar la fundación de la ciudad México-Tenochtitlan.

Cristian Gómez, en su libro Tinieblas del Vaticano describe la forma en que se consumó la imposición del catolicismo en México:

“La conquista fue despiadada y cruel con los indios, quienes eran tratados peor que esclavos pues se les marcaba con hierro candente, se les dejaba morir de hambre, se les forzaba a trabajar en las minas donde morían por los derrumbes, sufrían enfermedades traídas por los blancos; se les cargaba como bestias, se les azotaba, se les destrozaba con perros amaestrados, se les quemaba vivos, se les robaba a sus mujeres, a sus hijos y se les despojaba de sus tierras...”

Lo ocurrido en aquel tiempo no fue labor de evangelización; fue una cruzada parecida a las medievales, tal como señala el poeta Octavio Paz en su obra Sor Juana Inés de la Cruz o Las trampas de la fe:

“La conquista de América por los españoles y los portugueses no se parece a la colonización griega o inglesa sino a las cruzadas cristianas y a la guerra santa de los musulmanes. Incluso la “sed de oro” de los conquistadores corresponde a las ideas de botín y pillaje de los guerreros musulmanes y cristianos”.

El premio Nobel de Literatura explica que el “principio fundador [de los ingleses] fue la libertad religiosa”, ya que respetaron los cultos nativos y sus templos, mientras que el de los conquistadores hispanos era “la conversión de los nativos sometidos a una ortodoxia y una Iglesia”.

Por la forma arbitraria en que se dio este sometimiento a partir de la llegada de Colón a nuestra querida América, diversas voces afirman que no hay nada que celebrar en el llamado Día de la Raza o encuentro de dos mundos.

Twitter: @armayacastro