/ martes 19 de junio de 2018

Degeneración en generación / No a todos los hombres les gusta el futbol en la escuela

José Minero

La escuela de nivel básico es un escenario social donde se manifiestan interacciones que van más allá de los procesos de enseñanza-aprendizaje, que están dentro del currículum oficial. Es decir, en la escuela no sólo se aprenden conocimientos abordados desde las asignaturas, sino también se movilizan saberes de la vida cotidiana donde cada alumno/a se ubica en un rol predeterminado.

Los primeros roles a los que deberán incorporarse son los que conciernen a la marca del género. Los niños y las niñas al llegar al preescolar ya llevan cierto bagaje cultural desde casa donde han aprendido en cierta medida a ser hombres y a ser mujeres, según los estereotipos que de estos emanan. Sin embargo, en la actualidad comienzan a mostrarse expresiones “disruptivas” de los y las niñas que echan por la borda los roles tradicionales de género.

Un ejemplo de lo antes mencionado es que ahora no a todos los niños varones les gustan determinados juegos “para hombres” en el recreo, tales como “las luchitas”, “las guerritas” o el tan tradicional futbol, donde deben empeñarse en demostrar poder, fortaleza física, valentía y liderazgo; propias de una visión patriarcal impuesta para los hombres.

Así pues, hoy en día comienzan a visibilizarse en los niños, juegos donde no necesariamente deban demostrar superioridad. Pues estos prefieren juegos que no impliquen el dominio sobre el otro, es decir ya hay manifestaciones donde el género tradicional se ve desdibujado: niños que juegan con niñas y sus juguetes, o que prefieren sólo caminar y correr con sus pares, tomar su desayuno en el recreo, o bien ni siquiera saben o les interesa el futbol.

Cabe destacar que el juego en los niños y las niñas es tan importante para su desarrollo como lo es para los adultos desempeñarse en el terreno laboral, por dar un ejemplo. Es por ello que es significativo poner atención en este rubro, pues los pocos varones que se manifiestan en el juego de manera diferente, suelen ser presa de señalamientos por no adherirse a los estereotipos, parecido a lo que las niñas sufrieron en décadas pasadas cuando se les veía pateando una pelota.

¿Y cómo es que empiezan a emerger este tipo de expresiones? Pues como al principio se mencionó que los y las niñas al llegar al preescolar ya traen consigo constructos culturales formados desde casa, se puede decir entonces que se vislumbra el inicio de padres y madres o quienes hacen la función de éstos, con visiones más equitativas y sin prejuicios en torno al juego de sus hijos. Uno de los factores puede ser que los padres y madres sobre todo en comunidades urbanas, tienen acceso a estudios universitarios lo cual les permite no sólo integrarse al campo laboral, sino también en acceder a formarse con sentidos de mayor equidad.

Otro factor puede ser que los padres y madres al acceder a un capital cultural de mayor amplitud, eduquen a sus hijos e hijas desde una concepción de cultura de la paz, donde las competencias y el dominio sobre el otro/a quedan fuera en el juego.

Sin embargo, falta camino por recorrer, pues así como las niñas ganaron terreno en el juego, “propios” de varones a costa del escrutinio social, también los niños y sus nuevas masculinidades se apropiarán poco a poco en el juego que no implique un trasfondo agresivo. Esto dependerá en gran medida de que los adultos generemos ambientes libres de prejuicios en casa y escuela, con el objetivo de avanzar hacia una cultura más equitativa.


José Minero

La escuela de nivel básico es un escenario social donde se manifiestan interacciones que van más allá de los procesos de enseñanza-aprendizaje, que están dentro del currículum oficial. Es decir, en la escuela no sólo se aprenden conocimientos abordados desde las asignaturas, sino también se movilizan saberes de la vida cotidiana donde cada alumno/a se ubica en un rol predeterminado.

Los primeros roles a los que deberán incorporarse son los que conciernen a la marca del género. Los niños y las niñas al llegar al preescolar ya llevan cierto bagaje cultural desde casa donde han aprendido en cierta medida a ser hombres y a ser mujeres, según los estereotipos que de estos emanan. Sin embargo, en la actualidad comienzan a mostrarse expresiones “disruptivas” de los y las niñas que echan por la borda los roles tradicionales de género.

Un ejemplo de lo antes mencionado es que ahora no a todos los niños varones les gustan determinados juegos “para hombres” en el recreo, tales como “las luchitas”, “las guerritas” o el tan tradicional futbol, donde deben empeñarse en demostrar poder, fortaleza física, valentía y liderazgo; propias de una visión patriarcal impuesta para los hombres.

Así pues, hoy en día comienzan a visibilizarse en los niños, juegos donde no necesariamente deban demostrar superioridad. Pues estos prefieren juegos que no impliquen el dominio sobre el otro, es decir ya hay manifestaciones donde el género tradicional se ve desdibujado: niños que juegan con niñas y sus juguetes, o que prefieren sólo caminar y correr con sus pares, tomar su desayuno en el recreo, o bien ni siquiera saben o les interesa el futbol.

Cabe destacar que el juego en los niños y las niñas es tan importante para su desarrollo como lo es para los adultos desempeñarse en el terreno laboral, por dar un ejemplo. Es por ello que es significativo poner atención en este rubro, pues los pocos varones que se manifiestan en el juego de manera diferente, suelen ser presa de señalamientos por no adherirse a los estereotipos, parecido a lo que las niñas sufrieron en décadas pasadas cuando se les veía pateando una pelota.

¿Y cómo es que empiezan a emerger este tipo de expresiones? Pues como al principio se mencionó que los y las niñas al llegar al preescolar ya traen consigo constructos culturales formados desde casa, se puede decir entonces que se vislumbra el inicio de padres y madres o quienes hacen la función de éstos, con visiones más equitativas y sin prejuicios en torno al juego de sus hijos. Uno de los factores puede ser que los padres y madres sobre todo en comunidades urbanas, tienen acceso a estudios universitarios lo cual les permite no sólo integrarse al campo laboral, sino también en acceder a formarse con sentidos de mayor equidad.

Otro factor puede ser que los padres y madres al acceder a un capital cultural de mayor amplitud, eduquen a sus hijos e hijas desde una concepción de cultura de la paz, donde las competencias y el dominio sobre el otro/a quedan fuera en el juego.

Sin embargo, falta camino por recorrer, pues así como las niñas ganaron terreno en el juego, “propios” de varones a costa del escrutinio social, también los niños y sus nuevas masculinidades se apropiarán poco a poco en el juego que no implique un trasfondo agresivo. Esto dependerá en gran medida de que los adultos generemos ambientes libres de prejuicios en casa y escuela, con el objetivo de avanzar hacia una cultura más equitativa.


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