/ domingo 17 de febrero de 2019

La ciudad fresca que tuvimos

Cuando el destino nos alcanzó y empezamos a reconocer la importancia de los árboles en la vida de los seres humanos, debimos reconocer a nuestra generación de mexicanos, jaliscienses o tapatíos como la prehistoria de una ciudad distintiva en México por sus parques y zonas arboladas además de un clima agradable y que se ha convertido en una de las Áreas Metropolitanas con mayor deforestación en manos del interés inmobiliario, particularmente en medio de la incultura y la irresponsabilidad institucional de no valorar lo perdido al transformarse nuestro hábitat en una ciudad con dos y hasta tres grados más de temperatura promedio y al compararla, inevitablemente, con aquella en la cual algunos nacimos hace de cuatro, cinco o más décadas.

En ese contexto, los intentos de la función pública por recuperar y proteger en el Área Metropolitana nuestro arbolado son plausibles, aun cuando el esfuerzo sólo de algunos munícipes como el de Zapopan requiera mayor profundidad para llegar al principal de los niveles educativos y culturales de la población, como es la educación básica.

Por ello resulta trascendente recuperar en la educación el significado de un árbol para la calidad de vida de la sociedad humana y reaprender, como sucedió a la generación a la que pertenezco, las virtudes de vivir cerca o en el entorno de un parque, un bosque urbano, un arbusto, un patio macetero, pero sobre todo un árbol.

Como aquellos evocados en mi primaria por mis profesores y maestras como fuente de vida, sombra, frescura pero sobretodo agua, bajo el ciclo de la vida tan elemental y comprensible donde ninguno tenía la formación de un científico naturalista para valorar la importancia de su defensa.

Todos los municipios del país deberían tener como prioridad esa política pública al considerar a México dentro de la estadística de las naciones con mayor deforestación y, paradójicamente, mayor diversidad de flora y fauna en el mundo. Por ello, el Artículo 33 del Reglamento de Protección del Arbolado en Zapopan, en el cual se indica “…se deberán atender los árboles establecidos en sitios inadecuados tales como banquetas angostas menores a 1.5 metros de ancho, con arriates menores a .50 cm. debajo de puentes peatonales o que interfieran con accesos o que ocasionen daños a la vía pública o propiedad particular”, a partir de una connotación de problemática para el peatón, usuario de la ciudad o propietario.

Lo cual es contraproducente frente a la esencia misma de la cultura de la vida que debe poner por encima de la propiedad privada todos los factores relacionados con la biodiversidad y fundamentalmente los árboles y en consecuencia: el agua.

Con esa orientación el municipio con evidentes avances es Zapopan al identificarse con el slogan: “la Ciudad de los Niños”.

El cual podría ir más allá de mera publicidad si se fortalece la educación integral para la vida al referirse a los valores perdidos por una generación en la cual el éxito económico y la eficiencia profesional redujeron el respeto por la naturaleza. Pero sobre todo reconocer en los verdaderos estadistas de la función pública a aquellos que observan en los niños a la próxima generación y piensan en ellos antes que en la próxima elección.



* Académico del CUAAD, UdeG

carlosm_orozco@hotmail.com

Cuando el destino nos alcanzó y empezamos a reconocer la importancia de los árboles en la vida de los seres humanos, debimos reconocer a nuestra generación de mexicanos, jaliscienses o tapatíos como la prehistoria de una ciudad distintiva en México por sus parques y zonas arboladas además de un clima agradable y que se ha convertido en una de las Áreas Metropolitanas con mayor deforestación en manos del interés inmobiliario, particularmente en medio de la incultura y la irresponsabilidad institucional de no valorar lo perdido al transformarse nuestro hábitat en una ciudad con dos y hasta tres grados más de temperatura promedio y al compararla, inevitablemente, con aquella en la cual algunos nacimos hace de cuatro, cinco o más décadas.

En ese contexto, los intentos de la función pública por recuperar y proteger en el Área Metropolitana nuestro arbolado son plausibles, aun cuando el esfuerzo sólo de algunos munícipes como el de Zapopan requiera mayor profundidad para llegar al principal de los niveles educativos y culturales de la población, como es la educación básica.

Por ello resulta trascendente recuperar en la educación el significado de un árbol para la calidad de vida de la sociedad humana y reaprender, como sucedió a la generación a la que pertenezco, las virtudes de vivir cerca o en el entorno de un parque, un bosque urbano, un arbusto, un patio macetero, pero sobre todo un árbol.

Como aquellos evocados en mi primaria por mis profesores y maestras como fuente de vida, sombra, frescura pero sobretodo agua, bajo el ciclo de la vida tan elemental y comprensible donde ninguno tenía la formación de un científico naturalista para valorar la importancia de su defensa.

Todos los municipios del país deberían tener como prioridad esa política pública al considerar a México dentro de la estadística de las naciones con mayor deforestación y, paradójicamente, mayor diversidad de flora y fauna en el mundo. Por ello, el Artículo 33 del Reglamento de Protección del Arbolado en Zapopan, en el cual se indica “…se deberán atender los árboles establecidos en sitios inadecuados tales como banquetas angostas menores a 1.5 metros de ancho, con arriates menores a .50 cm. debajo de puentes peatonales o que interfieran con accesos o que ocasionen daños a la vía pública o propiedad particular”, a partir de una connotación de problemática para el peatón, usuario de la ciudad o propietario.

Lo cual es contraproducente frente a la esencia misma de la cultura de la vida que debe poner por encima de la propiedad privada todos los factores relacionados con la biodiversidad y fundamentalmente los árboles y en consecuencia: el agua.

Con esa orientación el municipio con evidentes avances es Zapopan al identificarse con el slogan: “la Ciudad de los Niños”.

El cual podría ir más allá de mera publicidad si se fortalece la educación integral para la vida al referirse a los valores perdidos por una generación en la cual el éxito económico y la eficiencia profesional redujeron el respeto por la naturaleza. Pero sobre todo reconocer en los verdaderos estadistas de la función pública a aquellos que observan en los niños a la próxima generación y piensan en ellos antes que en la próxima elección.



* Académico del CUAAD, UdeG

carlosm_orozco@hotmail.com