/ viernes 19 de octubre de 2018

Los cristeros

La “Última Cruzada, de los cristeros a Fox” es un libro escrito por Edgar González Ruiz, con quien visité en una ocasión algunos pueblos de la Ruta Cristera, la cual nació “consecuencia de una decisión política del Consejo de Turismo de los Altos que en 2007 hace suya la Secretaría de Estado del Gobierno de Jalisco”.

En dicha obra, el citado escritor se refiere a lo ocurrido el 19 de abril de 1927, es decir, al ataque cristero dirigido a un tren en La Barca, Jalisco, un hecho sin precedente “en la historia de los atentados ferrocarrileros en México, tanto por las terribles penas que sufrieron los pasajeros durante tres mortales horas, como por el enorme número de víctimas inocentes que hubo que lamentar”. Según Eduardo Mestre, testigo de los hechos, después de haber sucumbido toda la escolta y escuchar el cese del tiroteo, “los carros fueron incendiados, sin haberse retirado de ellos a los heridos…”.

Este lamentable acontecimiento, así como todos los sucesos sangrientos de la época, tuvieron lugar nueve años después de la promulgación de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos, el 5 de febrero de 1917.

Como bien sabemos, este documento fue cuestionado por la jerarquía católica desde el momento mismo de su publicación. Generó diversas reacciones de parte de un clero que se negaba a aceptar la educación laica, un modelo educativo necesario a partir de que la Ley de Libertad de cultos fuera dictaminada el 4 de diciembre de 1860 en el puerto de Veracruz por Benito Juárez, en ese tiempo presidente interino constitucional de la República Mexicana.

Una de las reacciones del clero contra la actual constitución ocurrió el 24 de febrero de 1917. En una publicación de desacuerdo, publicada en el diario El Universal, el Episcopado Mexicano protestó enérgicamente y en los siguientes términos:

"Ese Código hiere los derechos sacratísimos de la Iglesia católica, de la sociedad mexicana y los individuales de los cristianos; proclama principios contrarios a la verdad enseñada por Jesucristo, la cual forma parte del tesoro de la Iglesia y el mejor patrimonio de la humanidad; y arranca de cuajo los pocos derechos que la Constitución de 1857 [...] reconoce a la Iglesia como sociedad y a los católicos como individuos".

El papa no se opuso al proceder violento de los cristeros en nombre presuntamente de la fe, antes, por el contrario, justificó teológicamente su lucha armada y la bendijo. La encíclica "Iniquisafflictis que"' de Pío XI (Achille Damiano Ambrogio Ratti), promulgada el 18 de noviembre de 1926, demuestra lo que afirmo en mi columna de este día. En ella, “el papa saludaba y aplaudía la lucha armada contra el gobierno mexicano”, además de implorar a la virgen que “llene los ánimos de los fieles mexicanos de todos los consuelos y los fortalezca para luchar por la libertad de la Religión que profesan”, se lee en el comunicado papal.

En aquel tiempo, diversas organizaciones católicas y grupos conservadores apoyaron incondicionalmente a los organizados de la Iglesia romana, promoviendo boicots y campañas de desobediencia civil al Gobierno Federal. Esas campañas –previas al estallamiento del conflicto– y todo lo que pasó en los tres años de guerra, incluido el bárbaro ataque al tren de La Barca, fue lo que recibió la bendición del papa, quien seguramente olvidó que la defensa de la religión no puede realizarse violentando el mandamiento “no matarás”. Cristo y sus apóstoles, verdaderos mártires de la fe, nunca se defendieron así.

Termino señalando que si abordé el tema en mi columna es porque existe una tendencia, desde la llegada de Vicente Fox Quesada a la presidencia de la República, a magnificar a los cristeros como héroes, mártires y guerreros, cuya lucha debemos reconocer y aplaudir. El problema es que abundan los autores que hoy por hoy escriben sobre el tema en esa dirección, olvidando los excesos y violaciones a la ley de parte de los cristeros.

La “Última Cruzada, de los cristeros a Fox” es un libro escrito por Edgar González Ruiz, con quien visité en una ocasión algunos pueblos de la Ruta Cristera, la cual nació “consecuencia de una decisión política del Consejo de Turismo de los Altos que en 2007 hace suya la Secretaría de Estado del Gobierno de Jalisco”.

En dicha obra, el citado escritor se refiere a lo ocurrido el 19 de abril de 1927, es decir, al ataque cristero dirigido a un tren en La Barca, Jalisco, un hecho sin precedente “en la historia de los atentados ferrocarrileros en México, tanto por las terribles penas que sufrieron los pasajeros durante tres mortales horas, como por el enorme número de víctimas inocentes que hubo que lamentar”. Según Eduardo Mestre, testigo de los hechos, después de haber sucumbido toda la escolta y escuchar el cese del tiroteo, “los carros fueron incendiados, sin haberse retirado de ellos a los heridos…”.

Este lamentable acontecimiento, así como todos los sucesos sangrientos de la época, tuvieron lugar nueve años después de la promulgación de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos, el 5 de febrero de 1917.

Como bien sabemos, este documento fue cuestionado por la jerarquía católica desde el momento mismo de su publicación. Generó diversas reacciones de parte de un clero que se negaba a aceptar la educación laica, un modelo educativo necesario a partir de que la Ley de Libertad de cultos fuera dictaminada el 4 de diciembre de 1860 en el puerto de Veracruz por Benito Juárez, en ese tiempo presidente interino constitucional de la República Mexicana.

Una de las reacciones del clero contra la actual constitución ocurrió el 24 de febrero de 1917. En una publicación de desacuerdo, publicada en el diario El Universal, el Episcopado Mexicano protestó enérgicamente y en los siguientes términos:

"Ese Código hiere los derechos sacratísimos de la Iglesia católica, de la sociedad mexicana y los individuales de los cristianos; proclama principios contrarios a la verdad enseñada por Jesucristo, la cual forma parte del tesoro de la Iglesia y el mejor patrimonio de la humanidad; y arranca de cuajo los pocos derechos que la Constitución de 1857 [...] reconoce a la Iglesia como sociedad y a los católicos como individuos".

El papa no se opuso al proceder violento de los cristeros en nombre presuntamente de la fe, antes, por el contrario, justificó teológicamente su lucha armada y la bendijo. La encíclica "Iniquisafflictis que"' de Pío XI (Achille Damiano Ambrogio Ratti), promulgada el 18 de noviembre de 1926, demuestra lo que afirmo en mi columna de este día. En ella, “el papa saludaba y aplaudía la lucha armada contra el gobierno mexicano”, además de implorar a la virgen que “llene los ánimos de los fieles mexicanos de todos los consuelos y los fortalezca para luchar por la libertad de la Religión que profesan”, se lee en el comunicado papal.

En aquel tiempo, diversas organizaciones católicas y grupos conservadores apoyaron incondicionalmente a los organizados de la Iglesia romana, promoviendo boicots y campañas de desobediencia civil al Gobierno Federal. Esas campañas –previas al estallamiento del conflicto– y todo lo que pasó en los tres años de guerra, incluido el bárbaro ataque al tren de La Barca, fue lo que recibió la bendición del papa, quien seguramente olvidó que la defensa de la religión no puede realizarse violentando el mandamiento “no matarás”. Cristo y sus apóstoles, verdaderos mártires de la fe, nunca se defendieron así.

Termino señalando que si abordé el tema en mi columna es porque existe una tendencia, desde la llegada de Vicente Fox Quesada a la presidencia de la República, a magnificar a los cristeros como héroes, mártires y guerreros, cuya lucha debemos reconocer y aplaudir. El problema es que abundan los autores que hoy por hoy escriben sobre el tema en esa dirección, olvidando los excesos y violaciones a la ley de parte de los cristeros.