/ miércoles 5 de mayo de 2021

La decepción de la 4T

Abel Campirano Marin

La oferta principal del entonces candidato Andrés Manuel López Obrador era abatir la corrupción y la pobreza y acabar con la delincuencia a través de un método simple: combatir las causas.

Una propuesta que abrigó esperanza generalizada en la población en el sentido que con un viraje importante del derrotero ideológico, el País encontraría por fin el rumbo y recuperaría los tiempos perdidos del pasado, y la paz y la recuperación económica estarían garantizadas. Se respetaría la Constitución y sus leyes reglamentarias. Se restablecería el orden. Así se vendió la idea. Y los electores la compramos.

A su ambicioso proyecto lo denominó la 4T una suerte de acrónimo que condensaba lo que sonaba esperanzador: después de la lucha por la independencia, la guerra de reforma y la revolución mexicana, llegaría por fin la tan anhelada transformación social, política, económica y jurídica de México, que mejoraría sustancialmente nuestras condiciones de vida y de paso colocaría a su líder ideológico en un sitio privilegiado en las páginas de la historia patria.

Tres años después la desilusión crece. Los cantados beneficios económicos generalizados no llegan; solo se han beneficiado y en forma relativa ciertos sectores de la población como segmentos de adultos mayores, jóvenes que supuestamente estarían construyendo su futuro propio, y agricultores que recibirían dinero a cambio de sembrar y cultivar tantos árboles maderables como frutales pudieran.

Pero ahí no paraba el poderoso avance de una maquinaria de transformación; se cancelaría una obra tachada de fraudulenta como era el aeropuerto de Texcoco, para construir otro en Santa Lucía; se otorgarían mayores apoyos a las refinerías y se construiría una todavía más grande en Dos Bocas y no solo eso, se detonaría económicamente el sureste mexicano con la construcción del tren maya y en el culmen de una política presupuestaria de austeridad, se vendería el avión presidencial; el presidente viajaría en vuelos comerciales y por tierra en vehículos austeros; nadie ganaría sueldo mayor que el Presidente y además se ofrecía no incrementar el precio de las gasolinas, el gas y la luz, los salarios aumentarían y no se crearían más impuestos.

Y empezamos a tambor batiente: en un Jetta blanco sin escoltas arribaba el Presidente a San Lázaro a rendir protesta; el entusiasmo se desbordó, la alegría era incontrolable y empezando a tambor batiente. Nada podía pintar mejor. El ídolo tenía a su público en la bolsa.

Del 1 de diciembre de 2018 a la fecha de publicación de este artículo, las cosas han cambiado y mucho. Dos años y cuatro meses después no estamos para nada bien.

Ni se castigó a los responsables de los supuestos fraudes del aeropuerto de Texcoco y en cambio se pagaron millonarias indemnizaciones, ni se castigó a los huachicoleros; ni se enjuició a Lozoya; ni se enjuició a los expresidentes; ni se le enjuició al defraudador de Altos Hornos; se apostó por las energías sucias cuando el mundo industrializado voltea hacia las energías limpias; se plegó la soberanía convirtiendo la guardia nacional en policía fronteriza al servicio del exterior; el avión no se vendió, se rifó y nunca se entregó a los ganadores; muchos funcionarios ganan más que el Presidente; los precios de los combustibles han amentado; la canasta básica también y se ha venido arremetiendo en contra de las instituciones, en lugar de castigar la delincuencia se pide a las abuelas que corrijan a los que secuestran, roban, asesinan y comercian droga; abrazos, no balazos; la riqueza económica del sureste no llegará a sus destinatarios, se quedará en manos de la Sedena; el manejo errático de la pandemia nos ha dejado en cifras reales más de 400,000 muertos, las caravanas de Suburbans blindadas han sustituido al Jetta; se abandona Los Pinos para irse a vivir a Palacio; se desdeña al feminismo se solapa la violencia y así podríamos seguirle.

Mientras, le exigimos al Vaticano y a España que pidan perdón a los pueblos indígenas, le reclamamos a Austria el Penacho de Moctezuma; hacemos el ridículo en las cumbres internacionales hablando de cosas que no están en la agenda; nos timan con las vacunas; le andamos pidiendo perdón a los Mayas mientras les quitamos sus tierras; tenemos nulo crecimiento, desabasto de medicinas, niños con cáncer muriéndose y la pléyade de incompetentes y aprovechados de la 4T disfrutan de los excesos que tanto criticaba su líder en campaña como nuestra Embajadora en Turquía, viajando a Chetumal en primera clase muy oronda y pedante presumiendo su amistad con el Tlatoani y viviendo del presupuesto.

Esa es nuestra realidad. La decepción de la 4T.

* Doctor en Derecho

Abel Campirano Marin

La oferta principal del entonces candidato Andrés Manuel López Obrador era abatir la corrupción y la pobreza y acabar con la delincuencia a través de un método simple: combatir las causas.

Una propuesta que abrigó esperanza generalizada en la población en el sentido que con un viraje importante del derrotero ideológico, el País encontraría por fin el rumbo y recuperaría los tiempos perdidos del pasado, y la paz y la recuperación económica estarían garantizadas. Se respetaría la Constitución y sus leyes reglamentarias. Se restablecería el orden. Así se vendió la idea. Y los electores la compramos.

A su ambicioso proyecto lo denominó la 4T una suerte de acrónimo que condensaba lo que sonaba esperanzador: después de la lucha por la independencia, la guerra de reforma y la revolución mexicana, llegaría por fin la tan anhelada transformación social, política, económica y jurídica de México, que mejoraría sustancialmente nuestras condiciones de vida y de paso colocaría a su líder ideológico en un sitio privilegiado en las páginas de la historia patria.

Tres años después la desilusión crece. Los cantados beneficios económicos generalizados no llegan; solo se han beneficiado y en forma relativa ciertos sectores de la población como segmentos de adultos mayores, jóvenes que supuestamente estarían construyendo su futuro propio, y agricultores que recibirían dinero a cambio de sembrar y cultivar tantos árboles maderables como frutales pudieran.

Pero ahí no paraba el poderoso avance de una maquinaria de transformación; se cancelaría una obra tachada de fraudulenta como era el aeropuerto de Texcoco, para construir otro en Santa Lucía; se otorgarían mayores apoyos a las refinerías y se construiría una todavía más grande en Dos Bocas y no solo eso, se detonaría económicamente el sureste mexicano con la construcción del tren maya y en el culmen de una política presupuestaria de austeridad, se vendería el avión presidencial; el presidente viajaría en vuelos comerciales y por tierra en vehículos austeros; nadie ganaría sueldo mayor que el Presidente y además se ofrecía no incrementar el precio de las gasolinas, el gas y la luz, los salarios aumentarían y no se crearían más impuestos.

Y empezamos a tambor batiente: en un Jetta blanco sin escoltas arribaba el Presidente a San Lázaro a rendir protesta; el entusiasmo se desbordó, la alegría era incontrolable y empezando a tambor batiente. Nada podía pintar mejor. El ídolo tenía a su público en la bolsa.

Del 1 de diciembre de 2018 a la fecha de publicación de este artículo, las cosas han cambiado y mucho. Dos años y cuatro meses después no estamos para nada bien.

Ni se castigó a los responsables de los supuestos fraudes del aeropuerto de Texcoco y en cambio se pagaron millonarias indemnizaciones, ni se castigó a los huachicoleros; ni se enjuició a Lozoya; ni se enjuició a los expresidentes; ni se le enjuició al defraudador de Altos Hornos; se apostó por las energías sucias cuando el mundo industrializado voltea hacia las energías limpias; se plegó la soberanía convirtiendo la guardia nacional en policía fronteriza al servicio del exterior; el avión no se vendió, se rifó y nunca se entregó a los ganadores; muchos funcionarios ganan más que el Presidente; los precios de los combustibles han amentado; la canasta básica también y se ha venido arremetiendo en contra de las instituciones, en lugar de castigar la delincuencia se pide a las abuelas que corrijan a los que secuestran, roban, asesinan y comercian droga; abrazos, no balazos; la riqueza económica del sureste no llegará a sus destinatarios, se quedará en manos de la Sedena; el manejo errático de la pandemia nos ha dejado en cifras reales más de 400,000 muertos, las caravanas de Suburbans blindadas han sustituido al Jetta; se abandona Los Pinos para irse a vivir a Palacio; se desdeña al feminismo se solapa la violencia y así podríamos seguirle.

Mientras, le exigimos al Vaticano y a España que pidan perdón a los pueblos indígenas, le reclamamos a Austria el Penacho de Moctezuma; hacemos el ridículo en las cumbres internacionales hablando de cosas que no están en la agenda; nos timan con las vacunas; le andamos pidiendo perdón a los Mayas mientras les quitamos sus tierras; tenemos nulo crecimiento, desabasto de medicinas, niños con cáncer muriéndose y la pléyade de incompetentes y aprovechados de la 4T disfrutan de los excesos que tanto criticaba su líder en campaña como nuestra Embajadora en Turquía, viajando a Chetumal en primera clase muy oronda y pedante presumiendo su amistad con el Tlatoani y viviendo del presupuesto.

Esa es nuestra realidad. La decepción de la 4T.

* Doctor en Derecho