/ miércoles 5 de septiembre de 2018

La generación encerrada: vida y muerte entre cuatro paredes

Escribo desde el hospital, pues ayer nació la cuarta de mis hijos. Cualquiera que ahora tenga hijos pequeños y a alguna (o ambas) de las abuelas a mano, sabrá que aparentemente antes los niños no tenían tantas enfermedades respiratorias, ni tantas alergias. La abuela dirá algo como “¿Alérgico a la leche? Eso es imposible. Yo a mis cinco hijos siempre les di leche y a nadie nunca pasó nada”. O “¿Aerochamber? Pero si con un desenfriol basta, o con un poco de miel”.

Y no, las abuelas no han perdido la memoria, sino que de hecho las enfermedades respiratorias y cutáneas relacionadas con alergias han tenido un aumento de hasta un 49% desde el año 2000 conforme a datos de la OMS. Extrañamente, este aumento ha sido más notable en países desarrollados o en proceso de desarrollo, en donde todos tenemos mayor acceso a servicios de salud y medicamentos. ¿Qué es lo que pasa?

Por una parte, la alimentación de hoy es muy distinta; y es verdad que cada vez más ingerimos alimentos altamente procesados. Aunque estos alimentos muchas veces son más seguros para su consumo (y más duraderos) también son nuevos, mientras que nuestro cuerpo como especie no lo es. Nuestro cuerpo (evolucionado a través de millones de años) apenas se está acostumbrando a ingredientes que antes no eran parte de la dieta.

Sin embargo, cada vez un porcentaje mayor de investigadores afirma que el culpable principal de los síntomas del hombre moderno (cansancio, alergias, dispersión) son nuestras propias casas; o más concretamente, la forma en que vivimos en ellas. Según datos de la misma Organización Mundial de la Salud, esta generación pasa hasta un 90% de su vida bajo techo y entre cuatro paredes; lo que nos ha ganado el mote de “IndoorsGeneration” o “Generación Encerrada”. Las casas se cierran y aíslan para no dejar escapar el calor y evitar el polvo, lo que las convierte efectivamente en tuppperwares: contenedores cerrados dentro de los que respiramos, sudamos, cocinamos, estornudamos y jugamos. El resultado es que, muchas veces, el aire dentro de casa es efectivamente de peor calidad que el del exterior.

Por otra parte, la luz del sol es un requerimiento necesario de la vida humana, y nuestro cuerpo está diseñado para producir y metabolizar ciertas vitaminas cuando recibe los rayos del sol. En cambio, pasamos el 90% de nuestra vida, día y noche, bajo el influjo de luz artificial, que sin duda es inmensamente práctica, pero que también es ajena a la biología de nuestro cuerpo.

Estos síntomas son más visibles entre los millones que viven en grandes ciudades, o en edificios. Como humanidad, deberemos de rediseñar nuestro estilo de vida para que futuras generaciones no sufran un peor destino que el nuestro.

Pero ahora mismo, en nuestra vida cotidiana, hay dos cosas que hacer el respecto: primero, permitir nuestros hogares más abiertos, que reciban mayor luz natural y más aire fresco. En un país como el nuestro (con un clima fundamentalmente benevolente) eso no tiene por qué ser tan difícil. Pero hay que hacerlo activa y conscientemente.

Lo segundo es salir de la casa. Si es verdad que los niños no pueden, como antes, jugar en la calle con libertad, también es cierto que existen espacios que podemos aprovechar, y hábitos que debemos abrazar. Es un cambio de estilo de vida que no puede traer más que beneficios. Dejar el coche un poco y caminar más; tomar la bicicleta; ir al parque, al bosque, a la montaña, no de forma especial cada seis meses, sino de forma cotidiana. Ejercitarse no solo en gimnasios cerrados, sino también en espacios abiertos. La televisión y los videojuegos tienen riesgos por todos conocidos; pero uno de los mayores es éste: que nos han alejado de las ventanas y los jardines. Esto va para nosotros y, con aun mayor razón, para nuestros hijos.

Somos la Generación Encerrada, pero no tenemos que serlo. Estamos a tiempo.

@franciscogpr


Escribo desde el hospital, pues ayer nació la cuarta de mis hijos. Cualquiera que ahora tenga hijos pequeños y a alguna (o ambas) de las abuelas a mano, sabrá que aparentemente antes los niños no tenían tantas enfermedades respiratorias, ni tantas alergias. La abuela dirá algo como “¿Alérgico a la leche? Eso es imposible. Yo a mis cinco hijos siempre les di leche y a nadie nunca pasó nada”. O “¿Aerochamber? Pero si con un desenfriol basta, o con un poco de miel”.

Y no, las abuelas no han perdido la memoria, sino que de hecho las enfermedades respiratorias y cutáneas relacionadas con alergias han tenido un aumento de hasta un 49% desde el año 2000 conforme a datos de la OMS. Extrañamente, este aumento ha sido más notable en países desarrollados o en proceso de desarrollo, en donde todos tenemos mayor acceso a servicios de salud y medicamentos. ¿Qué es lo que pasa?

Por una parte, la alimentación de hoy es muy distinta; y es verdad que cada vez más ingerimos alimentos altamente procesados. Aunque estos alimentos muchas veces son más seguros para su consumo (y más duraderos) también son nuevos, mientras que nuestro cuerpo como especie no lo es. Nuestro cuerpo (evolucionado a través de millones de años) apenas se está acostumbrando a ingredientes que antes no eran parte de la dieta.

Sin embargo, cada vez un porcentaje mayor de investigadores afirma que el culpable principal de los síntomas del hombre moderno (cansancio, alergias, dispersión) son nuestras propias casas; o más concretamente, la forma en que vivimos en ellas. Según datos de la misma Organización Mundial de la Salud, esta generación pasa hasta un 90% de su vida bajo techo y entre cuatro paredes; lo que nos ha ganado el mote de “IndoorsGeneration” o “Generación Encerrada”. Las casas se cierran y aíslan para no dejar escapar el calor y evitar el polvo, lo que las convierte efectivamente en tuppperwares: contenedores cerrados dentro de los que respiramos, sudamos, cocinamos, estornudamos y jugamos. El resultado es que, muchas veces, el aire dentro de casa es efectivamente de peor calidad que el del exterior.

Por otra parte, la luz del sol es un requerimiento necesario de la vida humana, y nuestro cuerpo está diseñado para producir y metabolizar ciertas vitaminas cuando recibe los rayos del sol. En cambio, pasamos el 90% de nuestra vida, día y noche, bajo el influjo de luz artificial, que sin duda es inmensamente práctica, pero que también es ajena a la biología de nuestro cuerpo.

Estos síntomas son más visibles entre los millones que viven en grandes ciudades, o en edificios. Como humanidad, deberemos de rediseñar nuestro estilo de vida para que futuras generaciones no sufran un peor destino que el nuestro.

Pero ahora mismo, en nuestra vida cotidiana, hay dos cosas que hacer el respecto: primero, permitir nuestros hogares más abiertos, que reciban mayor luz natural y más aire fresco. En un país como el nuestro (con un clima fundamentalmente benevolente) eso no tiene por qué ser tan difícil. Pero hay que hacerlo activa y conscientemente.

Lo segundo es salir de la casa. Si es verdad que los niños no pueden, como antes, jugar en la calle con libertad, también es cierto que existen espacios que podemos aprovechar, y hábitos que debemos abrazar. Es un cambio de estilo de vida que no puede traer más que beneficios. Dejar el coche un poco y caminar más; tomar la bicicleta; ir al parque, al bosque, a la montaña, no de forma especial cada seis meses, sino de forma cotidiana. Ejercitarse no solo en gimnasios cerrados, sino también en espacios abiertos. La televisión y los videojuegos tienen riesgos por todos conocidos; pero uno de los mayores es éste: que nos han alejado de las ventanas y los jardines. Esto va para nosotros y, con aun mayor razón, para nuestros hijos.

Somos la Generación Encerrada, pero no tenemos que serlo. Estamos a tiempo.

@franciscogpr


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