/ lunes 27 de mayo de 2024

El gobierno de López Obrador, entre la autocracia y la pleonocracia

Dr. Jorge Chaires Zaragoza

Integrante del Observatorio sobre Seguridad y Justicia del CUCSH y miembro del Sistema Nacional de Investigadores

@jorgechaires

jchairesz@hotmail.com



El peculiar sistema presidencialista mexicano que caracterizó a México en siglo XX y que se pensaba que sería parte de la historia constitucional de México, ha resurgido con mayor vehemencia, trastocando de nueva cuenta la vida democrática del país. Cuando se pensaba que México había transitado a la democracia y había dejado atrás las prácticas del viejo sistema presidencialista, nos encontramos con ciertas similitudes causales con el gobierno del presidente López Obrador.

En el régimen de partido dominante en el siglo XX se justificó la existencia de un ejecutivo fuerte para hacer frente a los caudillismos emanados de la Revolución. La alternancia en el poder de finales del siglo XX motivó cierta autonomía de los gobernadores ante el presidente de la República, rompiendo con la disciplina que caracterizó al régimen. Los gobernadores locales llegaron a contar con un poder prácticamente incontrolable debido a las debilidades de las instituciones locales, resurgiendo el caciquismo local de antaño, al grado que se les llegó a tildar como minivirreyes.

López Obrador ha procurado someter a los gobiernos subnacionales de muy diversas maneras, particularmente a través del control presupuestario, pero también al ser él quien designe directamente al candidato a la gubernatura, a los diputados locales y presidentes municipales.

En los gobiernos priistas, el presidente de la República tomó las riendas del desarrollo nacional. Todas las políticas sociales dependían del presidente de la República, excluyendo a los gobiernos subnacionales de su operación, administración, ejecución y control. El Partido Revolucionario Institucional se asumió como el heredero directo de los ideales sociales revolucionarios, que le permitió contar con la legitimación popular necesaria para gobernar el país por más de setenta años. En tanto que el presidente de la República en turno se le vio como el heredero tlatoani, que venía cada seis años a renovar las esperanzas de su pueblo subyugado por las fuerzas coloniales.

López Obrador llegó a la presidencia de la República con el eslogan de “primero los pobres”, a los cuales ha intentado ayudar con apoyos económicos directos. Los programas sociales asistencialistas le han permitido legitimar su gobierno frente a una muy fuerte base social, que lo han visto como el libertador de los abusadores de los neoliberales. Al igual que el antiguo régimen, no serían los gobernadores y presidentes municipales los primeros responsables de solucionar los problemas locales, sino el presidente de la República, por lo que adquiere una dimensión mesiánica, similar a los presidentes del pasado.

El resurgimiento de los gobiernos de izquierda en las últimas décadas ha llevado, de nueva cuenta, a una lucha por las ideologías económicas. El descontento por el neoliberalismo ha llevado a la revivificación de una ideología que apuesta por el direccionismo del estado y una economía planificada. Al igual que se justificó la existencia de un presidente fuerte en el siglo pasado para contrarrestar la imposición de ideologías tanto capitalistas como comunistas, hoy en día se justifica la existencia de un presidente fuerte para acabar con la política neoliberal.

Sin embargo, existe una discrepancia entre el presidencialismo del siglo XX y el neopresidencialismo del presidente López Obrador. La existencia de un ejecutivo fuerte durante gran parte del siglo XX, se justificó en nombre de un proyecto nacional nacido del consenso constituyente de 1917. Por el contrario, la defensa de un ejecutivo fuerte en el gobierno de López Obrador parte de querer imponer un proyecto personal, es decir, una autocracia, que solo cuenta con el respaldo interesado de una mayoría simple en el congreso. En palabras de Michelangelo Bovero, estaríamos en riesgo de continuar en una tiranía de la mayoría o en un potencial ejercicio tiránico del poder de la mayoría, o sea, según Bovero, en una pleonocracia, que es una especie de autocracia.

El que López Obrador decidiera quien sería la candidata a la presidencia de la República y que le dejara una lista de reformas pendientes para los próximos años, evidencia que no quiere perder el control de su proyecto personal, el cual no ha sido apoyado por la gran mayoría de los mexicanos.

Dr. Jorge Chaires Zaragoza

Integrante del Observatorio sobre Seguridad y Justicia del CUCSH y miembro del Sistema Nacional de Investigadores

@jorgechaires

jchairesz@hotmail.com



El peculiar sistema presidencialista mexicano que caracterizó a México en siglo XX y que se pensaba que sería parte de la historia constitucional de México, ha resurgido con mayor vehemencia, trastocando de nueva cuenta la vida democrática del país. Cuando se pensaba que México había transitado a la democracia y había dejado atrás las prácticas del viejo sistema presidencialista, nos encontramos con ciertas similitudes causales con el gobierno del presidente López Obrador.

En el régimen de partido dominante en el siglo XX se justificó la existencia de un ejecutivo fuerte para hacer frente a los caudillismos emanados de la Revolución. La alternancia en el poder de finales del siglo XX motivó cierta autonomía de los gobernadores ante el presidente de la República, rompiendo con la disciplina que caracterizó al régimen. Los gobernadores locales llegaron a contar con un poder prácticamente incontrolable debido a las debilidades de las instituciones locales, resurgiendo el caciquismo local de antaño, al grado que se les llegó a tildar como minivirreyes.

López Obrador ha procurado someter a los gobiernos subnacionales de muy diversas maneras, particularmente a través del control presupuestario, pero también al ser él quien designe directamente al candidato a la gubernatura, a los diputados locales y presidentes municipales.

En los gobiernos priistas, el presidente de la República tomó las riendas del desarrollo nacional. Todas las políticas sociales dependían del presidente de la República, excluyendo a los gobiernos subnacionales de su operación, administración, ejecución y control. El Partido Revolucionario Institucional se asumió como el heredero directo de los ideales sociales revolucionarios, que le permitió contar con la legitimación popular necesaria para gobernar el país por más de setenta años. En tanto que el presidente de la República en turno se le vio como el heredero tlatoani, que venía cada seis años a renovar las esperanzas de su pueblo subyugado por las fuerzas coloniales.

López Obrador llegó a la presidencia de la República con el eslogan de “primero los pobres”, a los cuales ha intentado ayudar con apoyos económicos directos. Los programas sociales asistencialistas le han permitido legitimar su gobierno frente a una muy fuerte base social, que lo han visto como el libertador de los abusadores de los neoliberales. Al igual que el antiguo régimen, no serían los gobernadores y presidentes municipales los primeros responsables de solucionar los problemas locales, sino el presidente de la República, por lo que adquiere una dimensión mesiánica, similar a los presidentes del pasado.

El resurgimiento de los gobiernos de izquierda en las últimas décadas ha llevado, de nueva cuenta, a una lucha por las ideologías económicas. El descontento por el neoliberalismo ha llevado a la revivificación de una ideología que apuesta por el direccionismo del estado y una economía planificada. Al igual que se justificó la existencia de un presidente fuerte en el siglo pasado para contrarrestar la imposición de ideologías tanto capitalistas como comunistas, hoy en día se justifica la existencia de un presidente fuerte para acabar con la política neoliberal.

Sin embargo, existe una discrepancia entre el presidencialismo del siglo XX y el neopresidencialismo del presidente López Obrador. La existencia de un ejecutivo fuerte durante gran parte del siglo XX, se justificó en nombre de un proyecto nacional nacido del consenso constituyente de 1917. Por el contrario, la defensa de un ejecutivo fuerte en el gobierno de López Obrador parte de querer imponer un proyecto personal, es decir, una autocracia, que solo cuenta con el respaldo interesado de una mayoría simple en el congreso. En palabras de Michelangelo Bovero, estaríamos en riesgo de continuar en una tiranía de la mayoría o en un potencial ejercicio tiránico del poder de la mayoría, o sea, según Bovero, en una pleonocracia, que es una especie de autocracia.

El que López Obrador decidiera quien sería la candidata a la presidencia de la República y que le dejara una lista de reformas pendientes para los próximos años, evidencia que no quiere perder el control de su proyecto personal, el cual no ha sido apoyado por la gran mayoría de los mexicanos.