/ martes 24 de septiembre de 2019

Ética y credibilidad

“El amor al dinero es la raíz de todos los males”, sostuvo en el pasado el apóstol Pablo. Inicio mi columna con esta frase bíblica porque estoy totalmente convencido de que uno de los grandes males de los medios de comunicación es la desmedida inclinación hacia la prosperidad económica, lo que lleva a muchos medios a prescindir de la ética a la hora en que sus periodistas construyen un texto informativo.

Lo que muchas empresas periodísticas no han tomado en cuenta es que la entrada de recursos por concepto de publicidad es y será siempre consecuencia del buen ejercicio periodístico, el cual debe ser acompañado en todo momento de la ética informativa, la única que puede evitar que la información sea reducida a mera mercancía.

María Dolores Masana, vicepresidenta de la Comisión de Quejas y Deontología de la FAPE, señala en uno de sus artículos de opinión publicado en el diario El País: “perder credibilidad es lo peor que le puede ocurrir a un medio de comunicación”. Esto es cierto, como también es verdad que ganar credibilidad a través de trabajos periodísticos de calidad, que se ajusten en todo tiempo a los principios de la ética, es lo mejor que le puede pasar a un medio de comunicación, lo mismo en su parte informativa que administrativa.

Cualquier texto periodístico, si busca ser ético, deben crearse con rigor informativo y con la debida contrastación, teniendo como base una investigación seria y responsable, y pensando en el derecho del público a recibir una información completa y veraz, tal como lo dispone la Declaración Universal de Derechos Humanos en su artículo 19.

La autora hispana, mencionada en el párrafo tercero de esta columna, hace una afirmación con la que coincido totalmente: “En periodismo la deontología profesional es la única garantía para la credibilidad de los medios ante los ciudadanos”. Y añade con conocimiento de causa: “La supervivencia del periodismo depende de la responsabilidad ética que los medios asuman respecto a los derechos de los ciudadanos a recibir una información veraz mediante una buena praxis de la profesión periodística”.

Para satisfacer el derecho de las audiencias a la información, las y los periodistas deben garantizar en todo tiempo la calidad de los contenidos, teniendo como base el cumplimiento de las normas deontológicas. Esto va mucho más allá de la autorregulación periodística en lo relativo a la parte informativa. Se requieren, además, normas de conducta publicitarias en la parte administrativa, que prohíban entre otras cosas el soborno y la publicidad engañosa.

Estos códigos éticos, a los que Ernesto Villanueva considera “compromisos establecidos entre periodistas y ciudadanos”, son necesarios porque la publicidad oficial, como afirma el escritor Alfredo García Luarte, “no tiene una regulación legal específica en cuanto a su objeto, definición, finalidad, control y mecanismos técnicos y jurídicos que determinen la forma en que los órganos del Estado deben realizar su inversión en difusión”.

El autor antes mencionado refiere que la falta de regulación “ha dejado el campo abierto para un mal uso de la publicidad oficial, la que en algunos casos ha sido denunciada como una herramienta de intervención política”. Lo que ocurrió en el anterior sexenio prueba de manera contundente lo que García Luarte sostiene cuando escribe sobre la publicidad oficial, un mecanismo que fue empleado en el pasado para premiar o castigar a los medios en función de sus líneas informativas.

Importa, y mucho, que estas reglas de auto regulación sean observadas por todos los trabajadores de los medios de comunicación: periodistas, comunicadores y empresarios del sector. También es importante que el público, en defensa de su derecho a ser debidamente informado, levante la voz cada vez que un periodista publica textos exagerados y sensacionalistas, que no son otra cosa que una forma de engaño a los receptores de las informaciones.

No hacerlo afecta considerablemente el derecho a la información y la libertad de expresión, principios que debemos preservar inalterables, sin confundirlos nunca con la práctica nociva que caracteriza a los medios informativos que creen que la libre expresión es sinónimo de vender escándalos y rumores sin confirmar.

Sobre las ventajas de ser éticos al informar, Javier Darío Restrepo nos recuerda lo dicho primero por Adela Cortina y posteriormente por Fernando Savater: "la clientela fiel para un negocio es aquella que encuentra credibilidad en la empresa. Si hay credibilidad el cliente se mantiene fiel”. Esta realidad lleva al experto colombiano en ética periodística a concluir "que la ética vende y las empresas lo están entendiendo así”.

Estará de acuerdo conmigo, estimado lector, que la ética genera credibilidad en el medio, y ésta trae como resultado la fidelidad de las audiencias, tan necesaria en la actual era de la digitalización, en la que emigrar a otros medios será siempre una posibilidad latente, sobre todo si el medio de su preferencia ha dejado de ser ético en el manejo de sus informaciones.

Twitter: @armayacastro


“El amor al dinero es la raíz de todos los males”, sostuvo en el pasado el apóstol Pablo. Inicio mi columna con esta frase bíblica porque estoy totalmente convencido de que uno de los grandes males de los medios de comunicación es la desmedida inclinación hacia la prosperidad económica, lo que lleva a muchos medios a prescindir de la ética a la hora en que sus periodistas construyen un texto informativo.

Lo que muchas empresas periodísticas no han tomado en cuenta es que la entrada de recursos por concepto de publicidad es y será siempre consecuencia del buen ejercicio periodístico, el cual debe ser acompañado en todo momento de la ética informativa, la única que puede evitar que la información sea reducida a mera mercancía.

María Dolores Masana, vicepresidenta de la Comisión de Quejas y Deontología de la FAPE, señala en uno de sus artículos de opinión publicado en el diario El País: “perder credibilidad es lo peor que le puede ocurrir a un medio de comunicación”. Esto es cierto, como también es verdad que ganar credibilidad a través de trabajos periodísticos de calidad, que se ajusten en todo tiempo a los principios de la ética, es lo mejor que le puede pasar a un medio de comunicación, lo mismo en su parte informativa que administrativa.

Cualquier texto periodístico, si busca ser ético, deben crearse con rigor informativo y con la debida contrastación, teniendo como base una investigación seria y responsable, y pensando en el derecho del público a recibir una información completa y veraz, tal como lo dispone la Declaración Universal de Derechos Humanos en su artículo 19.

La autora hispana, mencionada en el párrafo tercero de esta columna, hace una afirmación con la que coincido totalmente: “En periodismo la deontología profesional es la única garantía para la credibilidad de los medios ante los ciudadanos”. Y añade con conocimiento de causa: “La supervivencia del periodismo depende de la responsabilidad ética que los medios asuman respecto a los derechos de los ciudadanos a recibir una información veraz mediante una buena praxis de la profesión periodística”.

Para satisfacer el derecho de las audiencias a la información, las y los periodistas deben garantizar en todo tiempo la calidad de los contenidos, teniendo como base el cumplimiento de las normas deontológicas. Esto va mucho más allá de la autorregulación periodística en lo relativo a la parte informativa. Se requieren, además, normas de conducta publicitarias en la parte administrativa, que prohíban entre otras cosas el soborno y la publicidad engañosa.

Estos códigos éticos, a los que Ernesto Villanueva considera “compromisos establecidos entre periodistas y ciudadanos”, son necesarios porque la publicidad oficial, como afirma el escritor Alfredo García Luarte, “no tiene una regulación legal específica en cuanto a su objeto, definición, finalidad, control y mecanismos técnicos y jurídicos que determinen la forma en que los órganos del Estado deben realizar su inversión en difusión”.

El autor antes mencionado refiere que la falta de regulación “ha dejado el campo abierto para un mal uso de la publicidad oficial, la que en algunos casos ha sido denunciada como una herramienta de intervención política”. Lo que ocurrió en el anterior sexenio prueba de manera contundente lo que García Luarte sostiene cuando escribe sobre la publicidad oficial, un mecanismo que fue empleado en el pasado para premiar o castigar a los medios en función de sus líneas informativas.

Importa, y mucho, que estas reglas de auto regulación sean observadas por todos los trabajadores de los medios de comunicación: periodistas, comunicadores y empresarios del sector. También es importante que el público, en defensa de su derecho a ser debidamente informado, levante la voz cada vez que un periodista publica textos exagerados y sensacionalistas, que no son otra cosa que una forma de engaño a los receptores de las informaciones.

No hacerlo afecta considerablemente el derecho a la información y la libertad de expresión, principios que debemos preservar inalterables, sin confundirlos nunca con la práctica nociva que caracteriza a los medios informativos que creen que la libre expresión es sinónimo de vender escándalos y rumores sin confirmar.

Sobre las ventajas de ser éticos al informar, Javier Darío Restrepo nos recuerda lo dicho primero por Adela Cortina y posteriormente por Fernando Savater: "la clientela fiel para un negocio es aquella que encuentra credibilidad en la empresa. Si hay credibilidad el cliente se mantiene fiel”. Esta realidad lleva al experto colombiano en ética periodística a concluir "que la ética vende y las empresas lo están entendiendo así”.

Estará de acuerdo conmigo, estimado lector, que la ética genera credibilidad en el medio, y ésta trae como resultado la fidelidad de las audiencias, tan necesaria en la actual era de la digitalización, en la que emigrar a otros medios será siempre una posibilidad latente, sobre todo si el medio de su preferencia ha dejado de ser ético en el manejo de sus informaciones.

Twitter: @armayacastro