/ viernes 19 de abril de 2019

Enemigos del árbol

Guadalajara ha perdido gran parte de su biomasa forestal como consecuencia de la acción depredadora de todo tipo de enemigos de los árboles, principalmente aquellos especuladores inmobiliarios sin escrúpulos e interesados en la reconversión del suelo agrícola o forestal en terrenos urbanos segregados y al servicio del mejor postor, como consecuencia de haber hecho del Área Metropolitana la nueva capital nacional de los asentamientos marginales, dispersos y sin servicios urbanos básicos como banquetas, equipamiento, escuelas, agua potable, seguridad pública, transporte colectivo, conectividad y centros de abasto.

Es decir, nuestra ciudad conserva el atractivo turístico comercial y de consumo en sustitución de la ciudad amable, de las rosas, los parques y de la cultura de la mexicanidad a través de años de vendimia inmobiliaria por los supuestos futurólogos del progreso.

No obstante y a pesar de la anuencia de la autoridad representada en los ayuntamientos y el Gobierno del estado, la contribución “pasiva” del ciudadano al no denunciar la devastación causada en nuestra ciudad y en todas las urbes de México, sigue contando con esa complicidad anónima colectiva en el abandono trascendente de proteger un árbol, una área verde y exigir al fraccionamiento o municipio la ampliación de esos servicios conectados indisolublemente a la calidad de vida humana. En el inicio de nuestra educación preescolar, primaria y secundaria se nos enseña el amor por los árboles y se nos incorpora al conocimiento del ciclo vital generado entre el árbol, la producción de oxígeno y el agua para alimentarnos todos los seres vivos del planeta, y unos dependiendo de otros.

Sin embargo resulta lamentable la inexistencia, cerca de nosotros, a personas que sepan evaluar el virtuoso placer estético y vital de coexistir cerca de una planta, la cual nos favorecerá con su sombra y frescura además de la captación del agua pluvial almacenada subterráneamente y tan necesaria en un país degradado por la deforestación y una de las pérdidas de áreas forestales más grandes del mundo. Mientras en otras latitudes ya se preparan para la sobrevivencia sin agua a nosotros nos ha alcanzado el futuro, probablemente sin darnos cuenta.

Clara está nuestra diferencia social con países más desarrollados en los temas determinantes en la sustentabilidad como son una educación eficiente en todos sus niveles y una igualdad tan deseable como en Finlandia, Noruega, Suecia, Australia, Holanda o Alemania, aún cuando nuestro territorio nacional es uno de los de mayor riqueza natural y biodiversidad del mundo global.

En todo caso y como bien lo reseñó el analista Román Revueltas… “Los mexicanos pareciéramos ser los enemigos naturales del árbol, visto nuestro comportamiento: hemos acabado ya con millones de ejemplares en selvas y bosques. Ahora proseguimos con la destructible tarea impidiendo que nuestras ciudades se pueblen de frondosos árboles y plantas”, por ello sigo convencido que la resiliencia es tan sólo una oportunidad temporal de seguir sobreviviendo, pero no cabe duda que, todo indica; el tiempo se nos agota.

Academico del CUAAD, UdeG

carlosm_orozco@hotmail.com

Guadalajara ha perdido gran parte de su biomasa forestal como consecuencia de la acción depredadora de todo tipo de enemigos de los árboles, principalmente aquellos especuladores inmobiliarios sin escrúpulos e interesados en la reconversión del suelo agrícola o forestal en terrenos urbanos segregados y al servicio del mejor postor, como consecuencia de haber hecho del Área Metropolitana la nueva capital nacional de los asentamientos marginales, dispersos y sin servicios urbanos básicos como banquetas, equipamiento, escuelas, agua potable, seguridad pública, transporte colectivo, conectividad y centros de abasto.

Es decir, nuestra ciudad conserva el atractivo turístico comercial y de consumo en sustitución de la ciudad amable, de las rosas, los parques y de la cultura de la mexicanidad a través de años de vendimia inmobiliaria por los supuestos futurólogos del progreso.

No obstante y a pesar de la anuencia de la autoridad representada en los ayuntamientos y el Gobierno del estado, la contribución “pasiva” del ciudadano al no denunciar la devastación causada en nuestra ciudad y en todas las urbes de México, sigue contando con esa complicidad anónima colectiva en el abandono trascendente de proteger un árbol, una área verde y exigir al fraccionamiento o municipio la ampliación de esos servicios conectados indisolublemente a la calidad de vida humana. En el inicio de nuestra educación preescolar, primaria y secundaria se nos enseña el amor por los árboles y se nos incorpora al conocimiento del ciclo vital generado entre el árbol, la producción de oxígeno y el agua para alimentarnos todos los seres vivos del planeta, y unos dependiendo de otros.

Sin embargo resulta lamentable la inexistencia, cerca de nosotros, a personas que sepan evaluar el virtuoso placer estético y vital de coexistir cerca de una planta, la cual nos favorecerá con su sombra y frescura además de la captación del agua pluvial almacenada subterráneamente y tan necesaria en un país degradado por la deforestación y una de las pérdidas de áreas forestales más grandes del mundo. Mientras en otras latitudes ya se preparan para la sobrevivencia sin agua a nosotros nos ha alcanzado el futuro, probablemente sin darnos cuenta.

Clara está nuestra diferencia social con países más desarrollados en los temas determinantes en la sustentabilidad como son una educación eficiente en todos sus niveles y una igualdad tan deseable como en Finlandia, Noruega, Suecia, Australia, Holanda o Alemania, aún cuando nuestro territorio nacional es uno de los de mayor riqueza natural y biodiversidad del mundo global.

En todo caso y como bien lo reseñó el analista Román Revueltas… “Los mexicanos pareciéramos ser los enemigos naturales del árbol, visto nuestro comportamiento: hemos acabado ya con millones de ejemplares en selvas y bosques. Ahora proseguimos con la destructible tarea impidiendo que nuestras ciudades se pueblen de frondosos árboles y plantas”, por ello sigo convencido que la resiliencia es tan sólo una oportunidad temporal de seguir sobreviviendo, pero no cabe duda que, todo indica; el tiempo se nos agota.

Academico del CUAAD, UdeG

carlosm_orozco@hotmail.com