/ sábado 19 de enero de 2019

De columnas y calumnias / De frente al poder

Óscar Ábrego de León

No hay nada más digno, -desde mi perspectiva- en la profesión periodística, como todo en la vida, que dar la cara. Sostener la mirada frente a la cámara, defender con pruebas irrefutables lo dicho o lo escrito en medios electrónicos o impresos, devela –al menos- valor.

Lo anterior viene a cuenta porque desde hace algunos años, las columnas redactadas desde el anonimato que publican día con día diversos medios de comunicación en México y nuestro estado, suelen nutrirse de versiones no comprobables; y más aún, es evidente que en más de un sentido estos espacios sirven para “golpear” a un personaje de la vida pública o para descargar la víscera de un autor oculto.

Yo mismo no sólo he sido blanco de estos dardos, sino que además he atestiguado cómo, en múltiples ocasiones, lo difundido en estos escritos no corresponde a la realidad. De ahí que supongo que debamos preguntarnos si este “periodismo” le hace bien a la construcción de sociedad y opinión pública.

Me parece que para alguien que se ostenta como un profesional, esconderse en el sótano del anonimato para difundir “noticias” sin confirmación, atenta contra sí mismo y todos los principios de la labor periodística. Redactar versiones ligeras sobre asuntos o personajes públicos raya en lo irresponsable, y por qué no decirlo, hasta en lo achantado. Y es que una de las reglas básicas del rigor periodístico nos dice que más vale perder una noticia que perder la credibilidad.

Dejemos de rasgarnos las vestiduras y enfrentemos con seriedad este asunto. En virtud de que la difamación y la calumnia no son un delito, el honor de una persona puede desbaratarse de modo inmisericorde. Recordemos que en México es más importante la libertad de expresión que la dignidad de un individuo; es decir, un columnista o reportero puede darse el gusto de destruir el presente y futuro de una persona, difundiendo chismes, rumores y mentiras, sin que haya graves consecuencias jurídicas que repongan el daño.

Si a lo anterior agregamos que en nuestra entidad -como en muchas otras del país- la gran mayoría de quienes forman parte de este gremio laboran en una precaria situación salarial, entonces las condiciones están dadas para que el mal humor se imponga sobre la ética.

Ahora bien, por supuesto que de ninguna manera pretendo regatear la valía de columnas institucionales que publican distintos medios informativos; lo que trato de hacer, es poner el acento en la valoración objetiva de lo que suele ocurrir en el quehacer cotidiano del periodismo.

Nadie, con un poco de vergüenza laboral, y que forme parte de la comunidad periodística, puede negar que algunos de estos espacios se han convertido en un pizarrón que sólo sirve para saciar el morbo de un diminuto círculo de lectores, y no para coadyuvar en el desarrollo de una colectividad más crítica y mejor informada.

Seamos francos, si el cotilleo y las filtraciones (ciertas o no) son la base de nuestro debate y la plataforma sobre la que pretendemos edificar un Jalisco bien orientado, entonces estamos perdidos.

Así pues, encarar con honestidad esta práctica, es una de las asignaturas pendientes del periodismo de nuestro tiempo.

Óscar Ábrego de León

No hay nada más digno, -desde mi perspectiva- en la profesión periodística, como todo en la vida, que dar la cara. Sostener la mirada frente a la cámara, defender con pruebas irrefutables lo dicho o lo escrito en medios electrónicos o impresos, devela –al menos- valor.

Lo anterior viene a cuenta porque desde hace algunos años, las columnas redactadas desde el anonimato que publican día con día diversos medios de comunicación en México y nuestro estado, suelen nutrirse de versiones no comprobables; y más aún, es evidente que en más de un sentido estos espacios sirven para “golpear” a un personaje de la vida pública o para descargar la víscera de un autor oculto.

Yo mismo no sólo he sido blanco de estos dardos, sino que además he atestiguado cómo, en múltiples ocasiones, lo difundido en estos escritos no corresponde a la realidad. De ahí que supongo que debamos preguntarnos si este “periodismo” le hace bien a la construcción de sociedad y opinión pública.

Me parece que para alguien que se ostenta como un profesional, esconderse en el sótano del anonimato para difundir “noticias” sin confirmación, atenta contra sí mismo y todos los principios de la labor periodística. Redactar versiones ligeras sobre asuntos o personajes públicos raya en lo irresponsable, y por qué no decirlo, hasta en lo achantado. Y es que una de las reglas básicas del rigor periodístico nos dice que más vale perder una noticia que perder la credibilidad.

Dejemos de rasgarnos las vestiduras y enfrentemos con seriedad este asunto. En virtud de que la difamación y la calumnia no son un delito, el honor de una persona puede desbaratarse de modo inmisericorde. Recordemos que en México es más importante la libertad de expresión que la dignidad de un individuo; es decir, un columnista o reportero puede darse el gusto de destruir el presente y futuro de una persona, difundiendo chismes, rumores y mentiras, sin que haya graves consecuencias jurídicas que repongan el daño.

Si a lo anterior agregamos que en nuestra entidad -como en muchas otras del país- la gran mayoría de quienes forman parte de este gremio laboran en una precaria situación salarial, entonces las condiciones están dadas para que el mal humor se imponga sobre la ética.

Ahora bien, por supuesto que de ninguna manera pretendo regatear la valía de columnas institucionales que publican distintos medios informativos; lo que trato de hacer, es poner el acento en la valoración objetiva de lo que suele ocurrir en el quehacer cotidiano del periodismo.

Nadie, con un poco de vergüenza laboral, y que forme parte de la comunidad periodística, puede negar que algunos de estos espacios se han convertido en un pizarrón que sólo sirve para saciar el morbo de un diminuto círculo de lectores, y no para coadyuvar en el desarrollo de una colectividad más crítica y mejor informada.

Seamos francos, si el cotilleo y las filtraciones (ciertas o no) son la base de nuestro debate y la plataforma sobre la que pretendemos edificar un Jalisco bien orientado, entonces estamos perdidos.

Así pues, encarar con honestidad esta práctica, es una de las asignaturas pendientes del periodismo de nuestro tiempo.