/ jueves 30 de enero de 2020

Esclavo de los resultados

El juego político exige de alto rendimiento y un liderazgo firme, fuerte, que supere las inevitables crisis y enfrente los retos con decisión y conocimiento tanto en la cancha gubernamental, como en los vestidores del equipo del gobernante.

El Presidente de México, los Gobernadores de los estados, los Presidentes Municipales, encabezan la conducción del Poder Ejecutivo en su respectivo orden de gobierno. Según el registro histórico aunque existan excepciones por declinación, incapacidad, traición o disputa interna del poder, se convierten en decididores en sus respectivos partidos, así como modelo de conducta y escuela de sus subordinados, son jefes políticos, referencia y aspiracional de miembros de su equipo de trabajo, colaboradores, simpatizantes e incluso de ciudadanos que voluntariamente asumen que son representantes idealizados –por cierto tiempo- del como deben de ser todos los gobernantes, los políticos, los hombres y mujeres que enfrentan la conducción social desde el espacio público.

Aunque hay excepciones que confirman la regla, ganar una elección y encabezar gobiernos es una consecuencia de haber tomado decisiones correctas, de haber integrado equipos funcionales que trabajan en búsqueda de objetivos comunes, de ejercer mando, decisión, liderazgo, así como de compartir una visión que mantiene al equipo en búsqueda de avanzar y repartir el poder que se vaya obteniendo durante la marcha, procurando ejercerlo, sostenerlo y transmitirlo, fortaleciéndose, diversificándose.

Andrés Manuel López Obrador conduce a México con muy altos niveles de aceptación. Su popularidad le otorga confianza, prolonga la esperanza, blinda de ataques y cuestionamientos de sus opositores, le concede legitimidad y margen de maniobra a su gobierno. Pero la fuerza del destino, la idiosincrasia mexicana y la cultura misma, obligan a reflexionar acerca de que” ser esclavo de los resultados” es una circunstancia común en la actualidad.

La exigencia permanente de resultados, hace duro el desempeño y compleja la tarea de gobernar. Ser Presidente exige implantar una visión reconocida y compartida por su equipo, por sus correligionarios, por sus compañeros de partido, de lucha, de causa, de misión. Dirigir al partido ganador ofrece una complicación extra; armonizar y liderear a los miembros del gabinete y de la estructura burocrática, es un reto de grandes dimensiones. Comunicar, explicar y convencer tanto a los de casa como a la mayoría de los mexicanos –a todos es simplemente imposible-, precisa una visión reconocida y compartida sobre la viabilidad del proyecto, sobre la calidad y solidez de la estrategia y sobre la importancia de alinera capacidades, perfiles, personalidades y esfuerzos del equipo humano, del piso social, de los colaboradores, de quienes tienen función, de quienes aspiran a tenerla.

Pilares de un buen equipo son el orden, el compromiso, la responsabilidad y la disciplina. Hoy, Morena, partido político del que surge el Presidente, necesita asentarse y acomodar a sus múltiples fuerzas, expresiones, dirigentes y militantes. Para que sea útil a México, debe dejar la agitación y elevar su nivel de juego. Sin ser una pieza fundamental ni un indicador prioritario de desarrollo nacional, esa pieza debe servir y no complicar el panorama del Presidente de México, pues él debe enfocarse en algo más grande y trascendente. Cumplir y trabajar, para tener logros y resultados. Eso si es necesario y es relevante. De eso depende su evaluación final. El juicio social otorga diferentes unidades de medida, diferentes cantidades de paciencia, mide, premia o reconoce con reglas diferentes de acuerdo al personaje, a su historial, a su carisma, a su conducta, a su emoción… pero a final de cuentas, son los resultados que tenga lo que establece la calificación final sometida al duro juicio social.

El juego político exige de alto rendimiento y un liderazgo firme, fuerte, que supere las inevitables crisis y enfrente los retos con decisión y conocimiento tanto en la cancha gubernamental, como en los vestidores del equipo del gobernante.

El Presidente de México, los Gobernadores de los estados, los Presidentes Municipales, encabezan la conducción del Poder Ejecutivo en su respectivo orden de gobierno. Según el registro histórico aunque existan excepciones por declinación, incapacidad, traición o disputa interna del poder, se convierten en decididores en sus respectivos partidos, así como modelo de conducta y escuela de sus subordinados, son jefes políticos, referencia y aspiracional de miembros de su equipo de trabajo, colaboradores, simpatizantes e incluso de ciudadanos que voluntariamente asumen que son representantes idealizados –por cierto tiempo- del como deben de ser todos los gobernantes, los políticos, los hombres y mujeres que enfrentan la conducción social desde el espacio público.

Aunque hay excepciones que confirman la regla, ganar una elección y encabezar gobiernos es una consecuencia de haber tomado decisiones correctas, de haber integrado equipos funcionales que trabajan en búsqueda de objetivos comunes, de ejercer mando, decisión, liderazgo, así como de compartir una visión que mantiene al equipo en búsqueda de avanzar y repartir el poder que se vaya obteniendo durante la marcha, procurando ejercerlo, sostenerlo y transmitirlo, fortaleciéndose, diversificándose.

Andrés Manuel López Obrador conduce a México con muy altos niveles de aceptación. Su popularidad le otorga confianza, prolonga la esperanza, blinda de ataques y cuestionamientos de sus opositores, le concede legitimidad y margen de maniobra a su gobierno. Pero la fuerza del destino, la idiosincrasia mexicana y la cultura misma, obligan a reflexionar acerca de que” ser esclavo de los resultados” es una circunstancia común en la actualidad.

La exigencia permanente de resultados, hace duro el desempeño y compleja la tarea de gobernar. Ser Presidente exige implantar una visión reconocida y compartida por su equipo, por sus correligionarios, por sus compañeros de partido, de lucha, de causa, de misión. Dirigir al partido ganador ofrece una complicación extra; armonizar y liderear a los miembros del gabinete y de la estructura burocrática, es un reto de grandes dimensiones. Comunicar, explicar y convencer tanto a los de casa como a la mayoría de los mexicanos –a todos es simplemente imposible-, precisa una visión reconocida y compartida sobre la viabilidad del proyecto, sobre la calidad y solidez de la estrategia y sobre la importancia de alinera capacidades, perfiles, personalidades y esfuerzos del equipo humano, del piso social, de los colaboradores, de quienes tienen función, de quienes aspiran a tenerla.

Pilares de un buen equipo son el orden, el compromiso, la responsabilidad y la disciplina. Hoy, Morena, partido político del que surge el Presidente, necesita asentarse y acomodar a sus múltiples fuerzas, expresiones, dirigentes y militantes. Para que sea útil a México, debe dejar la agitación y elevar su nivel de juego. Sin ser una pieza fundamental ni un indicador prioritario de desarrollo nacional, esa pieza debe servir y no complicar el panorama del Presidente de México, pues él debe enfocarse en algo más grande y trascendente. Cumplir y trabajar, para tener logros y resultados. Eso si es necesario y es relevante. De eso depende su evaluación final. El juicio social otorga diferentes unidades de medida, diferentes cantidades de paciencia, mide, premia o reconoce con reglas diferentes de acuerdo al personaje, a su historial, a su carisma, a su conducta, a su emoción… pero a final de cuentas, son los resultados que tenga lo que establece la calificación final sometida al duro juicio social.