/ martes 5 de octubre de 2021

¿Iglesia o secta?

Cristo fundó su Iglesia hace aproximadamente 2 mil años, estableciendo para ella un fundamento sólido, capaz de soportar los peores embates. El fundamento en referencia es Jesucristo, quien dijo a los apóstoles de su tiempo que la Iglesia sería indestructible, y que las puertas del infierno no prevalecerían contra ella.

Se trata de una Iglesia que Cristo adquirió con su propia sangre, como explicó Pablo a los obispos reunidos en Mileto: “Por tanto, mirad […] por todo el rebaño en que el Espíritu Santo os ha puesto […] para apacentar la Iglesia del Señor, la cual él ganó con su propia sangre” (Hechos 20:28).

A partir de esta adquisición a precio de sangre, se puede hablar de una Iglesia propiedad de Cristo. Pero ¿qué es la Iglesia? Es el conjunto de almas redimidas por la sangre de Cristo, unidas por una misma fe en un cuerpo indivisible, y que practican por convicción la doctrina que Dios revela a sus apóstoles.

Cristo anticipó a quienes iban a formar parte de su Iglesia que serían aborrecidos de todos por causa de su nombre (Marcos 13:13). Este aborrecimiento en contra de la Iglesia no iba a ser leve, sino intenso, extremado, capaz de hacer tropezar a muchos, como advirtió el Hijo de Dios: Mateo 24:9-10.

La implacable hostilidad contra la Iglesia iba a generar sufrimiento en los fieles, pero también la bienaventuranza que Cristo mencionó: “Bienaventurados sois cuando por mi causa os vituperen y os persigan, y digan toda clase de mal contra vosotros, mintiendo” (Mateo 5:11).

El anterior texto anticipa vituperios y persecuciones contra la Iglesia, así como mentiras acerca de ella. Una de las cosas falsas que se dijeron de la Iglesia al principio es que no era una Iglesia, sino una secta, incitando con tal calificativo al linchamiento físico y moral de sus miembros.

A Cristo Jesús lo descalificaron en su tiempo como piedra angular de la Iglesia; sin embargo, “la piedra que desecharon los edificadores ha venido a ser cabeza del ángulo”. A Pablo, orgulloso apóstol de los gentiles, los religiosos de su época lo calificaron como cabecilla de la secta de los nazarenos: “Porque hemos hallado que este hombre es una plaga, y promotor de sediciones entre todos los judíos por todo el mundo, y cabecilla de la secta de los nazarenos” (Hechos 24:5).

Sí hubo sectas en el tiempo de Cristo, y eran justamente los pseudorreligiosos que llamaron secta a su Iglesia. Me refiero a los saduceos (Hechos 5:17), fariseos (Hechos 15:5) y esenios, entre otras sectas de la época.

Desde aquellos tiempos, el término “secta” ha tenido un sentido peyorativo y de burla, aunque los que usan la expresión afirmen lo contrario, por no quererse ver como lo que son: intolerantes.

Actualmente, cuando se adjudica el término a un grupo religioso, se busca que la sociedad vea a dicho grupo como abusivo, controlador de la mente y autoritario; un grupo que representa un peligro para la sociedad, razón por la cual debe ser suprimido.

Dicho de otra manera, el término conlleva una connotación social negativa, y no pocos encuentran en la expresión significados que se relacionan con la separación, la disidencia, la marginación, la ruptura, la heterodoxia.

Una secta, aseveran algunos, tiene como líder religioso a una persona con poder absoluto sobre sus seguidores, a los que manipula con fines oscuros y lava el cerebro para que no puedan abandonar el grupo.

Para éstos, una secta es un grupo religioso cerrado, que nace por oposición a las Iglesias institucionales establecidas y por oposición al mundo. Se coloca a las iglesias por encima de las sectas, lo cual es discriminatorio y contrario a las leyes que prohíben la discriminación.

Antes de calificar como secta a un grupo, debería analizarse el tema desde tres perspectivas: la histórica, la sociológica y la jurídica.

Históricamente, secta es el grupo que se separa de otro, lo que implica analizar los orígenes e historia del grupo que se conceptúa como secta, para ver si realmente se separó del tronco de una religión. Si no hay tal separación, se falta tendenciosamente a la verdad.

Sociológicamente, es un grupo hermético, que se enclaustra y evita darse a conocer al mundo. Para saber si estamos ante una secta, debemos ver si lo que calificamos como tal es un grupo que opera en secreto o en claustros semejantes a los que fundaron las órdenes religiosas de la iglesia mayoritaria.

Jurídicamente, la Constitución y la Ley de Asociaciones Religiosas y Culto Público (LARCP) reconocen en México la existencia de iglesias y asociaciones religiosas. Para estos ordenamientos jurídicos no existen sectas. El término es discriminatorio y violenta el principio de igualdad jurídica de las asociaciones religiosas, porque si todas las iglesias son iguales ante la ley en derechos y obligaciones, según el artículo 6° de la LARCP, no tiene por qué llamarse sectas a las iglesias, ofreciendo a la opinión pública una representación tergiversada de ellas.


Cristo fundó su Iglesia hace aproximadamente 2 mil años, estableciendo para ella un fundamento sólido, capaz de soportar los peores embates. El fundamento en referencia es Jesucristo, quien dijo a los apóstoles de su tiempo que la Iglesia sería indestructible, y que las puertas del infierno no prevalecerían contra ella.

Se trata de una Iglesia que Cristo adquirió con su propia sangre, como explicó Pablo a los obispos reunidos en Mileto: “Por tanto, mirad […] por todo el rebaño en que el Espíritu Santo os ha puesto […] para apacentar la Iglesia del Señor, la cual él ganó con su propia sangre” (Hechos 20:28).

A partir de esta adquisición a precio de sangre, se puede hablar de una Iglesia propiedad de Cristo. Pero ¿qué es la Iglesia? Es el conjunto de almas redimidas por la sangre de Cristo, unidas por una misma fe en un cuerpo indivisible, y que practican por convicción la doctrina que Dios revela a sus apóstoles.

Cristo anticipó a quienes iban a formar parte de su Iglesia que serían aborrecidos de todos por causa de su nombre (Marcos 13:13). Este aborrecimiento en contra de la Iglesia no iba a ser leve, sino intenso, extremado, capaz de hacer tropezar a muchos, como advirtió el Hijo de Dios: Mateo 24:9-10.

La implacable hostilidad contra la Iglesia iba a generar sufrimiento en los fieles, pero también la bienaventuranza que Cristo mencionó: “Bienaventurados sois cuando por mi causa os vituperen y os persigan, y digan toda clase de mal contra vosotros, mintiendo” (Mateo 5:11).

El anterior texto anticipa vituperios y persecuciones contra la Iglesia, así como mentiras acerca de ella. Una de las cosas falsas que se dijeron de la Iglesia al principio es que no era una Iglesia, sino una secta, incitando con tal calificativo al linchamiento físico y moral de sus miembros.

A Cristo Jesús lo descalificaron en su tiempo como piedra angular de la Iglesia; sin embargo, “la piedra que desecharon los edificadores ha venido a ser cabeza del ángulo”. A Pablo, orgulloso apóstol de los gentiles, los religiosos de su época lo calificaron como cabecilla de la secta de los nazarenos: “Porque hemos hallado que este hombre es una plaga, y promotor de sediciones entre todos los judíos por todo el mundo, y cabecilla de la secta de los nazarenos” (Hechos 24:5).

Sí hubo sectas en el tiempo de Cristo, y eran justamente los pseudorreligiosos que llamaron secta a su Iglesia. Me refiero a los saduceos (Hechos 5:17), fariseos (Hechos 15:5) y esenios, entre otras sectas de la época.

Desde aquellos tiempos, el término “secta” ha tenido un sentido peyorativo y de burla, aunque los que usan la expresión afirmen lo contrario, por no quererse ver como lo que son: intolerantes.

Actualmente, cuando se adjudica el término a un grupo religioso, se busca que la sociedad vea a dicho grupo como abusivo, controlador de la mente y autoritario; un grupo que representa un peligro para la sociedad, razón por la cual debe ser suprimido.

Dicho de otra manera, el término conlleva una connotación social negativa, y no pocos encuentran en la expresión significados que se relacionan con la separación, la disidencia, la marginación, la ruptura, la heterodoxia.

Una secta, aseveran algunos, tiene como líder religioso a una persona con poder absoluto sobre sus seguidores, a los que manipula con fines oscuros y lava el cerebro para que no puedan abandonar el grupo.

Para éstos, una secta es un grupo religioso cerrado, que nace por oposición a las Iglesias institucionales establecidas y por oposición al mundo. Se coloca a las iglesias por encima de las sectas, lo cual es discriminatorio y contrario a las leyes que prohíben la discriminación.

Antes de calificar como secta a un grupo, debería analizarse el tema desde tres perspectivas: la histórica, la sociológica y la jurídica.

Históricamente, secta es el grupo que se separa de otro, lo que implica analizar los orígenes e historia del grupo que se conceptúa como secta, para ver si realmente se separó del tronco de una religión. Si no hay tal separación, se falta tendenciosamente a la verdad.

Sociológicamente, es un grupo hermético, que se enclaustra y evita darse a conocer al mundo. Para saber si estamos ante una secta, debemos ver si lo que calificamos como tal es un grupo que opera en secreto o en claustros semejantes a los que fundaron las órdenes religiosas de la iglesia mayoritaria.

Jurídicamente, la Constitución y la Ley de Asociaciones Religiosas y Culto Público (LARCP) reconocen en México la existencia de iglesias y asociaciones religiosas. Para estos ordenamientos jurídicos no existen sectas. El término es discriminatorio y violenta el principio de igualdad jurídica de las asociaciones religiosas, porque si todas las iglesias son iguales ante la ley en derechos y obligaciones, según el artículo 6° de la LARCP, no tiene por qué llamarse sectas a las iglesias, ofreciendo a la opinión pública una representación tergiversada de ellas.