/ martes 7 de julio de 2020

El sabio y el necio

En las Sagradas Escrituras quedó plasmada la sabia ilustración de Jesús de Nazaret sobre dos casas y dos fundamentos distintos: la edificación del sabio y la del necio. El primero edificó sobre la peña, dándole a su casa garantía de firmeza, resistencia y solidez. El necio, por su parte, edificó sobre la arena, llevando a cabo un trabajo que implicó menos esfuerzo, pero que nunca tuvo garantía de permanencia ni durabilidad.

La prueba a la firmeza de la casa vino con el descenso de las fuertes lluvias, el azote de los vientos y el desbordamiento de los ríos que azotaron con ímpetu las dos casas. La del necio se derrumbó, se vino abajo fácilmente; la del sabio no cayó, porque tenía su base sobre la roca (Mateo 7:26-27).

Como puede verse en el texto bíblico antes mencionado, los embates de la naturaleza contra las dos casas fueron al mismo tiempo y con la misma intensidad y duración. No fueron más benévolos los vientos y las lluvias con la casa del sabio, como alguno pudiera pensar. Esta edificación resistió el temporal gracias a la resistencia de su cimiento, y no porque el azote de la naturaleza haya golpeado con menos furia esta casa.

Edificar sobre la roca implica oír, escuchar y atender puntualmente las palabras de Cristo, algo que no todo mundo hace, a pesar de que, en tiempo de dispensación apostólica, Dios pone al alcance de los hombres su palabra revelada.

A diferencia de la actitud de la mayoría de los seres humanos, los fieles de la Iglesia La Luz del Mundo escuchan diariamente la palabra de Dios, incluso en la presente crisis sanitaria, en la que siguen celebrándose las oraciones diarias en los hogares de los miembros de esta comunidad, esparcidos en 60 países del mundo.

Estas reuniones dejaron de efectuarse en los templos desde el pasado 16 de marzo, atendiendo las recomendaciones de las autoridades de Salud, y como un acto de “responsabilidad y solidaridad social”, cuyo único propósito es impedir la propagación del letal virus.

El discípulo de Cristo fundamenta su fe en la roca, sin temer a la impetuosidad de las tempestades, que son las adversidades que se presentan en diferentes momentos de la vida. Cuando la fe es sólida, el cristiano no se aparta ni un ápice de sus convicciones fundamentales, aunque surjan voces que traten de apartarlo, o que aseguren que la fe en la Iglesia se está derrumbando.

Sobe el tema, el apóstol Pablo preguntaba a los miembros de la Iglesia establecidos en Roma: “¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿Tribulación, o angustia, o persecución, o hambre, o desnudez, o peligro, o espada?” La sabia respuesta de Pablo a su pregunta es la de un hombre seguro de sus convicciones: “…estoy SEGURO de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo por venir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro (Romanos 8:35-39).

La parábola sobre el sabio y el necio es de gran utilidad para comprender también por qué razón la fe de algunos se derrumba en circunstancias difíciles. Un cimiento fuerte lo soporta todo, el débil sucumbe cuando llega el mal tiempo. Es entonces cuando los aguaceros, vientos y desbordamientos evidencian la mala calidad de la edificación: deficiencias que van de grietas y fisuras en las paredes, trabes y columnas cuarteadas, pisos desnivelados, hasta el lamentable derrumbe de la casa.

Lo mismo sucede cuando la fe del cristiano no es genuina; evidencia fluctuación y el riesgo de que cualquier viento de doctrina o de calumnia arrastre certezas, sentimientos y principios.

Vivimos tiempos difíciles, de adversidad y prueba, por el azote del Covid-19, por el golpe del virus a la economía de todos los pueblos del mundo, incluidas las economías más poderosas de la tierra. Sin embargo, en esta adversidad tenemos que demostrar fortaleza mientras que otros se derrumban por el actual estado de cosas.

Cuando arrecien los vientos, lo primero que debemos entender es que la adversidad es la forma que Dios emplea para probar la obra de nuestras manos, y ver la resistencia de ella. Si se multiplican los males porque al letal virus se añade un temblor inesperado, o porque llegan hasta nuestro territorio las arenas del Sahara, lo importante es que resuene intensa en nuestra mente la enseñanza bíblica que nos alienta a ser edificados en la roca, no sobre la arena.

Lo importante es tener la convicción de que sólo existe un fundamento seguro: Jesucristo, justificado con el Espíritu, predicado por los apóstoles, visto de los ángeles, creído en el mundo, recibido en gloria. Todo lo demás es arena, fragilidad, debilidad, inconsistencia.

Twitter: @armayacastro

En las Sagradas Escrituras quedó plasmada la sabia ilustración de Jesús de Nazaret sobre dos casas y dos fundamentos distintos: la edificación del sabio y la del necio. El primero edificó sobre la peña, dándole a su casa garantía de firmeza, resistencia y solidez. El necio, por su parte, edificó sobre la arena, llevando a cabo un trabajo que implicó menos esfuerzo, pero que nunca tuvo garantía de permanencia ni durabilidad.

La prueba a la firmeza de la casa vino con el descenso de las fuertes lluvias, el azote de los vientos y el desbordamiento de los ríos que azotaron con ímpetu las dos casas. La del necio se derrumbó, se vino abajo fácilmente; la del sabio no cayó, porque tenía su base sobre la roca (Mateo 7:26-27).

Como puede verse en el texto bíblico antes mencionado, los embates de la naturaleza contra las dos casas fueron al mismo tiempo y con la misma intensidad y duración. No fueron más benévolos los vientos y las lluvias con la casa del sabio, como alguno pudiera pensar. Esta edificación resistió el temporal gracias a la resistencia de su cimiento, y no porque el azote de la naturaleza haya golpeado con menos furia esta casa.

Edificar sobre la roca implica oír, escuchar y atender puntualmente las palabras de Cristo, algo que no todo mundo hace, a pesar de que, en tiempo de dispensación apostólica, Dios pone al alcance de los hombres su palabra revelada.

A diferencia de la actitud de la mayoría de los seres humanos, los fieles de la Iglesia La Luz del Mundo escuchan diariamente la palabra de Dios, incluso en la presente crisis sanitaria, en la que siguen celebrándose las oraciones diarias en los hogares de los miembros de esta comunidad, esparcidos en 60 países del mundo.

Estas reuniones dejaron de efectuarse en los templos desde el pasado 16 de marzo, atendiendo las recomendaciones de las autoridades de Salud, y como un acto de “responsabilidad y solidaridad social”, cuyo único propósito es impedir la propagación del letal virus.

El discípulo de Cristo fundamenta su fe en la roca, sin temer a la impetuosidad de las tempestades, que son las adversidades que se presentan en diferentes momentos de la vida. Cuando la fe es sólida, el cristiano no se aparta ni un ápice de sus convicciones fundamentales, aunque surjan voces que traten de apartarlo, o que aseguren que la fe en la Iglesia se está derrumbando.

Sobe el tema, el apóstol Pablo preguntaba a los miembros de la Iglesia establecidos en Roma: “¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿Tribulación, o angustia, o persecución, o hambre, o desnudez, o peligro, o espada?” La sabia respuesta de Pablo a su pregunta es la de un hombre seguro de sus convicciones: “…estoy SEGURO de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo por venir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro (Romanos 8:35-39).

La parábola sobre el sabio y el necio es de gran utilidad para comprender también por qué razón la fe de algunos se derrumba en circunstancias difíciles. Un cimiento fuerte lo soporta todo, el débil sucumbe cuando llega el mal tiempo. Es entonces cuando los aguaceros, vientos y desbordamientos evidencian la mala calidad de la edificación: deficiencias que van de grietas y fisuras en las paredes, trabes y columnas cuarteadas, pisos desnivelados, hasta el lamentable derrumbe de la casa.

Lo mismo sucede cuando la fe del cristiano no es genuina; evidencia fluctuación y el riesgo de que cualquier viento de doctrina o de calumnia arrastre certezas, sentimientos y principios.

Vivimos tiempos difíciles, de adversidad y prueba, por el azote del Covid-19, por el golpe del virus a la economía de todos los pueblos del mundo, incluidas las economías más poderosas de la tierra. Sin embargo, en esta adversidad tenemos que demostrar fortaleza mientras que otros se derrumban por el actual estado de cosas.

Cuando arrecien los vientos, lo primero que debemos entender es que la adversidad es la forma que Dios emplea para probar la obra de nuestras manos, y ver la resistencia de ella. Si se multiplican los males porque al letal virus se añade un temblor inesperado, o porque llegan hasta nuestro territorio las arenas del Sahara, lo importante es que resuene intensa en nuestra mente la enseñanza bíblica que nos alienta a ser edificados en la roca, no sobre la arena.

Lo importante es tener la convicción de que sólo existe un fundamento seguro: Jesucristo, justificado con el Espíritu, predicado por los apóstoles, visto de los ángeles, creído en el mundo, recibido en gloria. Todo lo demás es arena, fragilidad, debilidad, inconsistencia.

Twitter: @armayacastro