/ miércoles 14 de abril de 2021

Las voces que nos faltan | La ciudad que se nos va y la ciudad que nos quitan

Mario Alberto López Orozco

El crecimiento y el cambio perpetuo son la razón y la esencia de las ciudades. Mientras en el campo parece que el tiempo se ha detenido hace muchos años, el ritmo de las grandes urbes nos asfixia. Lo que hace 20 años eran terrenos baldíos a las orillas de la ciudad hoy en día son multifamiliares densamente poblados. Remodelaciones, nuevas líneas de transporte, negocios cierran, otros abren. Pueblos remotos que se vuelven colonias urbanas. Agua, electricidad, internet. Son dinámicas que suceden casi naturalmente en las grandes ciudades del mundo. Un desafío tanto para gobierno como población civil. Si bien pueden parecer casuales y necesarias, no hay que perder de vista las consecuencias que conllevan. En concreto quiero hablar de los barrios que me vieron crecer, a mí y a millones de tapatíos: El Santuario, la Capilla, Santa Tere, Mexicaltzingo, Analco y muchos otros.

Cualquier obra pública hecha en una zona habitacional incide directamente en el valor de las casas. Desde el cambio del pavimento hasta un andador cultural, dado que benefician a las personas que habitan ahí. ¿Qué pasa cuando los beneficiarios han recibido tantas obras? El precio de su renta se vuelve insostenible y tienen que cambiarse de casa. De vivir en un barrio central, cercano a las grandes venas de la ciudad, con servicios asegurados, a vivir en la periferia, gastar horas en el tráfico y con la incertidumbre de si mañana saldrá agua del grifo. Los espacios son habitados con nuevos inquilinos con mucha mayor capacidad económica y así el barrio tradicional se vuelve cool. La tienda de la esquina quiebra ante la sucursal de una gran cadena de autoservicio. La nueva administración de la cenaduría vende pozole “gourmet” de 250$. La cancha donde se juntaban los chicos a jugar futbol ahora pertenece a un particular que la renta por hora, y así muchas otras cosas.

Decir que la gentrificación es mala es una afirmación parcial. Los gobernantes venden las concesiones para la obra, las inmobiliarias ganan por montones y muchas empresas expanden sus imperios. Las acciones en pro de una minoría ante las masas no sólo empobrecidas sino también desplazadas. Muchas ganancias en lo económico y muchas pérdidas no sólo en lo humano, sino también en lo cultural ¿la esencia de un barrio no son las actividades de sus habitantes? La especulación de la vivienda y las consecuencias que tiene no solamente desafían a nuestro entorno particular, sino que desafían a todo el sistema. Berlín, Nueva York, Tokio y muchas otras ciudades del mundo experimentan el mismo proceso. Claro que el Estado puede y tiene que tomar medidas necesarias. Somos nosotros, como habitantes y como sociedad quiénes debemos exigir dichas medidas. Sin vivienda digna no hay humanidad. Sin humanidad no hay progreso.

Mario Alberto López Orozco

El crecimiento y el cambio perpetuo son la razón y la esencia de las ciudades. Mientras en el campo parece que el tiempo se ha detenido hace muchos años, el ritmo de las grandes urbes nos asfixia. Lo que hace 20 años eran terrenos baldíos a las orillas de la ciudad hoy en día son multifamiliares densamente poblados. Remodelaciones, nuevas líneas de transporte, negocios cierran, otros abren. Pueblos remotos que se vuelven colonias urbanas. Agua, electricidad, internet. Son dinámicas que suceden casi naturalmente en las grandes ciudades del mundo. Un desafío tanto para gobierno como población civil. Si bien pueden parecer casuales y necesarias, no hay que perder de vista las consecuencias que conllevan. En concreto quiero hablar de los barrios que me vieron crecer, a mí y a millones de tapatíos: El Santuario, la Capilla, Santa Tere, Mexicaltzingo, Analco y muchos otros.

Cualquier obra pública hecha en una zona habitacional incide directamente en el valor de las casas. Desde el cambio del pavimento hasta un andador cultural, dado que benefician a las personas que habitan ahí. ¿Qué pasa cuando los beneficiarios han recibido tantas obras? El precio de su renta se vuelve insostenible y tienen que cambiarse de casa. De vivir en un barrio central, cercano a las grandes venas de la ciudad, con servicios asegurados, a vivir en la periferia, gastar horas en el tráfico y con la incertidumbre de si mañana saldrá agua del grifo. Los espacios son habitados con nuevos inquilinos con mucha mayor capacidad económica y así el barrio tradicional se vuelve cool. La tienda de la esquina quiebra ante la sucursal de una gran cadena de autoservicio. La nueva administración de la cenaduría vende pozole “gourmet” de 250$. La cancha donde se juntaban los chicos a jugar futbol ahora pertenece a un particular que la renta por hora, y así muchas otras cosas.

Decir que la gentrificación es mala es una afirmación parcial. Los gobernantes venden las concesiones para la obra, las inmobiliarias ganan por montones y muchas empresas expanden sus imperios. Las acciones en pro de una minoría ante las masas no sólo empobrecidas sino también desplazadas. Muchas ganancias en lo económico y muchas pérdidas no sólo en lo humano, sino también en lo cultural ¿la esencia de un barrio no son las actividades de sus habitantes? La especulación de la vivienda y las consecuencias que tiene no solamente desafían a nuestro entorno particular, sino que desafían a todo el sistema. Berlín, Nueva York, Tokio y muchas otras ciudades del mundo experimentan el mismo proceso. Claro que el Estado puede y tiene que tomar medidas necesarias. Somos nosotros, como habitantes y como sociedad quiénes debemos exigir dichas medidas. Sin vivienda digna no hay humanidad. Sin humanidad no hay progreso.