/ lunes 25 de septiembre de 2023

Las Mascaradas


Todavía a inicios del siglo XVIII, era posible disfrutar en las cortes europeas de los espectáculos que se montaban; un vestuario formidable, lleno de colores, de ropajes voluminosos, crinolinas, escenarios fastuosos, danzas, música; festivales polícromos, destinados a la satisfacción del soberano o de personajes influyentes de la corte como los duques y los condes; se dice que tuvieron su origen en Inglaterra en el siglo XVI.

Las mascaradas, eran formas de entretenimiento cortesano que permitían las alabanzas sin cesar al monarca en los banquetes propios de la época, en los que las caravanas, los requiebres y las reverencias eran imprescindibles para mostrar la indiscutible sumisión a los monarcas.

El ejercicio periodístico no puede rebajarse a participar en las neo-mascaradas. Los periodistas no podemos quedar reducidos a una representación cortesana del siglo XVI para halagar al Príncipe, y no ser de aquellos que no participamos en la grey de sus elegidos; con bases y fundamentos de ejercer la crítica y quienes están en el ejercicio del poder deben admitirla sin protestar porque el ejercicio público está sujeto al escrutinio ciudadano y quienes ejercemos el periodismo somos vox populi y no podemos ser corifeos de los detentadores transitorios y aun permanentes del poder.

La opinión pública merece un trato serio y responsable; la verdad ante todo y cuando se trata de emitir opiniones, estas deben estar sustentadas y no ser viscerales. Cuando la conciencia está tranquila por la imparcialidad de juicio, las ideas fluyen con naturalidad y llegan con mayor facilidad a los receptores quienes tienen también mejores posibilidades de normar su criterio y decidir con entera libertad si coinciden o disienten con nuestras opiniones.

Por eso quien tiene la inmejorable y muy honrosa oportunidad de contar con un espacio en un medio periodístico o de hablar a través de un micrófono, asume también la enorme responsabilidad de ser preciso, veraz y valiente en sus opiniones y además agradecido -como lo estoy- porque se me permita contar con este espacio, en el que he podido manifestar con entera libertad el contenido de mis modestas apreciaciones sobre los hechos que veo, que percibo, que analizo y que constato.

No se aplaude lo que no es plausible; no se pueden solapar las mentiras ni los engaños y por eso se critican las cosas que se hacen a costa de la inocencia de la gente.

Así lo hemos hecho siempre, desde que entramos al ejercicio periodístico en el ya lejano año de 1970 frente a micrófonos en la radio y en la televisión y escribiendo en periódicos y revistas; desde entonces, como hasta ahora y así seguiremos, hemos seguido una línea recta e incorruptible, basada en los principios de la verdad, de la objetividad, de la imparcialidad, censurando lo que a nuestro juicio no está bien y alabando lo que consideramos está bien hecho, en el legítimo ejercicio del derecho a disentir y a opinar, basados en la normativa constitucional contemplada en los artículos 6 y 7 y jamás formaremos parte de las Mascaradas porque en la independencia y dignidad del periodista está su verdadera grandeza.

A quienes me leen y me escuchan, aunque no estén de acuerdo con lo que hablo y escribo, les manifiesto mi profundo agradecimiento por el tiempo que se toman en obsequiarme unos momentos de su tiempo. De corazón gracias, mil gracias.


Todavía a inicios del siglo XVIII, era posible disfrutar en las cortes europeas de los espectáculos que se montaban; un vestuario formidable, lleno de colores, de ropajes voluminosos, crinolinas, escenarios fastuosos, danzas, música; festivales polícromos, destinados a la satisfacción del soberano o de personajes influyentes de la corte como los duques y los condes; se dice que tuvieron su origen en Inglaterra en el siglo XVI.

Las mascaradas, eran formas de entretenimiento cortesano que permitían las alabanzas sin cesar al monarca en los banquetes propios de la época, en los que las caravanas, los requiebres y las reverencias eran imprescindibles para mostrar la indiscutible sumisión a los monarcas.

El ejercicio periodístico no puede rebajarse a participar en las neo-mascaradas. Los periodistas no podemos quedar reducidos a una representación cortesana del siglo XVI para halagar al Príncipe, y no ser de aquellos que no participamos en la grey de sus elegidos; con bases y fundamentos de ejercer la crítica y quienes están en el ejercicio del poder deben admitirla sin protestar porque el ejercicio público está sujeto al escrutinio ciudadano y quienes ejercemos el periodismo somos vox populi y no podemos ser corifeos de los detentadores transitorios y aun permanentes del poder.

La opinión pública merece un trato serio y responsable; la verdad ante todo y cuando se trata de emitir opiniones, estas deben estar sustentadas y no ser viscerales. Cuando la conciencia está tranquila por la imparcialidad de juicio, las ideas fluyen con naturalidad y llegan con mayor facilidad a los receptores quienes tienen también mejores posibilidades de normar su criterio y decidir con entera libertad si coinciden o disienten con nuestras opiniones.

Por eso quien tiene la inmejorable y muy honrosa oportunidad de contar con un espacio en un medio periodístico o de hablar a través de un micrófono, asume también la enorme responsabilidad de ser preciso, veraz y valiente en sus opiniones y además agradecido -como lo estoy- porque se me permita contar con este espacio, en el que he podido manifestar con entera libertad el contenido de mis modestas apreciaciones sobre los hechos que veo, que percibo, que analizo y que constato.

No se aplaude lo que no es plausible; no se pueden solapar las mentiras ni los engaños y por eso se critican las cosas que se hacen a costa de la inocencia de la gente.

Así lo hemos hecho siempre, desde que entramos al ejercicio periodístico en el ya lejano año de 1970 frente a micrófonos en la radio y en la televisión y escribiendo en periódicos y revistas; desde entonces, como hasta ahora y así seguiremos, hemos seguido una línea recta e incorruptible, basada en los principios de la verdad, de la objetividad, de la imparcialidad, censurando lo que a nuestro juicio no está bien y alabando lo que consideramos está bien hecho, en el legítimo ejercicio del derecho a disentir y a opinar, basados en la normativa constitucional contemplada en los artículos 6 y 7 y jamás formaremos parte de las Mascaradas porque en la independencia y dignidad del periodista está su verdadera grandeza.

A quienes me leen y me escuchan, aunque no estén de acuerdo con lo que hablo y escribo, les manifiesto mi profundo agradecimiento por el tiempo que se toman en obsequiarme unos momentos de su tiempo. De corazón gracias, mil gracias.