/ jueves 29 de octubre de 2020

Covid, entre lo malo y lo peor

Ya en nuestra columna anterior, habíamos comentado sobre el tamaño y la agresividad de la pandemia del coronavirus, que como bestia infernal, no solamente está diezmando la población, sino hasta dañando las estructura económicas y sociales de casi todas las naciones del mundo.

El covid-19, tal como lo apuntamos antes, se nos presenta como un mal más grande que nosotros, muy difícil de controlar. Y como de momento no lo podemos vencer, no nos queda otro camino que defendernos de él. Y eso es lo que han estado tratando de hacer nuestras autoridades; y es ahí donde se justifican las rectificaciones que seguramente se han visto obligadas a realizar, al enfrentar una situación que no tiene precedentes.

Hablando de las estrategias que se están aplicando, recordamos que hubo momentos en que mucha gente criticaba el hecho de que se estaba haciendo más caso de proteger el aparato económico, que la vida de las personas.

Y este asunto tiene mucho de fondo, porque hasta donde se puede entender, los gobernantes enfrentaban una preocupante disyuntiva: O mantenían indefinidamente el cierre de los negocios, a fin de que los trabajadores pudieran quedarse en sus casas para evitar el contagio; o autorizaban el funcionamiento de una parte del aparato productivo, a fin de evitar la caída de la economía… aunque en alguna medida, se propiciara con ello la extensión del virus.

La primera medida parecía la más conveniente, ya que no hay nada más preciado que la vida de la gente. Sin embargo, se alcanzó a percibir el riesgo del enorme problema que podría presentarse si los trabajadores se quedaban sin empleo, y sin el ingreso necesario para el sustento de sus familias. No era tan difícil imaginar un panorama de más enfermedades, de hambre, de un declarado caos en que miles y miles de personas sin dinero, tuvieran que recurrir a acciones nada recomendables (¿violencia… saqueo?), para poder alimentarse y seguir viviendo.

Así, las cosas, no es difícil entender por qué el aparato gubernamental optó por la segunda posibilidad, que ha sido la de mantener activa la planta productiva y de servicios, aunque sea a un ritmo bajo, pero que permita evitar que el problema degenere en una doble crisis, la cual sería económica y social. Sin descartar la política, porque resultaría muy difícil gobernar a lugares en tan grave situación.

Tal vez a las autoridades les resulte difícil explicar a la población tales situaciones y tales riesgos porque aún en la actualidad, se arrastra con una historia en que el discurso oficial no fue pródigo en lo referente a las explicaciones de fondo ni a la franqueza; y se desenvolvió dentro de un esquema -en momentos hasta trillado- de palabras y promesas. No en balde estuvieron en boga términos peyorativos como la demagogia y el “atole con el dedo”.

Esto podría estar así de opaco. Sin embargo, para eso están los periodistas: para coadyuvar en el análisis de los problemas que se presentan y para apoyar a las autoridades en la toma de las decisiones y las acciones acertadas. De ahí la importancia de los medios de comunicación, que tienen -y cumplen en la mayoría de los casos- con tan alta responsabilidad que llevan a cuestas. Y que es como ya dijimos, la de orientar lo más correctamente posible, el curso del acontecer histórico.

Y así, de esta manera, volvemos al punto de arranque, que es el problema en que han sido colocados nuestros gobernantes: Ante la pandemia, escoger entre lo malo y lo peor. No hay de otra.

Desde luego que se opta por lo menos peor. Y ello obviamente ha dado origen a inconformidades de parte de los sectores que se sienten afectados. Lo cual es natural, pero que como ya indicamos, seguramente tiene su explicación ante la enorme fuerza de la pandemia.

* Periodista

Ya en nuestra columna anterior, habíamos comentado sobre el tamaño y la agresividad de la pandemia del coronavirus, que como bestia infernal, no solamente está diezmando la población, sino hasta dañando las estructura económicas y sociales de casi todas las naciones del mundo.

El covid-19, tal como lo apuntamos antes, se nos presenta como un mal más grande que nosotros, muy difícil de controlar. Y como de momento no lo podemos vencer, no nos queda otro camino que defendernos de él. Y eso es lo que han estado tratando de hacer nuestras autoridades; y es ahí donde se justifican las rectificaciones que seguramente se han visto obligadas a realizar, al enfrentar una situación que no tiene precedentes.

Hablando de las estrategias que se están aplicando, recordamos que hubo momentos en que mucha gente criticaba el hecho de que se estaba haciendo más caso de proteger el aparato económico, que la vida de las personas.

Y este asunto tiene mucho de fondo, porque hasta donde se puede entender, los gobernantes enfrentaban una preocupante disyuntiva: O mantenían indefinidamente el cierre de los negocios, a fin de que los trabajadores pudieran quedarse en sus casas para evitar el contagio; o autorizaban el funcionamiento de una parte del aparato productivo, a fin de evitar la caída de la economía… aunque en alguna medida, se propiciara con ello la extensión del virus.

La primera medida parecía la más conveniente, ya que no hay nada más preciado que la vida de la gente. Sin embargo, se alcanzó a percibir el riesgo del enorme problema que podría presentarse si los trabajadores se quedaban sin empleo, y sin el ingreso necesario para el sustento de sus familias. No era tan difícil imaginar un panorama de más enfermedades, de hambre, de un declarado caos en que miles y miles de personas sin dinero, tuvieran que recurrir a acciones nada recomendables (¿violencia… saqueo?), para poder alimentarse y seguir viviendo.

Así, las cosas, no es difícil entender por qué el aparato gubernamental optó por la segunda posibilidad, que ha sido la de mantener activa la planta productiva y de servicios, aunque sea a un ritmo bajo, pero que permita evitar que el problema degenere en una doble crisis, la cual sería económica y social. Sin descartar la política, porque resultaría muy difícil gobernar a lugares en tan grave situación.

Tal vez a las autoridades les resulte difícil explicar a la población tales situaciones y tales riesgos porque aún en la actualidad, se arrastra con una historia en que el discurso oficial no fue pródigo en lo referente a las explicaciones de fondo ni a la franqueza; y se desenvolvió dentro de un esquema -en momentos hasta trillado- de palabras y promesas. No en balde estuvieron en boga términos peyorativos como la demagogia y el “atole con el dedo”.

Esto podría estar así de opaco. Sin embargo, para eso están los periodistas: para coadyuvar en el análisis de los problemas que se presentan y para apoyar a las autoridades en la toma de las decisiones y las acciones acertadas. De ahí la importancia de los medios de comunicación, que tienen -y cumplen en la mayoría de los casos- con tan alta responsabilidad que llevan a cuestas. Y que es como ya dijimos, la de orientar lo más correctamente posible, el curso del acontecer histórico.

Y así, de esta manera, volvemos al punto de arranque, que es el problema en que han sido colocados nuestros gobernantes: Ante la pandemia, escoger entre lo malo y lo peor. No hay de otra.

Desde luego que se opta por lo menos peor. Y ello obviamente ha dado origen a inconformidades de parte de los sectores que se sienten afectados. Lo cual es natural, pero que como ya indicamos, seguramente tiene su explicación ante la enorme fuerza de la pandemia.

* Periodista