/ lunes 25 de enero de 2021

Dolorosamente anormal la “nueva normalidad”

En lo que podría considerarse como algo que no va más allá del juego de palabras, ha habido quienes han querido catalogar la desgracia que se nos ha venido encima a causa de la pandemia, como una “nueva normalidad” a la que se supone nos tenemos que acostumbrar. Lo que se ve muy difícil, dadas las dimensiones de tan inesperada problemática, que ha puesto contra la pared a decenas de miles de hogares. Aparte de que hay situaciones que definitivamente no tienen remedio, como la pérdida de un ser querido.

Si se recurriera por ejemplo al INEGI, podría hacerse un listado de la gran cantidad y diversidad de problemas que se han presentado -graves prácticamente todos- en los últimos 10 u 11 meses. Sin embargo, poner un drama en números sería algo así como apoyar la idea de convertir en estadística una tragedia nacional, con lo cual gran parte de la comunidad nacional no estaría de acuerdo.

¿Cuál es el nuevo estado de cosas en que hoy nos debatimos, lacerados por el coronavirus?

Para empezar, se ha perdido la libertad de movimiento, por las medidas cautelares de aislamiento que se han dictado; mucha gente se ve obligada a permanecer en casa, para evitar el contagio; el menú familiar se ha limitado, al no poder contar con todos los alimentos que antes se podían adquirir; algunas enfermedades distintas al coronavirus han hecho su aparición entre los miembros de la familia, debido a la inacción; el deporte de aficionados está en receso, a causa de lo mismo; la ropa nueva sigue guardada, porque las salidas a la calle se han cancelado.

Asimismo, y hablando de cosas más serias, los hospitales trabajan a un ritmo agotador, al dar atención a las legiones de pacientes del covid-19 que acuden en busca de auxilio; las personas que sufren otros padecimientos no tienen más remedio que soportar sus dolencias, porque en los nosocomios no tienen cabida. Médicos y enfermeras lloran la pérdida de compañeros que han sucumbido al contagio y laboran llevando en el pecho un imbatible sentido de responsabilidad, mezclado con el temor de ser contagiados; por otro lado, el sentimiento de frustración en los médicos, al ver muerto a un paciente, se ha ido perdiendo al multiplicarse inexorablemente los decesos.

En los cementerios, antes conocidos como recintos de paz, existe hoy intenso movimiento a causa de las largas filas de carros fúnebres que transportan su dolorosa carga; los velorios ya no son tan concurridos o se han suspendido; se sufre en gran medida la pérdida de empleos; sin embargo, en hospitales, crematorios, honras fúnebres y panteones, lo que sobra es trabajo; en decenas de miles de hogares se sufre hambre y necesidad porque quien proveía el sustento, se ha ido de este mundo; en millares de familias, la alegría ha desaparecido y hoy impera el llanto entre los deudos; en casa de los más humildes, ya no solamente la jovencita tiene que salir a pedir caridad y ahora los niños tienen que sumarse a la tarea; en otra de esas viviendas, los pequeños se quedan solos porque la madre tiene que ir a trabajar, ante la ausencia del finado padre. Viudas y viudos se han multiplicado, al tiempo que se ha extendido el sector de los huérfanos.

Además, en otros hogares humildes, la señora que se mantenía como costurera, ha perdido su fuente de ingresos por haber empeñado la máquina de coser; en otros más, hay necesidad de recurrir a los procesos antiguos, al no contar con la licuadora o la plancha, que han tenido el mismo destino, o sea el Montepío. Ponerse ropa sin planchar, ya no es novedad. El molcajete y el molinillo vuelven a la acción.

En lo económico, el Gobierno ha tenido que cancelar programas de mejoramiento y desarrollo, porque gran parte de los recursos se destinan al combate de la pandemia; en el sector privado, la actividad se encuentra semiparalizada, por el cierre estratégico-sanitario de las empresas o por falta de demanda.

Y así sucesivamente, podríamos continuar por largo trecho, la enumeración de situaciones trágicamente adversas, que componen lo que algunos quieren denominar “nueva normalidad”, pero que no es otra cosa que una catastrófica anormalidad. La cual por cierto no podemos eludir, sino al contrario, la tenemos que enfrentar. Como lo estamos haciendo; entre llantos, quejas e indecibles sufrimientos, pero sin que haya otro camino que el de seguir luchando.


* Periodista

En lo que podría considerarse como algo que no va más allá del juego de palabras, ha habido quienes han querido catalogar la desgracia que se nos ha venido encima a causa de la pandemia, como una “nueva normalidad” a la que se supone nos tenemos que acostumbrar. Lo que se ve muy difícil, dadas las dimensiones de tan inesperada problemática, que ha puesto contra la pared a decenas de miles de hogares. Aparte de que hay situaciones que definitivamente no tienen remedio, como la pérdida de un ser querido.

Si se recurriera por ejemplo al INEGI, podría hacerse un listado de la gran cantidad y diversidad de problemas que se han presentado -graves prácticamente todos- en los últimos 10 u 11 meses. Sin embargo, poner un drama en números sería algo así como apoyar la idea de convertir en estadística una tragedia nacional, con lo cual gran parte de la comunidad nacional no estaría de acuerdo.

¿Cuál es el nuevo estado de cosas en que hoy nos debatimos, lacerados por el coronavirus?

Para empezar, se ha perdido la libertad de movimiento, por las medidas cautelares de aislamiento que se han dictado; mucha gente se ve obligada a permanecer en casa, para evitar el contagio; el menú familiar se ha limitado, al no poder contar con todos los alimentos que antes se podían adquirir; algunas enfermedades distintas al coronavirus han hecho su aparición entre los miembros de la familia, debido a la inacción; el deporte de aficionados está en receso, a causa de lo mismo; la ropa nueva sigue guardada, porque las salidas a la calle se han cancelado.

Asimismo, y hablando de cosas más serias, los hospitales trabajan a un ritmo agotador, al dar atención a las legiones de pacientes del covid-19 que acuden en busca de auxilio; las personas que sufren otros padecimientos no tienen más remedio que soportar sus dolencias, porque en los nosocomios no tienen cabida. Médicos y enfermeras lloran la pérdida de compañeros que han sucumbido al contagio y laboran llevando en el pecho un imbatible sentido de responsabilidad, mezclado con el temor de ser contagiados; por otro lado, el sentimiento de frustración en los médicos, al ver muerto a un paciente, se ha ido perdiendo al multiplicarse inexorablemente los decesos.

En los cementerios, antes conocidos como recintos de paz, existe hoy intenso movimiento a causa de las largas filas de carros fúnebres que transportan su dolorosa carga; los velorios ya no son tan concurridos o se han suspendido; se sufre en gran medida la pérdida de empleos; sin embargo, en hospitales, crematorios, honras fúnebres y panteones, lo que sobra es trabajo; en decenas de miles de hogares se sufre hambre y necesidad porque quien proveía el sustento, se ha ido de este mundo; en millares de familias, la alegría ha desaparecido y hoy impera el llanto entre los deudos; en casa de los más humildes, ya no solamente la jovencita tiene que salir a pedir caridad y ahora los niños tienen que sumarse a la tarea; en otra de esas viviendas, los pequeños se quedan solos porque la madre tiene que ir a trabajar, ante la ausencia del finado padre. Viudas y viudos se han multiplicado, al tiempo que se ha extendido el sector de los huérfanos.

Además, en otros hogares humildes, la señora que se mantenía como costurera, ha perdido su fuente de ingresos por haber empeñado la máquina de coser; en otros más, hay necesidad de recurrir a los procesos antiguos, al no contar con la licuadora o la plancha, que han tenido el mismo destino, o sea el Montepío. Ponerse ropa sin planchar, ya no es novedad. El molcajete y el molinillo vuelven a la acción.

En lo económico, el Gobierno ha tenido que cancelar programas de mejoramiento y desarrollo, porque gran parte de los recursos se destinan al combate de la pandemia; en el sector privado, la actividad se encuentra semiparalizada, por el cierre estratégico-sanitario de las empresas o por falta de demanda.

Y así sucesivamente, podríamos continuar por largo trecho, la enumeración de situaciones trágicamente adversas, que componen lo que algunos quieren denominar “nueva normalidad”, pero que no es otra cosa que una catastrófica anormalidad. La cual por cierto no podemos eludir, sino al contrario, la tenemos que enfrentar. Como lo estamos haciendo; entre llantos, quejas e indecibles sufrimientos, pero sin que haya otro camino que el de seguir luchando.


* Periodista