/ miércoles 12 de agosto de 2020

Humanizar la crisis

El Covid-19 revoluciono nuestras vidas. Nos hizo valorar a nuestros seres queridos, a nuestra familia, a nuestros amigos. También recupero la conciencia de que sin tener salud, todo lo demás no es suficiente. Después de haber recorrido meses de pandemia, que creímos seria pasajera, se volvió interminable y se alargó hasta nuestros días, sin verse aún luz al final del camino. El virus es nuestro compañero cotidiano y estamos aprendiendo a vivir con él, a pesar de él.

Los humanos somos una especie con gran capacidad de adaptación. La evolución humana así lo registra. La vida postmoderna nos ha vuelto agiles para desaprender y volver a aprender, para romper paradigmas, para reducir apegos y para evitar volvernos anacrónicos y obsoletos ante los inevitables cambios, que se presentan tras periodos cada vez más cortos de tiempo. En medio de esa imparable espiral de cambios evolutivos, nuestros mecanismos de defensa nos han permitido vencer miedos, enfrentando peligros, como los que representa la inseguridad pública y el crimen organizado. Hemos superado las inconveniencias y problemática de vivir en megalópolis, sorteando fenómenos demográficos, naturales e incluso socio políticos.

Ahora, quienes habitamos la megalópolis de Guadalajara, hemos empezado a superar la capacidad de sorpresa, el miedo y la frustración que nos provocan los delincuentes, los criminales y los amantes de lo ajeno. No hemos resuelto el asunto de fondo, pero hemos cambiado nuestras formas para seguir adelante pese a lo difícil que se ha presentado la situación. Parce que no nos afecta, pero en realidad, las repercusiones de salud y la modificación de hábitos de vida y los estilos de convivencia social están muy afectados.

Acostumbrarse a un problema no significa que haya tenido solución. Así, tras la pandemia, después del interés creciente por conocer sobre el virus, sus consecuencias, su prevención y todo lo posible con relación a él y nosotros, hemos perdido el asombro, reducimos la atención que le prestamos, incluso hemos debilitado nuestras medidas de higiene y aseo personal, empezamos a intentar hacer una vida más parecida a como era antes de au aparición, aunque ello implique más riesgo, incrementando el porcentaje de posibilidades de contagio, enfermedad y muerte.

Hoy se habla con naturalidad del coronavirus, del COVID -19, de las personas de nuestro círculo familiar y social cercano que ya contrajeron la enfermedad, de los famosos y personajes de la sociedad que lo han tenido y lo van teniendo. Nos estamos acostumbrando a eso. Y estamos perdiendo sensibilidad, respeto y humanidad ante los estragos que ha causado, ante la tragedia que ha representado para millones de mexicanos, que han perdido empleo, negocio, ocupación, vivienda, familia, salud o la vida.

Hoy es momento de detenerse y pensar en la larga estela de dolor que ha dejado a su paso esta enfermedad. Hay que ser empáticos con quienes ya sufrieron pérdidas. Debemos agradecer si es que aún no formamos parte de la estadística de afectados y procurar solidarizarnos con quienes sí lo han sido. El dolor de nuestros semejantes es ya un signo de nuestro tiempo y está grabado ya en nuestra comunidad. Resiliencia, apoyo mutuo, responsabilidad social y sobre todo, mostrar humanidad ante este mal real y acechante, nos obliga a transformar nuestra vida cotidiana. Seamos sensibles. Cerca de nosotros hay más de alguien que necesita de nuestro apoyo. Y quizá seamos nosotros mismos quienes lo necesitemos en el futuro cercano.

www.inteligenciapolitica.org

@carlosanguianoz en Twitter

El Covid-19 revoluciono nuestras vidas. Nos hizo valorar a nuestros seres queridos, a nuestra familia, a nuestros amigos. También recupero la conciencia de que sin tener salud, todo lo demás no es suficiente. Después de haber recorrido meses de pandemia, que creímos seria pasajera, se volvió interminable y se alargó hasta nuestros días, sin verse aún luz al final del camino. El virus es nuestro compañero cotidiano y estamos aprendiendo a vivir con él, a pesar de él.

Los humanos somos una especie con gran capacidad de adaptación. La evolución humana así lo registra. La vida postmoderna nos ha vuelto agiles para desaprender y volver a aprender, para romper paradigmas, para reducir apegos y para evitar volvernos anacrónicos y obsoletos ante los inevitables cambios, que se presentan tras periodos cada vez más cortos de tiempo. En medio de esa imparable espiral de cambios evolutivos, nuestros mecanismos de defensa nos han permitido vencer miedos, enfrentando peligros, como los que representa la inseguridad pública y el crimen organizado. Hemos superado las inconveniencias y problemática de vivir en megalópolis, sorteando fenómenos demográficos, naturales e incluso socio políticos.

Ahora, quienes habitamos la megalópolis de Guadalajara, hemos empezado a superar la capacidad de sorpresa, el miedo y la frustración que nos provocan los delincuentes, los criminales y los amantes de lo ajeno. No hemos resuelto el asunto de fondo, pero hemos cambiado nuestras formas para seguir adelante pese a lo difícil que se ha presentado la situación. Parce que no nos afecta, pero en realidad, las repercusiones de salud y la modificación de hábitos de vida y los estilos de convivencia social están muy afectados.

Acostumbrarse a un problema no significa que haya tenido solución. Así, tras la pandemia, después del interés creciente por conocer sobre el virus, sus consecuencias, su prevención y todo lo posible con relación a él y nosotros, hemos perdido el asombro, reducimos la atención que le prestamos, incluso hemos debilitado nuestras medidas de higiene y aseo personal, empezamos a intentar hacer una vida más parecida a como era antes de au aparición, aunque ello implique más riesgo, incrementando el porcentaje de posibilidades de contagio, enfermedad y muerte.

Hoy se habla con naturalidad del coronavirus, del COVID -19, de las personas de nuestro círculo familiar y social cercano que ya contrajeron la enfermedad, de los famosos y personajes de la sociedad que lo han tenido y lo van teniendo. Nos estamos acostumbrando a eso. Y estamos perdiendo sensibilidad, respeto y humanidad ante los estragos que ha causado, ante la tragedia que ha representado para millones de mexicanos, que han perdido empleo, negocio, ocupación, vivienda, familia, salud o la vida.

Hoy es momento de detenerse y pensar en la larga estela de dolor que ha dejado a su paso esta enfermedad. Hay que ser empáticos con quienes ya sufrieron pérdidas. Debemos agradecer si es que aún no formamos parte de la estadística de afectados y procurar solidarizarnos con quienes sí lo han sido. El dolor de nuestros semejantes es ya un signo de nuestro tiempo y está grabado ya en nuestra comunidad. Resiliencia, apoyo mutuo, responsabilidad social y sobre todo, mostrar humanidad ante este mal real y acechante, nos obliga a transformar nuestra vida cotidiana. Seamos sensibles. Cerca de nosotros hay más de alguien que necesita de nuestro apoyo. Y quizá seamos nosotros mismos quienes lo necesitemos en el futuro cercano.

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