/ martes 9 de junio de 2020

El racismo se niega a desaparecer

El asesinato de George Floyd, ocurrido el pasado 25 de mayo en el vecindario de Powderhorn, en la ciudad de Minneapolis (EE. UU.), ha puesto de nuevo sobre la mesa de debate el tema del racismo, un fenómeno que se niega a desaparecer, pese a la existencia de importantes leyes antidiscriminatorias, y de tratados elaborados en la lucha contra la discriminación, el racismo y la xenofobia.

Los afroamericanos han sido terriblemente discriminados en los Estados Unidos, un país donde a principios del siglo XIX había más de un millón de esclavos negros. Ninguno de ellos disfrutaba de derechos civiles, y eran objeto de compraventa e intercambio como lo era cualquier otra mercancía. Tampoco podían ser propietarios ni ejercer acciones legales como contratos o matrimonio.

La esclavitud en Estados Unidos fue abolida el 1 de enero de 1863 por Abraham Lincoln, considerado con justicia como uno de los mejores presidentes de ese país. Fue él quien sacó adelante en el Congreso la célebre Decimotercera Enmienda a la Constitución de los Estados Unidos, que prohibió de forma definitiva la esclavitud.

A pesar de este importante avance jurídico, en Estados Unidos se siguieron presentando casos de exclusión en contra de los afroamericanos, quienes eran impedidos de ejercer cargos públicos y puestos directivos, reservados en exclusiva para los blancos, una raza consideraba en ese tiempo superior a la negra.

La cuestión de la superioridad o la inferioridad de razas determinadas me obliga a recordar las crueldades del Holocausto, uno de los episodios más conmovedores en la historia de la humanidad, y cuyo objetivo era el exterminio de una raza que para Adolf Hitler no merecía existir: la judía. El Holocausto fue ideado por este hombre de origen austriaco, quien pregonaba la superioridad de la raza aria.

En Mein Kampf (Mi lucha), Hitler escribe acerca de lo que él concebía como la causa de la ruina de la raza superior: “También la historia humana ofrece innumerables ejemplos en este orden, ya que demuestra con asombrosa claridad que toda mezcla de sangre aria con la de los pueblos inferiores tuvo por resultado la ruina de la raza de cultura superior”.

Este tipo de absurdos ocasionó que seis millones de judíos fueran aniquilados en los países que estuvieron bajo el dominio de la Alemania nazi, lo que prueba que tienen razón aquellos que consideran a Adolf Hitler como la personificación de todos los males. Y no puede pensarse de otra manera de la persona que, en nombre de la pureza de la raza para lograr una humanidad superior, cometió contra los judíos los peores excesos.

Para evitar la reproducción de masacres tan espeluznantes como las perpetradas por Hitler y los nazis en el holocausto judío, el mundo que conoció los excesos del Führer unió su voz para decir NUNCA MÁS, pidiendo con dicha exclamación la no repetición de genocidios como el ocurrido entre 1941 y 1945.

Amnistía Internacional nos recuerda lo sucedido en Auschwitz-Birkenau, el mayor campo de exterminio de la historia de la humanidad, donde alrededor de un millón 100 mil judíos fueron asesinados. Esta organización defensora de derechos humanos, la más grande del mundo, nos dice que las cámaras de gas y los hornos crematorios llegaron a matar hasta 5 mil personas por día.

“El horror causado por la masacre jugó un papel fundamental en la adopción, en 1948, de la Declaración Universal de los Derechos Humanos”, explica Amnistía Internacional, que manifiesta en otro texto que este documento aprobado por la ONU nace “como respuesta a los ‘actos de barbarie ultrajantes para la conciencia de la humanidad’, cometidos durante la Segunda Guerra Mundial”.

A pesar de las leyes y del contenido de la Declaración antes mencionada, el racismo sigue teniendo presencia ignominiosa en el mundo, ocasionando dolor y muerte a las personas cuyo único pecado es haber nacido con un color de piel diferente al que tienen las personas y grupos que delinquen al discriminar.

Esta segregación se ha presentado en otras regiones del mundo, no sólo en Estados Unidos. Viene a mi mente el apartheid de Sudáfrica, que creó leyes racistas que establecían la supremacía blanca, pese a que los blancos eran una minoría (20% de la población frente a los negros que formaban el otro 80%). Aun así, el apartheid negó a los negros el derecho al voto, prohibió el matrimonio entre negros y blancos, estableció zonas segregadas en las ciudades sudafricanas: playas, autobuses, hospitales, escuelas y hasta asientos en parques públicos, donde había lugares para blancos que no podían ocupar los negros.

Concluyo señalando que no hay razas superiores como creían equivocadamente Hitler y los nazis. Lo que sí hay son seres humanos con igualdad de derechos, oportunidades y responsabilidades, hombres y mujeres que deben ser aceptados y respetados sin distinción alguna de nacionalidad, lugar de residencia, sexo, origen nacional o étnico, color, religión, lengua, o cualquier otra condición.

Twitter: @armayacastro

El asesinato de George Floyd, ocurrido el pasado 25 de mayo en el vecindario de Powderhorn, en la ciudad de Minneapolis (EE. UU.), ha puesto de nuevo sobre la mesa de debate el tema del racismo, un fenómeno que se niega a desaparecer, pese a la existencia de importantes leyes antidiscriminatorias, y de tratados elaborados en la lucha contra la discriminación, el racismo y la xenofobia.

Los afroamericanos han sido terriblemente discriminados en los Estados Unidos, un país donde a principios del siglo XIX había más de un millón de esclavos negros. Ninguno de ellos disfrutaba de derechos civiles, y eran objeto de compraventa e intercambio como lo era cualquier otra mercancía. Tampoco podían ser propietarios ni ejercer acciones legales como contratos o matrimonio.

La esclavitud en Estados Unidos fue abolida el 1 de enero de 1863 por Abraham Lincoln, considerado con justicia como uno de los mejores presidentes de ese país. Fue él quien sacó adelante en el Congreso la célebre Decimotercera Enmienda a la Constitución de los Estados Unidos, que prohibió de forma definitiva la esclavitud.

A pesar de este importante avance jurídico, en Estados Unidos se siguieron presentando casos de exclusión en contra de los afroamericanos, quienes eran impedidos de ejercer cargos públicos y puestos directivos, reservados en exclusiva para los blancos, una raza consideraba en ese tiempo superior a la negra.

La cuestión de la superioridad o la inferioridad de razas determinadas me obliga a recordar las crueldades del Holocausto, uno de los episodios más conmovedores en la historia de la humanidad, y cuyo objetivo era el exterminio de una raza que para Adolf Hitler no merecía existir: la judía. El Holocausto fue ideado por este hombre de origen austriaco, quien pregonaba la superioridad de la raza aria.

En Mein Kampf (Mi lucha), Hitler escribe acerca de lo que él concebía como la causa de la ruina de la raza superior: “También la historia humana ofrece innumerables ejemplos en este orden, ya que demuestra con asombrosa claridad que toda mezcla de sangre aria con la de los pueblos inferiores tuvo por resultado la ruina de la raza de cultura superior”.

Este tipo de absurdos ocasionó que seis millones de judíos fueran aniquilados en los países que estuvieron bajo el dominio de la Alemania nazi, lo que prueba que tienen razón aquellos que consideran a Adolf Hitler como la personificación de todos los males. Y no puede pensarse de otra manera de la persona que, en nombre de la pureza de la raza para lograr una humanidad superior, cometió contra los judíos los peores excesos.

Para evitar la reproducción de masacres tan espeluznantes como las perpetradas por Hitler y los nazis en el holocausto judío, el mundo que conoció los excesos del Führer unió su voz para decir NUNCA MÁS, pidiendo con dicha exclamación la no repetición de genocidios como el ocurrido entre 1941 y 1945.

Amnistía Internacional nos recuerda lo sucedido en Auschwitz-Birkenau, el mayor campo de exterminio de la historia de la humanidad, donde alrededor de un millón 100 mil judíos fueron asesinados. Esta organización defensora de derechos humanos, la más grande del mundo, nos dice que las cámaras de gas y los hornos crematorios llegaron a matar hasta 5 mil personas por día.

“El horror causado por la masacre jugó un papel fundamental en la adopción, en 1948, de la Declaración Universal de los Derechos Humanos”, explica Amnistía Internacional, que manifiesta en otro texto que este documento aprobado por la ONU nace “como respuesta a los ‘actos de barbarie ultrajantes para la conciencia de la humanidad’, cometidos durante la Segunda Guerra Mundial”.

A pesar de las leyes y del contenido de la Declaración antes mencionada, el racismo sigue teniendo presencia ignominiosa en el mundo, ocasionando dolor y muerte a las personas cuyo único pecado es haber nacido con un color de piel diferente al que tienen las personas y grupos que delinquen al discriminar.

Esta segregación se ha presentado en otras regiones del mundo, no sólo en Estados Unidos. Viene a mi mente el apartheid de Sudáfrica, que creó leyes racistas que establecían la supremacía blanca, pese a que los blancos eran una minoría (20% de la población frente a los negros que formaban el otro 80%). Aun así, el apartheid negó a los negros el derecho al voto, prohibió el matrimonio entre negros y blancos, estableció zonas segregadas en las ciudades sudafricanas: playas, autobuses, hospitales, escuelas y hasta asientos en parques públicos, donde había lugares para blancos que no podían ocupar los negros.

Concluyo señalando que no hay razas superiores como creían equivocadamente Hitler y los nazis. Lo que sí hay son seres humanos con igualdad de derechos, oportunidades y responsabilidades, hombres y mujeres que deben ser aceptados y respetados sin distinción alguna de nacionalidad, lugar de residencia, sexo, origen nacional o étnico, color, religión, lengua, o cualquier otra condición.

Twitter: @armayacastro