/ domingo 30 de junio de 2019

El pitbull, una raza letal

Óscar Ábrego


Era sábado por la tarde. Para ser precisos, 13 de agosto del año 2016 en el cruce de las calles Flores y Gardenias de la colonia Lomas de Tabachines, en Zapopan. En un apretado patio, la abuela lavaba la ropa acompañada de su nietecito de apenas dos años. Detrás de ellos, estaba un perro de la raza Pitbull, que sin motivo aparente, y aunque estaba sujeto a una cadena, se zafó y atrapó al infante entre sus colmillos. En cosa de segundos, debido a una poderosa y brutal sacudida, le destrozó el cuello desangrándolo hasta morir. A decir de la mujer, ésta trató de salvarlo pegándole al can con una escoba, lo que resultó inútil. Fue entonces que con la ayuda de sus vecinos, llamó a emergencias. Luego de varios minutos, acudieron bomberos y policías. Hay que mencionar que sólo con un balazo certero a la cabeza de ese animal, es que por fin pudo rescatarse el cuerpo del pequeño.

Otro episodio trágico ocurrió el 21 de septiembre del año pasado en la colonia Lomas del Cuatro en Tlaquepaque. Un perro Pitbull atacó a una niña de siete años, quien falleció a consecuencia de las mordeduras en cara, cráneo, tórax y extremidades. Las crónicas dan cuenta de que la pequeñita vivía cerca de donde fue agredida y estaba al cuidado de su abuela, pues su madre trabajaba cuando, la mañana de ese viernes, ocurrió la tragedia. De acuerdo con la versión de los testigos, la niña jugaba con otro, y cuando se correteaban, el feroz can salió de su casa para perseguir y atacar a la menor. Se dijo después que fue imposible salvarle la vida porque nadie pudo abrirle las fauces al animal.

Estos dos ejemplos se suman a muchos más, como el caso de lo que sucedió el miércoles en un parque de la colonia Miramar en Zapopan. Resulta que un Pitbull, tras escaparse de un taller mecánico, mordió a tres menores de edad que jugaban en el lugar. Y de no haber sido porque un joven que pasaba por el sitio logró controlar la agresión del perro, éste pudo haber terminado con la vida de alguno de los infantes, quienes por cierto, tuvieron que recibir atención médica por los daños que les infringió.

Al referirse a este hecho, el alcalde zapopano, Pablo Lemus Navarro, dijo: “Debería haber mucho mayor supervisión de los propietarios de este tipo de mascotas, si se puede llamar así; la verdad es que al ver las fotografías de las lesiones causadas a estos tres menores, yo soy de la idea de que esto debe tener muchas mayores restricciones”.

Yo no podría estar más de acuerdo con él. Debo decir –quienes me conocen lo saben- que durante un tiempo de mi vida fui criador de perros. Conozco de razas, y sé muy bien que a los Pitbull no se les puede considerar una mascota común. En su genotipo –información genética- subyace la agresividad; de hecho, estos canes fueron desarrollados (mezcla de bulldog y terrier) en el siglo XIX para protagonizar peleas sangrientas y mortales.

Claro que sus promotores podrán alegar que no todos los Pitbull son riesgosos, y es probable que en algún sentido tengan razón, pues afirmar que el 100 por ciento de estos animales es peligroso, resulta muy complicado para poder demostrarlo. Más aún, hay ejemplares -los he visto- que son tan dóciles con los bebés y sus amos que nadie podría dudar de su nobleza; sin embargo, una y otra vez, la evidencia confirma que esta variedad canina es muy impredecible y que cuando ataca, existen altas probabilidades de que haya lesiones severas e incluso acontezca la muerte, como pasó con “El Pirata”, que bajo criterios estólidos fue devuelto a sus propietarios a pesar de que mató a un hombre, del que por cierto se afirmó que era un ladrón, sin elementos probatorios.

Pablo Lemus tiene razón, hay que impulsar medidas de seguridad, control y verificación, para que los dueños de esta y otras razas (Rottweiler, Pastor Belga, Fila Brasileño y algunas más) los empadronen a fin de monitorear su historial. No basta con un buen adiestramiento, es imperativo crear un protocolo de vigilancia, ya que su temperamento no es lineal, por el contrario, nunca se sabe con un Pitbull, porque en sus entrañas se aloja un instinto bravo y letal.

Óscar Ábrego


Era sábado por la tarde. Para ser precisos, 13 de agosto del año 2016 en el cruce de las calles Flores y Gardenias de la colonia Lomas de Tabachines, en Zapopan. En un apretado patio, la abuela lavaba la ropa acompañada de su nietecito de apenas dos años. Detrás de ellos, estaba un perro de la raza Pitbull, que sin motivo aparente, y aunque estaba sujeto a una cadena, se zafó y atrapó al infante entre sus colmillos. En cosa de segundos, debido a una poderosa y brutal sacudida, le destrozó el cuello desangrándolo hasta morir. A decir de la mujer, ésta trató de salvarlo pegándole al can con una escoba, lo que resultó inútil. Fue entonces que con la ayuda de sus vecinos, llamó a emergencias. Luego de varios minutos, acudieron bomberos y policías. Hay que mencionar que sólo con un balazo certero a la cabeza de ese animal, es que por fin pudo rescatarse el cuerpo del pequeño.

Otro episodio trágico ocurrió el 21 de septiembre del año pasado en la colonia Lomas del Cuatro en Tlaquepaque. Un perro Pitbull atacó a una niña de siete años, quien falleció a consecuencia de las mordeduras en cara, cráneo, tórax y extremidades. Las crónicas dan cuenta de que la pequeñita vivía cerca de donde fue agredida y estaba al cuidado de su abuela, pues su madre trabajaba cuando, la mañana de ese viernes, ocurrió la tragedia. De acuerdo con la versión de los testigos, la niña jugaba con otro, y cuando se correteaban, el feroz can salió de su casa para perseguir y atacar a la menor. Se dijo después que fue imposible salvarle la vida porque nadie pudo abrirle las fauces al animal.

Estos dos ejemplos se suman a muchos más, como el caso de lo que sucedió el miércoles en un parque de la colonia Miramar en Zapopan. Resulta que un Pitbull, tras escaparse de un taller mecánico, mordió a tres menores de edad que jugaban en el lugar. Y de no haber sido porque un joven que pasaba por el sitio logró controlar la agresión del perro, éste pudo haber terminado con la vida de alguno de los infantes, quienes por cierto, tuvieron que recibir atención médica por los daños que les infringió.

Al referirse a este hecho, el alcalde zapopano, Pablo Lemus Navarro, dijo: “Debería haber mucho mayor supervisión de los propietarios de este tipo de mascotas, si se puede llamar así; la verdad es que al ver las fotografías de las lesiones causadas a estos tres menores, yo soy de la idea de que esto debe tener muchas mayores restricciones”.

Yo no podría estar más de acuerdo con él. Debo decir –quienes me conocen lo saben- que durante un tiempo de mi vida fui criador de perros. Conozco de razas, y sé muy bien que a los Pitbull no se les puede considerar una mascota común. En su genotipo –información genética- subyace la agresividad; de hecho, estos canes fueron desarrollados (mezcla de bulldog y terrier) en el siglo XIX para protagonizar peleas sangrientas y mortales.

Claro que sus promotores podrán alegar que no todos los Pitbull son riesgosos, y es probable que en algún sentido tengan razón, pues afirmar que el 100 por ciento de estos animales es peligroso, resulta muy complicado para poder demostrarlo. Más aún, hay ejemplares -los he visto- que son tan dóciles con los bebés y sus amos que nadie podría dudar de su nobleza; sin embargo, una y otra vez, la evidencia confirma que esta variedad canina es muy impredecible y que cuando ataca, existen altas probabilidades de que haya lesiones severas e incluso acontezca la muerte, como pasó con “El Pirata”, que bajo criterios estólidos fue devuelto a sus propietarios a pesar de que mató a un hombre, del que por cierto se afirmó que era un ladrón, sin elementos probatorios.

Pablo Lemus tiene razón, hay que impulsar medidas de seguridad, control y verificación, para que los dueños de esta y otras razas (Rottweiler, Pastor Belga, Fila Brasileño y algunas más) los empadronen a fin de monitorear su historial. No basta con un buen adiestramiento, es imperativo crear un protocolo de vigilancia, ya que su temperamento no es lineal, por el contrario, nunca se sabe con un Pitbull, porque en sus entrañas se aloja un instinto bravo y letal.