/ martes 9 de marzo de 2021

Discriminación de género

“Todas las desgracias del mundo provienen del olvido y el desprecio que hasta hoy se ha hecho a los derechos naturales e imprescindibles de ser mujer”. Esta frase es de la autoría de Flora Tristán, precursora del movimiento femenino, una mujer de origen francés, interesada en lograr una sociedad más justa e igualitaria, algo que hasta el momento no se ha logrado, de ahí la importancia de la lucha de las mujeres.

De unos años a la fecha, el Día Internacional de la Mujer se ha venido politizando, una situación que en nada abona a la histórica lucha en favor de los derechos que en el pasado le fueron negados a las mujeres.

Tampoco abona a la mencionada lucha la forma violenta en que algunas feministas protestan, más allá de que se trate de un reclamo justo debido a las creencias, actitudes y prácticas de hombres que tienen una aversión subyacente a las mujeres.

Las manifestaciones feministas que desembocan en actos vandálicos son empleadas por muchos para descalificar una lucha que debe continuar, pues, como bien dijo este 8 de marzo la secretaria de Gobernación, Olga Sánchez Cordero, “México sigue teniendo una deuda histórica con las mujeres”.

Aún hay mucho por hacer en favor de las mujeres, pero la violencia no es ni será nunca el camino, sino el diálogo, la exigencia pacífica de sus derechos, el tratar de contribuir al fortalecimiento de las instituciones para denunciar la violencia de género, el coadyuvar a la creación de leyes que protejan los derechos de las mujeres, y que permitan ponerle fin a los feminicidios y a todo acto de agresión en contra de ellas.

Esta valiente lucha no debe detenerse, hasta lograr que las mujeres dejen de tener ese papel secundario que no les corresponde, si se toma en cuenta que existe un principio constitucional llamado igualdad de género, que estipula que hombres y mujeres son iguales ante la ley, es decir, que deben tener los mismos derechos y obligaciones en los ámbitos político, social, económico y cultural.

Esta lucha debe contemplar, asimismo, a las mujeres que carecen de medios, facilidades y oportunidades para levantar la voz en busca de hacer valer sus derechos. Me refiero a las mujeres migrantes, muchas de las cuales sufren acoso, violencia y exclusión cuando dirigen sus pasos hacia determinado destino para lograr mejores condiciones de vida y, en no pocos casos, escapar de situaciones de violencia familiar y comunitaria en sus lugares de origen.

Europa Press publicó este domingo 7 de marzo datos de interés sobre este tema: “Las mujeres representan algo menos de la mitad de la población mundial de migrantes internacionales: son, según datos de 2020 recopilados por Naciones Unidas, 135 millones, es decir, el 48.1%”. Esta agencia de noticias española incluyó en su texto el siguiente dato sobre la situación de las mujeres migrantes en América Latina y El Caribe: “Las mujeres representan el 58.8% de las personas migrantes”.

La nota plasma también las declaraciones de Alba Goycoechea, miembro del Punto Focal Regional de Género de la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) para América del Sur, quien se expresó así sobre el tema en cuestión: “En esta región las estructuras de desigualdad sobre las que se construyen las relaciones sociales impactan en la migración femenina.”

En el caso específico de México, el organismo al que pertenece Goycoechea estimó en 2018 que “la pobreza, el desempleo o las expectativas de acceso a mayores beneficios en el país de destino —es decir, las causas fundamentalmente económicas— son aquellas más comunes; seguidas por las sociales, como la discriminación, la reunificación familiar en el país de destino o la dependencia económica, y criminales, tales como inseguridad, corrupción o delincuencia organizada.”

Esta dolorosa realidad deja en claro que se debe trabajar más y mejor en pro del respeto a los derechos de las mujeres migrantes, así como en favor de los de las mujeres indígenas, quienes aparte de ser discriminadas por su condición de género, suelen ser excluidas por ser pobres e indígenas, lo que constituye una triple discriminación en agravio de su dignidad.

Un aspecto digno de mención es que algunas mujeres indígenas, tanto en México como en otros países, han conquistado diversos espacios, desde los cuales han alzado la voz para “incidir a nivel comunitario en los temas de derechos e igualdad de género, con una perspectiva cultural, mediante el desarrollo de acciones de asesoría y capacitación en diferentes temáticas”.

Estas y otras conquistas son dignas de celebración, sin perder de vista que aún falta mucho para acabar con la desigualdad entre hombres y mujeres, y que para lograrlo se deben realizar acciones firmes, acompañadas de inteligencia y respeto, virtudes que son características de las mujeres.


Twitter: @armayacastro

“Todas las desgracias del mundo provienen del olvido y el desprecio que hasta hoy se ha hecho a los derechos naturales e imprescindibles de ser mujer”. Esta frase es de la autoría de Flora Tristán, precursora del movimiento femenino, una mujer de origen francés, interesada en lograr una sociedad más justa e igualitaria, algo que hasta el momento no se ha logrado, de ahí la importancia de la lucha de las mujeres.

De unos años a la fecha, el Día Internacional de la Mujer se ha venido politizando, una situación que en nada abona a la histórica lucha en favor de los derechos que en el pasado le fueron negados a las mujeres.

Tampoco abona a la mencionada lucha la forma violenta en que algunas feministas protestan, más allá de que se trate de un reclamo justo debido a las creencias, actitudes y prácticas de hombres que tienen una aversión subyacente a las mujeres.

Las manifestaciones feministas que desembocan en actos vandálicos son empleadas por muchos para descalificar una lucha que debe continuar, pues, como bien dijo este 8 de marzo la secretaria de Gobernación, Olga Sánchez Cordero, “México sigue teniendo una deuda histórica con las mujeres”.

Aún hay mucho por hacer en favor de las mujeres, pero la violencia no es ni será nunca el camino, sino el diálogo, la exigencia pacífica de sus derechos, el tratar de contribuir al fortalecimiento de las instituciones para denunciar la violencia de género, el coadyuvar a la creación de leyes que protejan los derechos de las mujeres, y que permitan ponerle fin a los feminicidios y a todo acto de agresión en contra de ellas.

Esta valiente lucha no debe detenerse, hasta lograr que las mujeres dejen de tener ese papel secundario que no les corresponde, si se toma en cuenta que existe un principio constitucional llamado igualdad de género, que estipula que hombres y mujeres son iguales ante la ley, es decir, que deben tener los mismos derechos y obligaciones en los ámbitos político, social, económico y cultural.

Esta lucha debe contemplar, asimismo, a las mujeres que carecen de medios, facilidades y oportunidades para levantar la voz en busca de hacer valer sus derechos. Me refiero a las mujeres migrantes, muchas de las cuales sufren acoso, violencia y exclusión cuando dirigen sus pasos hacia determinado destino para lograr mejores condiciones de vida y, en no pocos casos, escapar de situaciones de violencia familiar y comunitaria en sus lugares de origen.

Europa Press publicó este domingo 7 de marzo datos de interés sobre este tema: “Las mujeres representan algo menos de la mitad de la población mundial de migrantes internacionales: son, según datos de 2020 recopilados por Naciones Unidas, 135 millones, es decir, el 48.1%”. Esta agencia de noticias española incluyó en su texto el siguiente dato sobre la situación de las mujeres migrantes en América Latina y El Caribe: “Las mujeres representan el 58.8% de las personas migrantes”.

La nota plasma también las declaraciones de Alba Goycoechea, miembro del Punto Focal Regional de Género de la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) para América del Sur, quien se expresó así sobre el tema en cuestión: “En esta región las estructuras de desigualdad sobre las que se construyen las relaciones sociales impactan en la migración femenina.”

En el caso específico de México, el organismo al que pertenece Goycoechea estimó en 2018 que “la pobreza, el desempleo o las expectativas de acceso a mayores beneficios en el país de destino —es decir, las causas fundamentalmente económicas— son aquellas más comunes; seguidas por las sociales, como la discriminación, la reunificación familiar en el país de destino o la dependencia económica, y criminales, tales como inseguridad, corrupción o delincuencia organizada.”

Esta dolorosa realidad deja en claro que se debe trabajar más y mejor en pro del respeto a los derechos de las mujeres migrantes, así como en favor de los de las mujeres indígenas, quienes aparte de ser discriminadas por su condición de género, suelen ser excluidas por ser pobres e indígenas, lo que constituye una triple discriminación en agravio de su dignidad.

Un aspecto digno de mención es que algunas mujeres indígenas, tanto en México como en otros países, han conquistado diversos espacios, desde los cuales han alzado la voz para “incidir a nivel comunitario en los temas de derechos e igualdad de género, con una perspectiva cultural, mediante el desarrollo de acciones de asesoría y capacitación en diferentes temáticas”.

Estas y otras conquistas son dignas de celebración, sin perder de vista que aún falta mucho para acabar con la desigualdad entre hombres y mujeres, y que para lograrlo se deben realizar acciones firmes, acompañadas de inteligencia y respeto, virtudes que son características de las mujeres.


Twitter: @armayacastro