/ viernes 26 de julio de 2019

El cólico de la frustración

En ocasiones la vida se destartala y se torna tristemente impactante. En una escuela de Educación Especial, localizada en una de las colonias del área metropolitana de Guadalajara con más necesidades que dinero, con mas injusticias que esperanzas, con más desesperanzas que aliento, fue asaltada el pasado lunes dejándola como Adán y Eva en el paraíso: sin cosa alguna. La institución lleva años de prestar servicio a los niños y jóvenes con algún tipo de discapacidad que viven en la zona: Escuela Barrial se denomina el proyecto.

Hasta ahora, la comunidad ha dado muestras reiteradas y fehacientes, de un apoyo a este centro de atención más allá de lo ejemplar. Si lo vemos fríamente, por la zona de que se trata y de acuerdo a las estadísticas delincuenciales, ya le tocaba.

Aparentemente el robo fue perpetrado por una de las muchas bandas delictivas que en esa zona de alta marginación y descomposición social existen, bandas por supuesto formadas por jóvenes de entre 12 y 25 años, hombres y mujeres cuya mayoría se ha convertido en adictos a sustancias toxicas, y por supuesto, a sustancias de las mas toxicas, las que destruyen dignidades humanidades para siempre.

Filósofos, sociólogos y especialistas en salud mental, recomiendan que indagar el origen del mal debe ser interés supremo. En el caso del mencionado hurto, la indagación es muy simple: la pobreza, ese flagelo que siempre ha conducido a una realidad brutal que provoca profundas modificaciones en el comportamiento humano. Una banda de jóvenes adictos que en sus sueños de drogadicción encuentran un escape a su espantosa realidad, jóvenes que desde su uso de razón han vivido penalidades indecibles y que con el paso del tiempo se ven reducidos a la total servidumbre. ¿Será difícil entender que la drogadicción es una forma de evasión desesperada?

En la misa del pasado domingo, el sacerdote dio cuenta a la feligresía del suceso. Habré de consignar que además de la escuela el templo también fue asaltado. La comunidad quedo hondamente impactada. Al templo le habían sido robados algunos objetos en otras ocasiones, a la escuela nunca. En ciertos momentos de la vida, la fe en la parte buena del ser humano queda rota y en desorden, este es uno de ellos. Aquí no hay distorsión de valores, hay hambre, indiferencia, injusticia.

En este suceso existen verdades contundentes, primera: los objetos robados difícilmente serán encontrados y puestos otra vez en su lugar, segunda: los directamente afectados, es decir los niños y jóvenes con discapacidad seguirán gozando de la felicidad que les concede la fe ciega en el ser humano y su envidiable inocencia y tercera: yo discrepo, yo disiento: si algunos tienen que pagar los daños estos deben ser, por partes iguales, un gobierno y una sociedad que no han sabido, ni querido, ni podido crear la mas elemental de la justicias, el destierro de la pobreza. Vivimos en un país de colectivos cada vez mas desconsolados. El fardo de la injusticia lo debemos cargar todos.

En ocasiones la vida se destartala y se torna tristemente impactante. En una escuela de Educación Especial, localizada en una de las colonias del área metropolitana de Guadalajara con más necesidades que dinero, con mas injusticias que esperanzas, con más desesperanzas que aliento, fue asaltada el pasado lunes dejándola como Adán y Eva en el paraíso: sin cosa alguna. La institución lleva años de prestar servicio a los niños y jóvenes con algún tipo de discapacidad que viven en la zona: Escuela Barrial se denomina el proyecto.

Hasta ahora, la comunidad ha dado muestras reiteradas y fehacientes, de un apoyo a este centro de atención más allá de lo ejemplar. Si lo vemos fríamente, por la zona de que se trata y de acuerdo a las estadísticas delincuenciales, ya le tocaba.

Aparentemente el robo fue perpetrado por una de las muchas bandas delictivas que en esa zona de alta marginación y descomposición social existen, bandas por supuesto formadas por jóvenes de entre 12 y 25 años, hombres y mujeres cuya mayoría se ha convertido en adictos a sustancias toxicas, y por supuesto, a sustancias de las mas toxicas, las que destruyen dignidades humanidades para siempre.

Filósofos, sociólogos y especialistas en salud mental, recomiendan que indagar el origen del mal debe ser interés supremo. En el caso del mencionado hurto, la indagación es muy simple: la pobreza, ese flagelo que siempre ha conducido a una realidad brutal que provoca profundas modificaciones en el comportamiento humano. Una banda de jóvenes adictos que en sus sueños de drogadicción encuentran un escape a su espantosa realidad, jóvenes que desde su uso de razón han vivido penalidades indecibles y que con el paso del tiempo se ven reducidos a la total servidumbre. ¿Será difícil entender que la drogadicción es una forma de evasión desesperada?

En la misa del pasado domingo, el sacerdote dio cuenta a la feligresía del suceso. Habré de consignar que además de la escuela el templo también fue asaltado. La comunidad quedo hondamente impactada. Al templo le habían sido robados algunos objetos en otras ocasiones, a la escuela nunca. En ciertos momentos de la vida, la fe en la parte buena del ser humano queda rota y en desorden, este es uno de ellos. Aquí no hay distorsión de valores, hay hambre, indiferencia, injusticia.

En este suceso existen verdades contundentes, primera: los objetos robados difícilmente serán encontrados y puestos otra vez en su lugar, segunda: los directamente afectados, es decir los niños y jóvenes con discapacidad seguirán gozando de la felicidad que les concede la fe ciega en el ser humano y su envidiable inocencia y tercera: yo discrepo, yo disiento: si algunos tienen que pagar los daños estos deben ser, por partes iguales, un gobierno y una sociedad que no han sabido, ni querido, ni podido crear la mas elemental de la justicias, el destierro de la pobreza. Vivimos en un país de colectivos cada vez mas desconsolados. El fardo de la injusticia lo debemos cargar todos.

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