/ viernes 2 de abril de 2021

El Juicio inicuo

Abel Campirano Marín*

Cuando Roma conquistaba a los pueblos, establecía un sistema tributario y de dominación basado en el control de la metrópoli sobre las Provincias, dejando un Procurador o Prefecto que gobernara la región conquistada y se encargara de sofocar cualquier intento de rebelión.

Judea no fue la excepción; Tiberio Cesar dejó encargado de la Provincia a uno de sus incondicionales a quien le prometió en un futuro no muy lejano encargarse de Egipto cuya riqueza era mucho mayor que la de Judea, y con esa expectativa Pilato se encargó de gobernar con paciencia, prudencia y tolerancia a una región que hoy día sigue siendo muy convulsionada.

Poncio Pilato, el Prefecto de Judea era un hombre de gobierno, buen administrador, pero con un defecto que a la postre lo llevó al fracaso estrepitoso en su carrera política; era un hombre incapaz de tomar decisiones, porque era lerdo y además muy acobardado. Ya había tenido dos contratiempos con el pueblo judío; uno de ellos, con el problema de las insignias imperiales que había ordenado colocar en la Ciudad ante la rebeldía judía de no venerar imágenes por incurrir en idolatría, y el problema del financiamiento del acueducto que suministrara agua a Jerusalem, sin embargo salió airoso de esa prueba y lo que menos quería eran dificultades.

Pero ahora se le presentaba una mayor, porque implicaba un conato de rebelión. A sus oídos llegaban noticias de un profeta que recorría los caminos pedregosos de Samaria y Galilea; unos decían que se trataba de un profeta que predicaba la palabra de Yavhé y otros que era un revolucionario que inquietaba al pueblo incitándolo a rebelarse en contra del poder imperial.

Pilato estaba intranquilo. Se acercaba la fiesta judía de la Pascua y la Provincia estaba expectante porque se anunciaba que arribaría a Jerusalém, donde estaba precisamente la Fortaleza Antonia, el recinto del Pretor, la casa de Pilato y un intento de putsh podría acabar de un plumazo con todas sus aspiraciones políticas.

Alistó a su guardia pretoriana y esperó. Pero no por mucho tiempo. El jueves por la noche llegan a su estancia noticias de que habían atrapado al líder espiritual judío, que se llamaba Yeshua y que estaba en el Palacio de los Sacerdotes siendo juzgado por faltas religiosas.

Pilato suspiró aliviado; al fin aparecía el revolucionario profeta, pero menos mal que se trataba de un problema religioso que los 72 miembros del Sanhedrín, el Tribunal Judío, se encargarían de resolver. Pilato se equivocó.

A la media noche a punto de retirarse a descansar, le comunican que el Sanhedrín llegó a una conclusión en su procedimiento, encontrándolo culpable y pedían la ejecución. Pilato bien sabía que era imposible que lo ejecutaran porque según las Constituciones Imperiales Roma se reservaba ese derecho y a las Colonias aunque les respetaba su libertad religiosa, en materia de ejecución de penas y más la pena capital, Roma y solo Roma podría encargarse.

Viendo que sería imposible zafarse del problema, decidió remitir al prisionero al Palacio de Herodes, el Tetrarca de Galilea, quien se encargaría de llevar a cabo la convalidación del juicio religioso y en su caso de ejecutarlo, ya que las culpas que se le atribuían según el reporte del Decurión, era que preconizaba ser el Mesías, un enviado de Dios que instauraría una nueva religión; nada que ver con el Estado Romano, nada que afectara los intereses de Tiberio ni de la Provincia, además la predicación se había llevado a cabo en territorio Galileo y correspondía la jurisdicción y competencia a Herodes.

Pero Herodes, entendido del derecho lo regresó a Pilato, aduciendo que por derecho de nacimiento le correspondía al Prefecto de Judea juzgarlo oda vez que Yeshua había nacido en Belén de Judea y no cabía duda que sería Pilato el encargado de ejecutarlo.

Cuando se lo presentan de nuevo, en la mañana del viernes, visiblemente molesto, lo interroga y después de la cognitio, dentro del procedimiento natural de enjuiciamiento penal romano, determina que no encuentra mayor culpa en él, que se trataba de faltas religiosas que bajo el punto de vista de la ley romana no merecía la pena capital y lo manda azotar en al Patio del pretorio y lo exhibe públicamente.

La multitud que se agolpaba a las puertas de la Fortaleza -no podían entrar porque no estarían purificados para la pascua- exigía a Pilato la ejecución.

En un ultimo esfuerzo para salir ileso de un problema social-político-religioso, pide a la multitud que elijan entre Yeshua y Barrabás un asaltante y asesino y sorprendentemente piden el castigo al justo.

Yeshua, el Cristo, había predicado el amor al prójimo; el respeto a los demás; el perdón, incluso exhortó al respeto imperial cuando aseveró que se le diera a Dios lo que es de Dios y al César lo que era del César. Barrabás, un delincuente irredento es el preferido de la multitud sedienta de sangre y Pilato se concreta a lavarse las manos, a mandar a una Decuria para que se encargue de crucificarlo y asunto concluido.

Un juicio inicuo. Violatorio de las mas elementales reglas jurídicas del Derecho Judío (Levítico y Deuteronomio) así como del Derecho Romano (Códex) en el que sin testigos, sin una acusación manifiesta, con un proceso amañado ante el Sanhedrín en horas inhábiles, sin respeto al tiempo mínimo de juicio (tres días), sin posibilidad alguna de defensa, sin comisión de delito contra la potestad Romana y con una falta meramente religiosa y que aunque pudiera haber ameritado la pena capital -lapidación- nunca se hubiera podido ejecutar por reservarse Roma el Ius Gladii, se puso fin a los 33 años a la vida de un hombre cuya misión en la tierra fue difundir una buena nueva, la paz y el amor entre los hombres.

La pregunta es: sirvió de algo la muerte de Jesús? La paz y el amor entre los seres humanos es lo que menos tenemos hoy día, y la culpa es de nosotros mismos que no hemos sabido aquilatar el mensaje del Mesías, y nos hemos perdido en los rincones sórdidos de la maldad, del egoísmo y los placeres olvidándonos que venimos del polvo y en polvo nos habremos de convertir tarde o temprano.

* Doctor en Derecho

Abel Campirano Marín*

Cuando Roma conquistaba a los pueblos, establecía un sistema tributario y de dominación basado en el control de la metrópoli sobre las Provincias, dejando un Procurador o Prefecto que gobernara la región conquistada y se encargara de sofocar cualquier intento de rebelión.

Judea no fue la excepción; Tiberio Cesar dejó encargado de la Provincia a uno de sus incondicionales a quien le prometió en un futuro no muy lejano encargarse de Egipto cuya riqueza era mucho mayor que la de Judea, y con esa expectativa Pilato se encargó de gobernar con paciencia, prudencia y tolerancia a una región que hoy día sigue siendo muy convulsionada.

Poncio Pilato, el Prefecto de Judea era un hombre de gobierno, buen administrador, pero con un defecto que a la postre lo llevó al fracaso estrepitoso en su carrera política; era un hombre incapaz de tomar decisiones, porque era lerdo y además muy acobardado. Ya había tenido dos contratiempos con el pueblo judío; uno de ellos, con el problema de las insignias imperiales que había ordenado colocar en la Ciudad ante la rebeldía judía de no venerar imágenes por incurrir en idolatría, y el problema del financiamiento del acueducto que suministrara agua a Jerusalem, sin embargo salió airoso de esa prueba y lo que menos quería eran dificultades.

Pero ahora se le presentaba una mayor, porque implicaba un conato de rebelión. A sus oídos llegaban noticias de un profeta que recorría los caminos pedregosos de Samaria y Galilea; unos decían que se trataba de un profeta que predicaba la palabra de Yavhé y otros que era un revolucionario que inquietaba al pueblo incitándolo a rebelarse en contra del poder imperial.

Pilato estaba intranquilo. Se acercaba la fiesta judía de la Pascua y la Provincia estaba expectante porque se anunciaba que arribaría a Jerusalém, donde estaba precisamente la Fortaleza Antonia, el recinto del Pretor, la casa de Pilato y un intento de putsh podría acabar de un plumazo con todas sus aspiraciones políticas.

Alistó a su guardia pretoriana y esperó. Pero no por mucho tiempo. El jueves por la noche llegan a su estancia noticias de que habían atrapado al líder espiritual judío, que se llamaba Yeshua y que estaba en el Palacio de los Sacerdotes siendo juzgado por faltas religiosas.

Pilato suspiró aliviado; al fin aparecía el revolucionario profeta, pero menos mal que se trataba de un problema religioso que los 72 miembros del Sanhedrín, el Tribunal Judío, se encargarían de resolver. Pilato se equivocó.

A la media noche a punto de retirarse a descansar, le comunican que el Sanhedrín llegó a una conclusión en su procedimiento, encontrándolo culpable y pedían la ejecución. Pilato bien sabía que era imposible que lo ejecutaran porque según las Constituciones Imperiales Roma se reservaba ese derecho y a las Colonias aunque les respetaba su libertad religiosa, en materia de ejecución de penas y más la pena capital, Roma y solo Roma podría encargarse.

Viendo que sería imposible zafarse del problema, decidió remitir al prisionero al Palacio de Herodes, el Tetrarca de Galilea, quien se encargaría de llevar a cabo la convalidación del juicio religioso y en su caso de ejecutarlo, ya que las culpas que se le atribuían según el reporte del Decurión, era que preconizaba ser el Mesías, un enviado de Dios que instauraría una nueva religión; nada que ver con el Estado Romano, nada que afectara los intereses de Tiberio ni de la Provincia, además la predicación se había llevado a cabo en territorio Galileo y correspondía la jurisdicción y competencia a Herodes.

Pero Herodes, entendido del derecho lo regresó a Pilato, aduciendo que por derecho de nacimiento le correspondía al Prefecto de Judea juzgarlo oda vez que Yeshua había nacido en Belén de Judea y no cabía duda que sería Pilato el encargado de ejecutarlo.

Cuando se lo presentan de nuevo, en la mañana del viernes, visiblemente molesto, lo interroga y después de la cognitio, dentro del procedimiento natural de enjuiciamiento penal romano, determina que no encuentra mayor culpa en él, que se trataba de faltas religiosas que bajo el punto de vista de la ley romana no merecía la pena capital y lo manda azotar en al Patio del pretorio y lo exhibe públicamente.

La multitud que se agolpaba a las puertas de la Fortaleza -no podían entrar porque no estarían purificados para la pascua- exigía a Pilato la ejecución.

En un ultimo esfuerzo para salir ileso de un problema social-político-religioso, pide a la multitud que elijan entre Yeshua y Barrabás un asaltante y asesino y sorprendentemente piden el castigo al justo.

Yeshua, el Cristo, había predicado el amor al prójimo; el respeto a los demás; el perdón, incluso exhortó al respeto imperial cuando aseveró que se le diera a Dios lo que es de Dios y al César lo que era del César. Barrabás, un delincuente irredento es el preferido de la multitud sedienta de sangre y Pilato se concreta a lavarse las manos, a mandar a una Decuria para que se encargue de crucificarlo y asunto concluido.

Un juicio inicuo. Violatorio de las mas elementales reglas jurídicas del Derecho Judío (Levítico y Deuteronomio) así como del Derecho Romano (Códex) en el que sin testigos, sin una acusación manifiesta, con un proceso amañado ante el Sanhedrín en horas inhábiles, sin respeto al tiempo mínimo de juicio (tres días), sin posibilidad alguna de defensa, sin comisión de delito contra la potestad Romana y con una falta meramente religiosa y que aunque pudiera haber ameritado la pena capital -lapidación- nunca se hubiera podido ejecutar por reservarse Roma el Ius Gladii, se puso fin a los 33 años a la vida de un hombre cuya misión en la tierra fue difundir una buena nueva, la paz y el amor entre los hombres.

La pregunta es: sirvió de algo la muerte de Jesús? La paz y el amor entre los seres humanos es lo que menos tenemos hoy día, y la culpa es de nosotros mismos que no hemos sabido aquilatar el mensaje del Mesías, y nos hemos perdido en los rincones sórdidos de la maldad, del egoísmo y los placeres olvidándonos que venimos del polvo y en polvo nos habremos de convertir tarde o temprano.

* Doctor en Derecho