/ miércoles 16 de diciembre de 2020

#JusticiaparaSibia

Hoy escribo por Sibia, porque Sibia ya no puede hacerlo. Es una víctima más, de los miles y miles de mujeres que sufren violencia de género, que llega hasta el asesinato. Pero su muerte no es una estadística más: hiela la sangre la forma en que fue privada de la vida, en la intimidad de su casa, enfrente de su familia, a balazos, con su hijo de 3 años como testigo, a quien le truncaron la vida, los sueños, el amor y la enseñanza de su madre, que quería enseñarle a disfrutar de la vida, sin miedos. Su hijo vio como su madre perdía la vida, entre miedo, asombro, furia e impotencia. Es verdad que la violencia se ha incrementado para todos, en lo largo y en lo ancho del país. También lo es que esta situación debe detenerse. Así como fue Sibia, podría mañana ser tu hija, tu esposa, tu madre, tu hermana, tu pareja… o tú misma.

Una búsqueda de #JusticiaPara en Twitter o Facebook te revelará algo terrible: la lista de nombres que arrojan los resultados se vuelve interminable. Detrás de cada uno de ellos hay historias que desgarran, que dejaron vidas truncas, vidas arrebatadas prematuramente y que quienes los quisieron se esfuerzan por clamar justicia, por evitar la invisibilidad de su crimen, por llamar la atención, por hacer que las autoridades sientan presión, que hagan algo, que respondan.

La justicia que no llega y que deja finales irritantes, desesperación, ira y descredito total, acompaña a la escalada del crimen organizado, a la violencia, al temor fundado de vivir en esta sociedad donde el que la hace, no la paga. Muchas denuncias se ahogan en llanto, en desesperanza, en frustración, antes de presentarse; otras, alcanzan a ocupar espacio en archiveros y a ser empantanados en la burocracia del poder judicial; otras, logran al menos ser investigadas; la increíble mayoría, no conllevan a capturar al criminal; si se logra, las sentencias casi nunca generan un castigo ejemplar y nunca, la reparación del daño a la familia ni a la comunidad.

Nadie esta exento de padecer los estragos de este síntoma de que la impunidad imperante no inhibe la comisión de los delitos. La probabilidad de que el criminal sea castigado es tan baja, que el temor a la ley o a la justicia escasean y las conductas anti sociales no son reprimidas. De la policía, ni miedo, ni respeto, ni orden ni protección nos brindan.

Ha pasado más de un mes y la justicia no llega para Sibia y las investigaciones parecen detenidas. Las autoridades deben agotar todos los recursos que tengan a su alcance para esclarecer los crímenes. Sin justicia, no hay convivencia civilizada posible. Hago un llamado a nuestros gobernantes para que más allá de sus diferencias políticas encuentren en la exigencia social de justicia una razón para trabajar coordinados, para resolver problemas que nos rebasan, que nos afectan, que son prioridad y que son más importantes que los sueños egocentristas de usar y disfrutar de su poder sin beneficiar a la comunidad que los espera, que les reclama, que les grita que trabajen que respondan, que hagan lo que tengan que hacer. Te cuento esta historia yo porque Sibia ya no está.


@carlosanguianoz en Twitter

Hoy escribo por Sibia, porque Sibia ya no puede hacerlo. Es una víctima más, de los miles y miles de mujeres que sufren violencia de género, que llega hasta el asesinato. Pero su muerte no es una estadística más: hiela la sangre la forma en que fue privada de la vida, en la intimidad de su casa, enfrente de su familia, a balazos, con su hijo de 3 años como testigo, a quien le truncaron la vida, los sueños, el amor y la enseñanza de su madre, que quería enseñarle a disfrutar de la vida, sin miedos. Su hijo vio como su madre perdía la vida, entre miedo, asombro, furia e impotencia. Es verdad que la violencia se ha incrementado para todos, en lo largo y en lo ancho del país. También lo es que esta situación debe detenerse. Así como fue Sibia, podría mañana ser tu hija, tu esposa, tu madre, tu hermana, tu pareja… o tú misma.

Una búsqueda de #JusticiaPara en Twitter o Facebook te revelará algo terrible: la lista de nombres que arrojan los resultados se vuelve interminable. Detrás de cada uno de ellos hay historias que desgarran, que dejaron vidas truncas, vidas arrebatadas prematuramente y que quienes los quisieron se esfuerzan por clamar justicia, por evitar la invisibilidad de su crimen, por llamar la atención, por hacer que las autoridades sientan presión, que hagan algo, que respondan.

La justicia que no llega y que deja finales irritantes, desesperación, ira y descredito total, acompaña a la escalada del crimen organizado, a la violencia, al temor fundado de vivir en esta sociedad donde el que la hace, no la paga. Muchas denuncias se ahogan en llanto, en desesperanza, en frustración, antes de presentarse; otras, alcanzan a ocupar espacio en archiveros y a ser empantanados en la burocracia del poder judicial; otras, logran al menos ser investigadas; la increíble mayoría, no conllevan a capturar al criminal; si se logra, las sentencias casi nunca generan un castigo ejemplar y nunca, la reparación del daño a la familia ni a la comunidad.

Nadie esta exento de padecer los estragos de este síntoma de que la impunidad imperante no inhibe la comisión de los delitos. La probabilidad de que el criminal sea castigado es tan baja, que el temor a la ley o a la justicia escasean y las conductas anti sociales no son reprimidas. De la policía, ni miedo, ni respeto, ni orden ni protección nos brindan.

Ha pasado más de un mes y la justicia no llega para Sibia y las investigaciones parecen detenidas. Las autoridades deben agotar todos los recursos que tengan a su alcance para esclarecer los crímenes. Sin justicia, no hay convivencia civilizada posible. Hago un llamado a nuestros gobernantes para que más allá de sus diferencias políticas encuentren en la exigencia social de justicia una razón para trabajar coordinados, para resolver problemas que nos rebasan, que nos afectan, que son prioridad y que son más importantes que los sueños egocentristas de usar y disfrutar de su poder sin beneficiar a la comunidad que los espera, que les reclama, que les grita que trabajen que respondan, que hagan lo que tengan que hacer. Te cuento esta historia yo porque Sibia ya no está.


@carlosanguianoz en Twitter