/ lunes 31 de mayo de 2021

Es una verdad histórica que la persona que tiene poder siente la inclinación de abusar de él

Jorge Chaires Zaragoza*

Montesquieu, autor del Espíritu de la leyes y creador de la idea moderna de la división de poderes, sentenciaba que: “era una verdad histórica que todo hombre que tiene poder siente la inclinación de abusar de él, yendo hasta donde encuentra límites”. Por lo que propuso que el gobierno se dividiera en tres poderes: legislativo, ejecutivo y judicial, de tal manera que una sola persona o corporación no concentrase las tres funciones del Estado.

Montesquieu advertía sobre los riesgos a la libertad si el poder legislativo y ejecutivo se reunieran en la misma persona o corporación, por el temor de hacer leyes tiránicas y las ejecuten tiránicamente. Decía que tampoco existía libertad si el poder de juzgar no estaba deslindado del poder legislativo y del poder judicial, ya que el juez se convertiría en legislador y el ejecutivo podría tener la fuerza de un opresor. Pero que todo estaba perdido si el mismo hombre o corporación ejerciera los tres poderes.

Como bien se sabe, la división de poderes constituye un principio básico de las democracias. No se está diciendo nada nuevo o que no se sepa ya. No obstante, parece que, ante las evidentes señales de concentrar el poder por parte del presidente de la República, se cree que esa verdad histórica no puede pasar en nuestro país.

Debido a la concentración del poder que durante muchos años ejerció el presidente de la República, se crearon otros poderes además de los tres poderes tradicionales, en una lógica de pesos y contrapeso para que todos se vigilen y controlen mutuamente.

El presidente López Obrador se ha empeñado en incidir no solo en los otros dos poderes del Estado (legislativo y judicial), al grado de no permitir que los legisladores cambien ni una coma a sus iniciativas y que los jueces resuelvan como él quiere, de lo contrario pide que los investiguen por corrupción o traidores a la patria. Ahora también pretende suprimir los órganos constitucionalmente autónomos para subsumirlos dentro de alguna de las secretarías del poder ejecutivo; es decir, tener el control de todas las funciones del Estado.

Si todo esto no son señales claras de autoritarismo, no hemos entendido la máxima de Montesquieu. Es imposible soslayar que la historia es cíclica y que la democracia está diseñada en un molde maleable, por lo que no se puede apostar a no volver a prácticas antidemocráticas similares o, incluso, más acentuadas.

Para el politólogo Alain Rouquié, los comportamientos antidemocráticos en América Latina siguen presentes, porque los principales actores de los regímenes dictatoriales siguen presentes y disponen de poderes institucionales para imponer su voluntad: Democracy without democrats. López Obrador y muchos los integrantes de su gabinete emanaron del viejo régimen antidemocrático que tanto costó derrumbar y que ahora se pretende revivir.

*Doctor. Integrante del Observatorio sobre Seguridad y Justicia

Jorge Chaires Zaragoza*

Montesquieu, autor del Espíritu de la leyes y creador de la idea moderna de la división de poderes, sentenciaba que: “era una verdad histórica que todo hombre que tiene poder siente la inclinación de abusar de él, yendo hasta donde encuentra límites”. Por lo que propuso que el gobierno se dividiera en tres poderes: legislativo, ejecutivo y judicial, de tal manera que una sola persona o corporación no concentrase las tres funciones del Estado.

Montesquieu advertía sobre los riesgos a la libertad si el poder legislativo y ejecutivo se reunieran en la misma persona o corporación, por el temor de hacer leyes tiránicas y las ejecuten tiránicamente. Decía que tampoco existía libertad si el poder de juzgar no estaba deslindado del poder legislativo y del poder judicial, ya que el juez se convertiría en legislador y el ejecutivo podría tener la fuerza de un opresor. Pero que todo estaba perdido si el mismo hombre o corporación ejerciera los tres poderes.

Como bien se sabe, la división de poderes constituye un principio básico de las democracias. No se está diciendo nada nuevo o que no se sepa ya. No obstante, parece que, ante las evidentes señales de concentrar el poder por parte del presidente de la República, se cree que esa verdad histórica no puede pasar en nuestro país.

Debido a la concentración del poder que durante muchos años ejerció el presidente de la República, se crearon otros poderes además de los tres poderes tradicionales, en una lógica de pesos y contrapeso para que todos se vigilen y controlen mutuamente.

El presidente López Obrador se ha empeñado en incidir no solo en los otros dos poderes del Estado (legislativo y judicial), al grado de no permitir que los legisladores cambien ni una coma a sus iniciativas y que los jueces resuelvan como él quiere, de lo contrario pide que los investiguen por corrupción o traidores a la patria. Ahora también pretende suprimir los órganos constitucionalmente autónomos para subsumirlos dentro de alguna de las secretarías del poder ejecutivo; es decir, tener el control de todas las funciones del Estado.

Si todo esto no son señales claras de autoritarismo, no hemos entendido la máxima de Montesquieu. Es imposible soslayar que la historia es cíclica y que la democracia está diseñada en un molde maleable, por lo que no se puede apostar a no volver a prácticas antidemocráticas similares o, incluso, más acentuadas.

Para el politólogo Alain Rouquié, los comportamientos antidemocráticos en América Latina siguen presentes, porque los principales actores de los regímenes dictatoriales siguen presentes y disponen de poderes institucionales para imponer su voluntad: Democracy without democrats. López Obrador y muchos los integrantes de su gabinete emanaron del viejo régimen antidemocrático que tanto costó derrumbar y que ahora se pretende revivir.

*Doctor. Integrante del Observatorio sobre Seguridad y Justicia