/ lunes 14 de marzo de 2022

La calle es nuestra

La última vez que escribía, hablaba con cierta nostalgia de la movilización de 2020. Y hoy redacto estas líneas sumamente conmovidas por la marcha de este año.

Decenas de miles de mujeres tomamos la calle de nuevo, salimos juntas a decir que nunca nos fuimos y que nunca más tendrán el privilegio de nuestro silencio. He escuchado a más de una persona reconocer que la principal crítica y los mayores cuestionamientos e interpelaciones al statu quo actual los ha hecho el movimiento feminista. Y estoy completamente de acuerdo.

La respuesta del movimiento ante la violencia en todas sus expresiones sigue sorprendiéndome por los rincones a los que llega y todo lo que transforma. Esta edición del 8M puso al centro a las familias de personas desaparecidas y víctimas de feminicidios y eso tiene un significado y un mensaje indudablemente profundo en un escenario de brutalidad, frialdad y dolor, precisamente porque arropa, porque une, porque se suma a sus exigencias y su dolor.

Los tendederos, las denuncias y los testimonios de violencia no cesan. Y aunque duele saber de tantos casos y de tanta saña, el acompañamiento, entendimiento y la sororidad lo hacen menos ríspido, o al menos, son una muestra de que no estamos solas. La exigencia de justicia ha sido una constante del movimiento feminista y son cada vez más las voces que se le suman, son cada vez menos los ojos que prefieren mirar hacia otro lado y los oidos que se niegan a escuchar.

Hay mucho por hacer, temas de sobra por abordar y realidades por cambiar. No quiero que el reconocimiento de los logro y avances suene a panfleto triunfalista, sé que a diario perdemos hermanas, amigas, familiares, parejas; sé que las brechas económicas siguen siendo grandes; sé que incluso entre nosotras existen grandes diferencias que no deberían, pero terminan por significar grandes desigualdades, como el color de nuestra piel, nuestro nivel educativo, condición socioeconómica, étnica o el lugar donde residimos; sé que no alcanzamos el pleno reconocimiento de nuestros aportes y descubrimientos; sé que hay quienes dudan que los derechos de las mujeres sean derechos humanos. Y sin embargo, sé que cada vez somos más y que tejemos redes de apoyo, que ocupamos más espacios, que entre nosotras nos cuidamos, que sabemos que calladitas no nos vemos más bonitas.

Lo que este último 8M significó de manera personal, viene a refrendar mi compromiso de construir con, desde, para y por todas las mujeres. Porque venimos años diciendo que llegamos y no nos vamos, y porque no queda duda que las reivindicaciones y la lucha feministas han puesto ya a temblar al patriarcado.


* Vicepresidenta de Hagamos

@valeriaavila93_

La última vez que escribía, hablaba con cierta nostalgia de la movilización de 2020. Y hoy redacto estas líneas sumamente conmovidas por la marcha de este año.

Decenas de miles de mujeres tomamos la calle de nuevo, salimos juntas a decir que nunca nos fuimos y que nunca más tendrán el privilegio de nuestro silencio. He escuchado a más de una persona reconocer que la principal crítica y los mayores cuestionamientos e interpelaciones al statu quo actual los ha hecho el movimiento feminista. Y estoy completamente de acuerdo.

La respuesta del movimiento ante la violencia en todas sus expresiones sigue sorprendiéndome por los rincones a los que llega y todo lo que transforma. Esta edición del 8M puso al centro a las familias de personas desaparecidas y víctimas de feminicidios y eso tiene un significado y un mensaje indudablemente profundo en un escenario de brutalidad, frialdad y dolor, precisamente porque arropa, porque une, porque se suma a sus exigencias y su dolor.

Los tendederos, las denuncias y los testimonios de violencia no cesan. Y aunque duele saber de tantos casos y de tanta saña, el acompañamiento, entendimiento y la sororidad lo hacen menos ríspido, o al menos, son una muestra de que no estamos solas. La exigencia de justicia ha sido una constante del movimiento feminista y son cada vez más las voces que se le suman, son cada vez menos los ojos que prefieren mirar hacia otro lado y los oidos que se niegan a escuchar.

Hay mucho por hacer, temas de sobra por abordar y realidades por cambiar. No quiero que el reconocimiento de los logro y avances suene a panfleto triunfalista, sé que a diario perdemos hermanas, amigas, familiares, parejas; sé que las brechas económicas siguen siendo grandes; sé que incluso entre nosotras existen grandes diferencias que no deberían, pero terminan por significar grandes desigualdades, como el color de nuestra piel, nuestro nivel educativo, condición socioeconómica, étnica o el lugar donde residimos; sé que no alcanzamos el pleno reconocimiento de nuestros aportes y descubrimientos; sé que hay quienes dudan que los derechos de las mujeres sean derechos humanos. Y sin embargo, sé que cada vez somos más y que tejemos redes de apoyo, que ocupamos más espacios, que entre nosotras nos cuidamos, que sabemos que calladitas no nos vemos más bonitas.

Lo que este último 8M significó de manera personal, viene a refrendar mi compromiso de construir con, desde, para y por todas las mujeres. Porque venimos años diciendo que llegamos y no nos vamos, y porque no queda duda que las reivindicaciones y la lucha feministas han puesto ya a temblar al patriarcado.


* Vicepresidenta de Hagamos

@valeriaavila93_