/ martes 2 de noviembre de 2021

Discriminación por día de muertos

Millones de personas sufren discriminación en México y el mundo; muchas de ellas debido a su credo religioso, sin que las personas y grupos que discriminan tomen en cuenta que las libertades de conciencia y de religión son libertades fundamentales que protegen a las personas que profesan una religión, como también a aquellas que deciden cambiar de religión o no profesar ninguna.

En relación con el tema, el artículo 18 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos establece: “Toda persona tiene derecho a la libertad de pensamiento, de conciencia y de religión; este derecho incluye la libertad de cambiar de religión o de creencia, así como la libertad de manifestar su religión o su creencia, individual y colectivamente, tanto en público como en privado, por la enseñanza, la práctica, el culto y la observancia”.

Frente a los problemas asociados a la discriminación religiosa en México, considero necesario recordar que nuestro país ha suscrito diversos tratados internacionales que fueron creados para contribuir a la erradicación de este ancestral mal, y revertir así sentimientos y prácticas antirreligiosas, protagonizadas en la mayoría de los casos por los intolerantes.

Toda discriminación duele, pero más la que se comete en agravio de los niños en los planteles escolares de educación pública, espacios que, por mandato constitucional, deben impartir educación laica, que es aquella que se basa “en el respeto irrestricto de la dignidad de las personas, con un enfoque de derechos humanos y de igualdad sustantiva”.

En materia de educación pública, el artículo 3° constitucional en su segundo párrafo dispone:

“Corresponde al Estado la rectoría de la educación, la impartida por éste, además de obligatoria, será universal, inclusiva, pública, gratuita y laica”.

Nuestra Carta Magna deja en claro que la educación pública en México es laica, por lo que la religión no tiene nada que hacer dentro de las aulas. Los maestros, “agentes fundamentales del proceso educativo”, deben respetar las creencias religiosas de los niños que concurren a las escuelas, sin privilegiar una religión en particular, y mucho menos accionarla con fines de evaluación en el ámbito de la escolaridad.

Preocupa que de un tiempo a la fecha se hayan llevado a las escuelas tradiciones religiosas disfrazadas de tradiciones mexicanas, cuya práctica genera discriminación contra los niños que se niegan a participar en los altares de muertos, violentando así el carácter laico de la educación al pasar por alto los orígenes de la celebración.

Me refiero a lo siguiente: las fiestas de Todos Santos y Fieles Difuntos son celebraciones cien por ciento católicas. Esto lo sabemos todos, como también sabemos que la primera de estas festividades empezó a celebrarse en Europa a partir del siglo XIII, dando culto a las reliquias de los mártires católicos durante el desarrollo de la misma. Respecto a la celebración de los Fieles Difuntos, el libro “El secreto de la Liturgia” (Ediciones Paulinas, 2002) señala claramente que la conmemoración de todos los fieles difuntos "se celebra desde el año 1000, con el abad de Cluny, san Odilón, que estableció que al día siguiente a la festividad de Todos los Santos, se celebrara este recuerdo de todos los Fieles Difuntos. Esto se extendió rápidamente por Europa, para en los siglos venideros, extenderse por todo el mundo”.

Nótese que la práctica de estas celebraciones religiosas se realizaba en Europa mucho antes del descubrimiento de América, un acontecimiento que tuvo lugar en 1492. Cuando los europeos llegaron a nuestro continente se encontraron con una celebración religiosa que tiene su origen en la época prehispánica: los mexicas celebraban a sus muertos al término de sus cosechas, entre los meses de septiembre y noviembre.

La creencia de este pueblo indígena era que, tras la muerte, los muertos realizaban un viaje a través de las nueve regiones del inframundo, “una leyenda que representa la base del festejo moderno del Día de Muertos”, resultado del sincretismo o proceso mediante el cual se amalgaman diferentes expresiones religiosas para conformar una nueva tradición.

El punto en cuestión es que en su origen la celebración era religiosa, y siguió siéndolo luego de la imposición sincrética de las creencias católicas respecto a los muertos a los nativos que habitaban el Valle de Anáhuac. Y si la práctica es religiosa, no puede establecerse en las escuelas públicas debido al carácter laico de la educación, y porque genera, además, acciones de discriminación contra los niños no católicos, a quienes se presiona a participar en dicha celebración con la consigna que de no hacerlo les bajarán calificaciones.

Twitter: @armayacastro

Millones de personas sufren discriminación en México y el mundo; muchas de ellas debido a su credo religioso, sin que las personas y grupos que discriminan tomen en cuenta que las libertades de conciencia y de religión son libertades fundamentales que protegen a las personas que profesan una religión, como también a aquellas que deciden cambiar de religión o no profesar ninguna.

En relación con el tema, el artículo 18 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos establece: “Toda persona tiene derecho a la libertad de pensamiento, de conciencia y de religión; este derecho incluye la libertad de cambiar de religión o de creencia, así como la libertad de manifestar su religión o su creencia, individual y colectivamente, tanto en público como en privado, por la enseñanza, la práctica, el culto y la observancia”.

Frente a los problemas asociados a la discriminación religiosa en México, considero necesario recordar que nuestro país ha suscrito diversos tratados internacionales que fueron creados para contribuir a la erradicación de este ancestral mal, y revertir así sentimientos y prácticas antirreligiosas, protagonizadas en la mayoría de los casos por los intolerantes.

Toda discriminación duele, pero más la que se comete en agravio de los niños en los planteles escolares de educación pública, espacios que, por mandato constitucional, deben impartir educación laica, que es aquella que se basa “en el respeto irrestricto de la dignidad de las personas, con un enfoque de derechos humanos y de igualdad sustantiva”.

En materia de educación pública, el artículo 3° constitucional en su segundo párrafo dispone:

“Corresponde al Estado la rectoría de la educación, la impartida por éste, además de obligatoria, será universal, inclusiva, pública, gratuita y laica”.

Nuestra Carta Magna deja en claro que la educación pública en México es laica, por lo que la religión no tiene nada que hacer dentro de las aulas. Los maestros, “agentes fundamentales del proceso educativo”, deben respetar las creencias religiosas de los niños que concurren a las escuelas, sin privilegiar una religión en particular, y mucho menos accionarla con fines de evaluación en el ámbito de la escolaridad.

Preocupa que de un tiempo a la fecha se hayan llevado a las escuelas tradiciones religiosas disfrazadas de tradiciones mexicanas, cuya práctica genera discriminación contra los niños que se niegan a participar en los altares de muertos, violentando así el carácter laico de la educación al pasar por alto los orígenes de la celebración.

Me refiero a lo siguiente: las fiestas de Todos Santos y Fieles Difuntos son celebraciones cien por ciento católicas. Esto lo sabemos todos, como también sabemos que la primera de estas festividades empezó a celebrarse en Europa a partir del siglo XIII, dando culto a las reliquias de los mártires católicos durante el desarrollo de la misma. Respecto a la celebración de los Fieles Difuntos, el libro “El secreto de la Liturgia” (Ediciones Paulinas, 2002) señala claramente que la conmemoración de todos los fieles difuntos "se celebra desde el año 1000, con el abad de Cluny, san Odilón, que estableció que al día siguiente a la festividad de Todos los Santos, se celebrara este recuerdo de todos los Fieles Difuntos. Esto se extendió rápidamente por Europa, para en los siglos venideros, extenderse por todo el mundo”.

Nótese que la práctica de estas celebraciones religiosas se realizaba en Europa mucho antes del descubrimiento de América, un acontecimiento que tuvo lugar en 1492. Cuando los europeos llegaron a nuestro continente se encontraron con una celebración religiosa que tiene su origen en la época prehispánica: los mexicas celebraban a sus muertos al término de sus cosechas, entre los meses de septiembre y noviembre.

La creencia de este pueblo indígena era que, tras la muerte, los muertos realizaban un viaje a través de las nueve regiones del inframundo, “una leyenda que representa la base del festejo moderno del Día de Muertos”, resultado del sincretismo o proceso mediante el cual se amalgaman diferentes expresiones religiosas para conformar una nueva tradición.

El punto en cuestión es que en su origen la celebración era religiosa, y siguió siéndolo luego de la imposición sincrética de las creencias católicas respecto a los muertos a los nativos que habitaban el Valle de Anáhuac. Y si la práctica es religiosa, no puede establecerse en las escuelas públicas debido al carácter laico de la educación, y porque genera, además, acciones de discriminación contra los niños no católicos, a quienes se presiona a participar en dicha celebración con la consigna que de no hacerlo les bajarán calificaciones.

Twitter: @armayacastro