/ viernes 14 de enero de 2022

La soledad en la cima

Andrés Manuel está sólo. Sin ser un super dotado en ningún área del conocimiento, sin formación académica suficiente para el cargo que ocupa, poseedor de un extraño carisma, que reclama y humilla, pero persuade y convence… Andrés Manuel es presidente. Se retrasó su llegada. Y llegó cuando menos lo esperaba pero México más lo necesitaba. Llevaba años tejiendo entre y con las menudencias, recogiendo, reciclando, hilvanando desechos y revitalizando personajes sin porvenir en los partidos grandes. Viajó mucho. Recorrió el país, como el flautista de Hamelín, recogiendo seguidores y llevándolos consigo. Su discurso se afinó con el hartazgo popular, con el coraje y la insatisfacción de las mayorías. Repitió los reclamos de la gente. Exigió, vociferó, reclamó. Era un opositor con tribuna, elevando la voz, poniendo el dedo en la llaga, esa llaga que ya en el poder ni curó ni sanó, sólo la menciona para echar culpas al pasado, sin transformación en el presente, agravándose para el futuro.

Llegó al poder sin amigos, con alianzas. Alianzas imposibles, incompatibles. Con las sobras tejió un equipo, que para campaña funcionó pero para gobernar fue y sigue siendo insuficiente. Sin empaque, sin formación, sin sentido… con discurso. Queriendo ser caudillo, construyó sin permitir sombras ni equilibrios. Un solo reflector y era para él. Quienes se sintieron amigos, con camino recorrido con él desde 2004, conocieron al verdadero Andrés Manuel ya en el poder. Sin afectos y sin privilegios, estorbaban. La gente con mayor nivel, con estudio, con preparación le escaseaba. El ideal de gobernar unipersonalmente es una trampa que sigue provocando errores y resultados muy limitados.

Llegó sólo y se sentó en la silla a la que le rinden culto. Incapaz de separar lo falso de lo real, arriba de una nube de ego, cree que de verdad es querido, es respetado, es aplaudido. Es la silla. Es a la silla. Él es temporal, pronto se irá; la silla se queda. Bajo la sombra de la silla se arremolinan los nuevos beneficiados de la fisura del sistema. 3 años no han alcanzado para construir una nueva clase burocrática, eficiente, funcional. Es la nómina. El que la paga, manda. No hay compromiso, no hay amigos, no hay liderazgo… hay dirección, aunque el manda más sienta que de verdad lo quieren y hasta que lo necesitan.

La turbulencia provocada por la soberbia, las ocurrencias y los desatinos desgastan de más al gabinete, a la burguesía dorada que sin bajarse el sueldo ni perder los privilegios de antes, alaban y vitorean al presidente pero sin dejar de pensar en el futuro en el que seguirán sin él. Muera el Rey, viva el Rey. 2023 es el año de la develación y la fecha en que se enterará a pesar de su gran ego de que está sólo, que se ira con menos de con los que llegó, que hay urgencia de adentro por avanzar sin él, de cambiar el rumbo, de mejorar, de enderezar y reparar a la silla para poder seguir como antes, como ahora, por más tiempo.

En política todos usan máscaras. Es el arte del engaño. Andrés Manuel lleva una máscara optimista y triunfadora, para evitar que lo vean frustrado, sin idea, rebasado, sin sentido. Está sólo y a su alrededor nadie en lo profundo desea acompañarlo. Están con la silla, haciendo planes… sin él.

@carlosanguianoz en Twitter

Andrés Manuel está sólo. Sin ser un super dotado en ningún área del conocimiento, sin formación académica suficiente para el cargo que ocupa, poseedor de un extraño carisma, que reclama y humilla, pero persuade y convence… Andrés Manuel es presidente. Se retrasó su llegada. Y llegó cuando menos lo esperaba pero México más lo necesitaba. Llevaba años tejiendo entre y con las menudencias, recogiendo, reciclando, hilvanando desechos y revitalizando personajes sin porvenir en los partidos grandes. Viajó mucho. Recorrió el país, como el flautista de Hamelín, recogiendo seguidores y llevándolos consigo. Su discurso se afinó con el hartazgo popular, con el coraje y la insatisfacción de las mayorías. Repitió los reclamos de la gente. Exigió, vociferó, reclamó. Era un opositor con tribuna, elevando la voz, poniendo el dedo en la llaga, esa llaga que ya en el poder ni curó ni sanó, sólo la menciona para echar culpas al pasado, sin transformación en el presente, agravándose para el futuro.

Llegó al poder sin amigos, con alianzas. Alianzas imposibles, incompatibles. Con las sobras tejió un equipo, que para campaña funcionó pero para gobernar fue y sigue siendo insuficiente. Sin empaque, sin formación, sin sentido… con discurso. Queriendo ser caudillo, construyó sin permitir sombras ni equilibrios. Un solo reflector y era para él. Quienes se sintieron amigos, con camino recorrido con él desde 2004, conocieron al verdadero Andrés Manuel ya en el poder. Sin afectos y sin privilegios, estorbaban. La gente con mayor nivel, con estudio, con preparación le escaseaba. El ideal de gobernar unipersonalmente es una trampa que sigue provocando errores y resultados muy limitados.

Llegó sólo y se sentó en la silla a la que le rinden culto. Incapaz de separar lo falso de lo real, arriba de una nube de ego, cree que de verdad es querido, es respetado, es aplaudido. Es la silla. Es a la silla. Él es temporal, pronto se irá; la silla se queda. Bajo la sombra de la silla se arremolinan los nuevos beneficiados de la fisura del sistema. 3 años no han alcanzado para construir una nueva clase burocrática, eficiente, funcional. Es la nómina. El que la paga, manda. No hay compromiso, no hay amigos, no hay liderazgo… hay dirección, aunque el manda más sienta que de verdad lo quieren y hasta que lo necesitan.

La turbulencia provocada por la soberbia, las ocurrencias y los desatinos desgastan de más al gabinete, a la burguesía dorada que sin bajarse el sueldo ni perder los privilegios de antes, alaban y vitorean al presidente pero sin dejar de pensar en el futuro en el que seguirán sin él. Muera el Rey, viva el Rey. 2023 es el año de la develación y la fecha en que se enterará a pesar de su gran ego de que está sólo, que se ira con menos de con los que llegó, que hay urgencia de adentro por avanzar sin él, de cambiar el rumbo, de mejorar, de enderezar y reparar a la silla para poder seguir como antes, como ahora, por más tiempo.

En política todos usan máscaras. Es el arte del engaño. Andrés Manuel lleva una máscara optimista y triunfadora, para evitar que lo vean frustrado, sin idea, rebasado, sin sentido. Está sólo y a su alrededor nadie en lo profundo desea acompañarlo. Están con la silla, haciendo planes… sin él.

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