/ lunes 11 de febrero de 2019

De frente al poder / AMLO, hipótesis sobre su épica

Óscar Ábrego


¿Cómo es posible que a poco más de dos meses de iniciado su gobierno, Andrés Manuel López Obrador continúe desbaratando todos los récords de popularidad en México? Basta con observar la más reciente medición de El Financiero; según este medio de comunicación, en una encuesta presentada el pasado 7 de febrero, el nivel de aceptación del presidente llegó al 86 por ciento, algo nunca antes visto desde que se toma el pulso social.

De acuerdo con este sondeo, el combate al robo de combustible disparó la aprobación del mandatario, lo que sugiere que a pesar de las afectaciones a diversos sectores productivos y las molestias ocasionadas a la ciudadanía en general, la gran mayoría respalda la lucha que emprendió.

Lo anterior nos invita a plantear algunas hipótesis para responder la cuestión con la que inicia esta columna. Para comenzar, creo que las mañaneras ruedas de prensa lograron el propósito planteado desde el arranque de su gobierno: marcar la agenda mediática nacional. Guste o no a los opinantes profesionales, lo cierto es que la estrategia para informar sobre los programas y acciones del gobierno, así como atajar o enfrentar “escándalos” noticiosos a hora muy temprana, ha sido muy exitosa.

Incluso ya se ha reportado que día con día crece el número de ciudadanos que prefieren escuchar a López Obrador que ver los noticiarios matutinos, algo que no ocurre en ningún lugar del mundo.

Por otra parte, Andrés Manuel logró lo que nadie antes: hacer de su lucha contra la corrupción una batalla épica. Recordemos que el término épica se refiere a un género literario que relata las hazañas de héroes que representan los ideales de toda una sociedad. Es decir, una épica cuenta la lucha de uno o más héroes contra todo aquello o aquel que el pueblo desea derrotar.

Sí, a López Obrador se le puede acusar de muchas cosas, pero no de corrupto. Es así que también podemos explicarnos porqué Enrique Alfaro recibió una tremenda rechifla en la premiación de los Charros de Jalisco; atacar al héroe es una pésima idea cuando éste libra una guerra que cuenta con el respaldo de casi todo el pueblo mexicano. Así pues, hay algunas señales que nos dicen que en el ánimo del ciudadano común habita la convicción de que, por primera vez en muchas décadas, su presidente no es el líder de las mafias que hicieron de México una de las naciones más corruptas del orbe; por el contrario, pareciera que en el ambiente flota la sensación de que la palabra Patria comienza a llenarse otra vez de significado.

Otra variable que aparece en el centro de la popularidad de AMLO, tiene que ver con su gran capacidad para comunicarse. En especial me refiero al tono de sus palabras, no a la tonada de su voz. Quienes aplicamos la Programación Neurolingüística en la vida cotidiana, sabemos que las cargas emocionales en el mensaje son muy poderosas cuando se trata de llegar al corazón y mente de las personas; pues bien, para eso Andrés Manuel es un maestro; no sólo es hábil para conectar con sus públicos, sino que además conoce las rutas por las que provocará el entusiasmo de sus oyentes. Pero hay algo más, López Obrador posee una virtud que escasea bastante en la clase política: goza de una enorme credibilidad ante un buen porcentaje de la población. Y es que la credibilidad genera confianza, y la confianza enciende la luz de la esperanza.

Para concluir, habrá que poner el acento en algo de suma importancia: predicar con el ejemplo es la fuente de su impresionante popularidad. A los ojos del gran elector, viajar en clase turista, hacer una escala a pie de carretera para comerse unas garnachas, o saludar con un beso en la frente a la abuelita más querida del pueblo, ha despertado en millones de mexicanos un sentimiento de identidad y solidaridad con su presidente.

Por eso es común que veamos que sus visitas a diversos puntos del país se convierten en un suceso multitudinario. Ahora bien, tampoco se puede ser ingenuo, en algún momento el desgaste propio que implica el ejercicio del gobierno minará el bono democrático que hasta hoy mantiene Andrés Manuel; sin embargo, bien vale la pena dejar constancia de que –al menos en el arranque de su gestión- ha dejado muy en claro que un asunto es la opinión publicada, y otro muy distinto, la opinión del público al que le habla.

Óscar Ábrego


¿Cómo es posible que a poco más de dos meses de iniciado su gobierno, Andrés Manuel López Obrador continúe desbaratando todos los récords de popularidad en México? Basta con observar la más reciente medición de El Financiero; según este medio de comunicación, en una encuesta presentada el pasado 7 de febrero, el nivel de aceptación del presidente llegó al 86 por ciento, algo nunca antes visto desde que se toma el pulso social.

De acuerdo con este sondeo, el combate al robo de combustible disparó la aprobación del mandatario, lo que sugiere que a pesar de las afectaciones a diversos sectores productivos y las molestias ocasionadas a la ciudadanía en general, la gran mayoría respalda la lucha que emprendió.

Lo anterior nos invita a plantear algunas hipótesis para responder la cuestión con la que inicia esta columna. Para comenzar, creo que las mañaneras ruedas de prensa lograron el propósito planteado desde el arranque de su gobierno: marcar la agenda mediática nacional. Guste o no a los opinantes profesionales, lo cierto es que la estrategia para informar sobre los programas y acciones del gobierno, así como atajar o enfrentar “escándalos” noticiosos a hora muy temprana, ha sido muy exitosa.

Incluso ya se ha reportado que día con día crece el número de ciudadanos que prefieren escuchar a López Obrador que ver los noticiarios matutinos, algo que no ocurre en ningún lugar del mundo.

Por otra parte, Andrés Manuel logró lo que nadie antes: hacer de su lucha contra la corrupción una batalla épica. Recordemos que el término épica se refiere a un género literario que relata las hazañas de héroes que representan los ideales de toda una sociedad. Es decir, una épica cuenta la lucha de uno o más héroes contra todo aquello o aquel que el pueblo desea derrotar.

Sí, a López Obrador se le puede acusar de muchas cosas, pero no de corrupto. Es así que también podemos explicarnos porqué Enrique Alfaro recibió una tremenda rechifla en la premiación de los Charros de Jalisco; atacar al héroe es una pésima idea cuando éste libra una guerra que cuenta con el respaldo de casi todo el pueblo mexicano. Así pues, hay algunas señales que nos dicen que en el ánimo del ciudadano común habita la convicción de que, por primera vez en muchas décadas, su presidente no es el líder de las mafias que hicieron de México una de las naciones más corruptas del orbe; por el contrario, pareciera que en el ambiente flota la sensación de que la palabra Patria comienza a llenarse otra vez de significado.

Otra variable que aparece en el centro de la popularidad de AMLO, tiene que ver con su gran capacidad para comunicarse. En especial me refiero al tono de sus palabras, no a la tonada de su voz. Quienes aplicamos la Programación Neurolingüística en la vida cotidiana, sabemos que las cargas emocionales en el mensaje son muy poderosas cuando se trata de llegar al corazón y mente de las personas; pues bien, para eso Andrés Manuel es un maestro; no sólo es hábil para conectar con sus públicos, sino que además conoce las rutas por las que provocará el entusiasmo de sus oyentes. Pero hay algo más, López Obrador posee una virtud que escasea bastante en la clase política: goza de una enorme credibilidad ante un buen porcentaje de la población. Y es que la credibilidad genera confianza, y la confianza enciende la luz de la esperanza.

Para concluir, habrá que poner el acento en algo de suma importancia: predicar con el ejemplo es la fuente de su impresionante popularidad. A los ojos del gran elector, viajar en clase turista, hacer una escala a pie de carretera para comerse unas garnachas, o saludar con un beso en la frente a la abuelita más querida del pueblo, ha despertado en millones de mexicanos un sentimiento de identidad y solidaridad con su presidente.

Por eso es común que veamos que sus visitas a diversos puntos del país se convierten en un suceso multitudinario. Ahora bien, tampoco se puede ser ingenuo, en algún momento el desgaste propio que implica el ejercicio del gobierno minará el bono democrático que hasta hoy mantiene Andrés Manuel; sin embargo, bien vale la pena dejar constancia de que –al menos en el arranque de su gestión- ha dejado muy en claro que un asunto es la opinión publicada, y otro muy distinto, la opinión del público al que le habla.