/ domingo 12 de julio de 2020

El tranvía de los recuerdos | El tiempo inconcluso

Abel Campirano Marín

El Ilustrísimo señor Arzobispo Don Pedro de Jesús Loza y Pardavé, que venía de ocupar la Diócesis de San Francisco California, atendió la solicitud de un grupo de fieles para tener en la Ciudad de Guadalajara un Templo dedicado a la devoción del Santísimo Sacramento.

Para ello decidió contratar a una verdadera eminencia. Se trataba de Adamo Boari, un renombrado arquitecto italiano que había traído Don Porfirio Díaz para que se hiciera cargo de la construcción del Teatro Nacional, del Palacio de Bellas Artes en la Ciudad de México así como del hermosísimo Edificio de Correos.

El Alarife puso manos a la obra y se colocó la primera piedra del Templo el 15 de agosto de 1897 para hacer un Templo inspirado en la hermosa construcción del siglo XII dedicada a Nuestra Señora la Santísima Virgen María, la Catedral de Notre Dame, exponente de la arquitectura gótica del viejo continente, uno de los símbolos Franceses por excelencia.

Fueron pasando los años, parecía que nunca iba a quedar terminado, parecía siempre inconcluso y hasta el año 1972 quedó concluido este hermoso recinto religioso dedicado al Santísimo Sacramento y que los Tapatíos lo identificamos simplemente como El Expiatorio.

Un Templo expiatorio es una casa de oración en donde permanentemente se encuentra expuesto el Santísimo Sacramento y tiene como fin la expiación de los pecados -de ahí su nombre- y correspondió al Ilustrísimo Doctor José Cardenal Garibi Rivera poner término a la construcción que ya en sus últimas etapas estuvo encargada a uno de los más ilustres exponentes de la Escuela Tapatía de Arquitectura, el muy ilustre Maestro Don Ignacio Díaz Morales quien había sustituido en la obra a Don Luis Ugarte.

Muchos nombres relacionados con su edificación me vienen a la memoria; consciente de un involuntario olvido, ofrezco de antemano mi disculpa obligada por las omisiones en el recuerdo; participaron en la construcción de este maravilloso recinto de oración el escultor de las figuras de bronce, el inolvidable Maestro Benito Castañeda Padre; Don Jesús Gómez Velasco quien se encargó de la elaboración de sus fantásticas puertas de madera; los Maestros Franceses Degusseau, los hermanos Jaques y Gerard autores de los hermosos vitrales; El Maestro de Obras Feliciano Arias, hombre de la confianza del Arzobispo; su hijo Jerónimo Arias; eI Ingeniero Luis Ugarte; el Canónigo el Ilustrísimo Doctor Don Pedro Romero; los maestros en el trabajo de la cantera que a golpe de martillo y cincel fueron labrando esta belleza neogótica y tantos más que hicieron posible esa obra que se encuentra en las calles Madero, López Cotilla, Tolsa y Camarena en la Ciudad de Guadalajara. Un tesoro religioso cultural.

Mi casa paterna estaba ubicada en las cercanías del Templo Expiatorio y mi Madre acostumbraba acudir a diario a la misa de nueve de la mañana para de ahí trasladarse al Mercado Juárez a hacer su mandado. Este Mercado Juárez todavía existe y me trae también muy bellos recuerdos; se encuentra entre las calles Prisciliano Sánchez y Miguel Blanco esquina con la antigua calle Prado en la Colonia Americana.

A mi Madre siempre le sedujo el Templo Expiatorio; una construcción hermosa hecha a base de madera y piedra tallada; la famosa cantera jalisciense; un Templo con de estilo neogótico que le evocaba el recuerdo de su estancia europea sobre todo en París. Sus interminables charlas con el Padre Pérez y el Padre Guillermo, en su tiempo Capellanes del lugar siempre incluían un recorrido por las obras y la petición de acelerar el ritmo de los trabajos, pues decía mi Madre que al paso que llevaban se tardaría cien años en construirse y no lo vería terminado en vida.

Así fue. Mi Madre murió el 11 de julio de 1970 y no pudo ver su conclusión que finalizó en el año de 1972. Hoy cuando acudo al Templo Expiatorio del Santísimo Sacramento puedo sentir la presencia de mi Madre en ese espacio de devoción y recogimiento que mantiene la fe que supo inculcarme, donde encuentro la paz y la delicia y gozo de una maravillosa edificación; en esa construcción neogótica, uno de los máximos exponentes de la arquitectura religiosa nacional el espíritu de mi Madre recorre sus interiores y me trae el recuerdo de cuando me llevaba de la mano a ver el templo inconcluso.

@CampiranoWolff

Correo: lcampirano@yahoo.com

Abel Campirano Marín

El Ilustrísimo señor Arzobispo Don Pedro de Jesús Loza y Pardavé, que venía de ocupar la Diócesis de San Francisco California, atendió la solicitud de un grupo de fieles para tener en la Ciudad de Guadalajara un Templo dedicado a la devoción del Santísimo Sacramento.

Para ello decidió contratar a una verdadera eminencia. Se trataba de Adamo Boari, un renombrado arquitecto italiano que había traído Don Porfirio Díaz para que se hiciera cargo de la construcción del Teatro Nacional, del Palacio de Bellas Artes en la Ciudad de México así como del hermosísimo Edificio de Correos.

El Alarife puso manos a la obra y se colocó la primera piedra del Templo el 15 de agosto de 1897 para hacer un Templo inspirado en la hermosa construcción del siglo XII dedicada a Nuestra Señora la Santísima Virgen María, la Catedral de Notre Dame, exponente de la arquitectura gótica del viejo continente, uno de los símbolos Franceses por excelencia.

Fueron pasando los años, parecía que nunca iba a quedar terminado, parecía siempre inconcluso y hasta el año 1972 quedó concluido este hermoso recinto religioso dedicado al Santísimo Sacramento y que los Tapatíos lo identificamos simplemente como El Expiatorio.

Un Templo expiatorio es una casa de oración en donde permanentemente se encuentra expuesto el Santísimo Sacramento y tiene como fin la expiación de los pecados -de ahí su nombre- y correspondió al Ilustrísimo Doctor José Cardenal Garibi Rivera poner término a la construcción que ya en sus últimas etapas estuvo encargada a uno de los más ilustres exponentes de la Escuela Tapatía de Arquitectura, el muy ilustre Maestro Don Ignacio Díaz Morales quien había sustituido en la obra a Don Luis Ugarte.

Muchos nombres relacionados con su edificación me vienen a la memoria; consciente de un involuntario olvido, ofrezco de antemano mi disculpa obligada por las omisiones en el recuerdo; participaron en la construcción de este maravilloso recinto de oración el escultor de las figuras de bronce, el inolvidable Maestro Benito Castañeda Padre; Don Jesús Gómez Velasco quien se encargó de la elaboración de sus fantásticas puertas de madera; los Maestros Franceses Degusseau, los hermanos Jaques y Gerard autores de los hermosos vitrales; El Maestro de Obras Feliciano Arias, hombre de la confianza del Arzobispo; su hijo Jerónimo Arias; eI Ingeniero Luis Ugarte; el Canónigo el Ilustrísimo Doctor Don Pedro Romero; los maestros en el trabajo de la cantera que a golpe de martillo y cincel fueron labrando esta belleza neogótica y tantos más que hicieron posible esa obra que se encuentra en las calles Madero, López Cotilla, Tolsa y Camarena en la Ciudad de Guadalajara. Un tesoro religioso cultural.

Mi casa paterna estaba ubicada en las cercanías del Templo Expiatorio y mi Madre acostumbraba acudir a diario a la misa de nueve de la mañana para de ahí trasladarse al Mercado Juárez a hacer su mandado. Este Mercado Juárez todavía existe y me trae también muy bellos recuerdos; se encuentra entre las calles Prisciliano Sánchez y Miguel Blanco esquina con la antigua calle Prado en la Colonia Americana.

A mi Madre siempre le sedujo el Templo Expiatorio; una construcción hermosa hecha a base de madera y piedra tallada; la famosa cantera jalisciense; un Templo con de estilo neogótico que le evocaba el recuerdo de su estancia europea sobre todo en París. Sus interminables charlas con el Padre Pérez y el Padre Guillermo, en su tiempo Capellanes del lugar siempre incluían un recorrido por las obras y la petición de acelerar el ritmo de los trabajos, pues decía mi Madre que al paso que llevaban se tardaría cien años en construirse y no lo vería terminado en vida.

Así fue. Mi Madre murió el 11 de julio de 1970 y no pudo ver su conclusión que finalizó en el año de 1972. Hoy cuando acudo al Templo Expiatorio del Santísimo Sacramento puedo sentir la presencia de mi Madre en ese espacio de devoción y recogimiento que mantiene la fe que supo inculcarme, donde encuentro la paz y la delicia y gozo de una maravillosa edificación; en esa construcción neogótica, uno de los máximos exponentes de la arquitectura religiosa nacional el espíritu de mi Madre recorre sus interiores y me trae el recuerdo de cuando me llevaba de la mano a ver el templo inconcluso.

@CampiranoWolff

Correo: lcampirano@yahoo.com