/ domingo 14 de julio de 2019

La renuncia de Lomelí, oportunidad y desafío 

Óscar Ábrego

La renuncia de Carlos Lomelí Bolaños como delegado de Programas para el Desarrollo del Gobierno federal en Jalisco debe revisarse como una causa, no como una consecuencia. Y es que en realidad, para nadie -ni siquiera para él mismo- la dimisión a su responsabilidad como funcionario de la Cuarta Transformación era un escenario improbable. El desgaste que vivió en los ámbitos personal, familiar e industrial, ya había sido llevado a un extremo tal, que existían pocas posibilidades de salir victorioso… por ahora.

Recordemos que en el implacable e impredecible mundo de la política nadie muere hasta que muere; de ahí que no hay quien pueda declararse vencedor ni perdedor en esta coyuntura. Los festejos en Casa Jalisco como en algunas oficinas de Palacio Nacional y el Senado de la República, carecen de sustento en virtud de que en la ley de la vida nada es para siempre. Cosa que también deberán tener en mente algunos miembros de la iniciativa privada local.

Es cuestión de días para que conozcamos los términos en que se dio el acuerdo de su retiro, sin embargo, lo cierto es que con su salida hay algunas señales positivas. Por un lado, el ex candidato de Morena al gobierno del Estado, gana tiempo y espacio a fin de atender las investigaciones que giran a su alrededor y para rehacer y relanzar su proyecto político.

Es verdad que su deserción no deja de ser un trago amargo, pero como muchas medicinas –él lo sabe- puede restaurar sus condiciones generales.

Pero decía que su renuncia debe verse como una causa y no como una consecuencia. ¿Por qué? Porque en términos llanos, su libertad de maniobra le cae muy bien a todos. Ante la ausencia de oposición, es casi seguro que el Doctor asuma un rol protagónico en esa arena. Más allá de las reflexiones que hagan los opinantes profesionales, lo que podemos esperar es que diversos personajes y grupos se incorporen en torno a su persona para articular un bloque con la mira puesta en el 2021.

Coincido con los columnistas que afirman que Carlos Lomelí se mantendrá activo, pero desde una zona mucho más cómoda. Incluso yo creo que al propio Enrique Alfaro le conviene que se oiga y se sienta una fuerza contraria. La experiencia ha demostrado una y otra vez que los porristas y los abyectos son la peor compañía de un gobernante, y vaya que los tiene de sobra.

Sí, nuestra entidad atraviesa por el momento más crítico de su historia en materia de seguridad, pero también de credibilidad. Todas las encuestas indican con suma precisión que la gente no cree en la palabra de los hombres y las mujeres del poder. El deterioro de imagen provocado por las serias sospechas de corrupción en todas las instituciones es colosal. De igual modo, los tres poderes están sumidos en un brutal descrédito que se antoja irreversible e irreparable. Es decir, nada ni nadie se salva del desprestigio. Por eso es tan importante que Lomelí Bolaños asuma el desafío de ocupar el vacío que nadie se ha atrevido a llenar. Se avecina una época de enormes retos, y uno de ellos es el de construir contrapesos serios y responsables. La grilla barata (politiquería) que emana de los viejos rencores y de los míseros odios entre los partidos y sus actores, ha erosionado en su nivel más profundo el quehacer público.

Insisto, la renuncia de Lomelí no es un efecto, es un motivo, y de él depende que sirva para la edificación de una democracia más madura, propositiva y trascendente.


Óscar Ábrego

La renuncia de Carlos Lomelí Bolaños como delegado de Programas para el Desarrollo del Gobierno federal en Jalisco debe revisarse como una causa, no como una consecuencia. Y es que en realidad, para nadie -ni siquiera para él mismo- la dimisión a su responsabilidad como funcionario de la Cuarta Transformación era un escenario improbable. El desgaste que vivió en los ámbitos personal, familiar e industrial, ya había sido llevado a un extremo tal, que existían pocas posibilidades de salir victorioso… por ahora.

Recordemos que en el implacable e impredecible mundo de la política nadie muere hasta que muere; de ahí que no hay quien pueda declararse vencedor ni perdedor en esta coyuntura. Los festejos en Casa Jalisco como en algunas oficinas de Palacio Nacional y el Senado de la República, carecen de sustento en virtud de que en la ley de la vida nada es para siempre. Cosa que también deberán tener en mente algunos miembros de la iniciativa privada local.

Es cuestión de días para que conozcamos los términos en que se dio el acuerdo de su retiro, sin embargo, lo cierto es que con su salida hay algunas señales positivas. Por un lado, el ex candidato de Morena al gobierno del Estado, gana tiempo y espacio a fin de atender las investigaciones que giran a su alrededor y para rehacer y relanzar su proyecto político.

Es verdad que su deserción no deja de ser un trago amargo, pero como muchas medicinas –él lo sabe- puede restaurar sus condiciones generales.

Pero decía que su renuncia debe verse como una causa y no como una consecuencia. ¿Por qué? Porque en términos llanos, su libertad de maniobra le cae muy bien a todos. Ante la ausencia de oposición, es casi seguro que el Doctor asuma un rol protagónico en esa arena. Más allá de las reflexiones que hagan los opinantes profesionales, lo que podemos esperar es que diversos personajes y grupos se incorporen en torno a su persona para articular un bloque con la mira puesta en el 2021.

Coincido con los columnistas que afirman que Carlos Lomelí se mantendrá activo, pero desde una zona mucho más cómoda. Incluso yo creo que al propio Enrique Alfaro le conviene que se oiga y se sienta una fuerza contraria. La experiencia ha demostrado una y otra vez que los porristas y los abyectos son la peor compañía de un gobernante, y vaya que los tiene de sobra.

Sí, nuestra entidad atraviesa por el momento más crítico de su historia en materia de seguridad, pero también de credibilidad. Todas las encuestas indican con suma precisión que la gente no cree en la palabra de los hombres y las mujeres del poder. El deterioro de imagen provocado por las serias sospechas de corrupción en todas las instituciones es colosal. De igual modo, los tres poderes están sumidos en un brutal descrédito que se antoja irreversible e irreparable. Es decir, nada ni nadie se salva del desprestigio. Por eso es tan importante que Lomelí Bolaños asuma el desafío de ocupar el vacío que nadie se ha atrevido a llenar. Se avecina una época de enormes retos, y uno de ellos es el de construir contrapesos serios y responsables. La grilla barata (politiquería) que emana de los viejos rencores y de los míseros odios entre los partidos y sus actores, ha erosionado en su nivel más profundo el quehacer público.

Insisto, la renuncia de Lomelí no es un efecto, es un motivo, y de él depende que sirva para la edificación de una democracia más madura, propositiva y trascendente.