En la política, la confianza es el ingrediente base, la piedra fundamental, el factor decisivo, la clave de la toma de las decisiones. Poder tener confianza en otra persona, forma vínculos fuertes, duraderos y diferenciadores entre las personas que nos rodean y con quien convivimos cotidianamente. Una mayor confianza en una relación interpersonal puede desembocar en admiración, en amor o en relaciones humanas duraderas. Todos tenemos necesidad de contar con personas de nuestra confianza en el entorno diario.
Usualmente, entregamos nuestra confianza en otro previo análisis, comparación y por decisión propia. Así, elegimos por confianza con quien platicar, con quien hacer actividades, con quien encargar nuestras cosas, cuidar nuestras pertenencias e incluso, a quien hacer compadre por si la muerte se presenta y dejar protegidos a nuestros hijos. Otras veces, confiamos en quien ya confiaron previamente nuestra familia o amigos, por recomendación. Algunas otras veces la confianza lleva un riesgo, cierto temor y mucha necesidad de resolver un tema. Así, elegimos mecánicos, lugares donde comer, escuelas, hospitales, estéticas y múltiples actividades donde es necesario entregar las llaves del carro, dejar en reparación algún objeto sin recibo de por medio, asociarte en un negocio o incluso con quien casarte o hacer amistades.
Trasladando el juego electoral al terreno de la confianza, la gran mayoría de los electores, incapaces de conocer a fondo las capacidades, talentos, principios, valores y personalidad de los candidatos y de sus gobernantes, requieren elegir en base al olfato, a la intuición, a las referencias, la reputación y la fama pública de candidatos, partidos políticos, adversarios y aliados. Con esa información en diversas mezclas, entre conocimiento, intuición, percepción y otros más, ponderamos entre la multitud de aspirantes y vamos depurando nuestros favoritos, para apoyarlos e incluso para defenderlos, sin apenas darnos cuenta de que confiamos sin comprobación anterior, entregando nuestro apoyo, nuestra atención y nuestro esfuerzo a personas que cumplieron nuestra expectativa pero que no sabemos si sabrán responder a la confianza otorgada o si de plano seremos engañados por nuestra mente, nuestra percepción y nuestros deseos, muchas veces alejados de la realidad y del valor ponderado de un candidato a cargo de elección popular o de un alto funcionario de gobierno.
En México, confiamos y confiamos de más. Confiamos en los españoles y nos revolcaron y transculturalizaron; confiamos en los políticos de antes y nos engañaron, nos defraudaron; confiamos en la necesidad de cambiar democráticamente y hemos logrado tres transiciones electorales que nos han dejado en donde mismo, sin cambio de régimen ni actualización del sistema político mexicano. Hoy los mexicanos necesitamos en quien confiar y se nos acaban las opciones. Los candidatos presidenciales representan otra comalada más a la estufa, pero con los mismos ingredientes y sabor parecido, casi imperceptible.
Hasta ahora, cada sexenio hemos depositado nuestra confianza y de retorno nos hemos quedado decepcionados, frustrados y arrepentidos. Lo que nos conviene ahora es confiar con reservas, exigir resultados, cuestionar el desempeño, verificar que nos cumplan y si no, levantar la voz y remover justificadamente la confianza para poder volverla a entregar a alguien que se la merezca y que sirva de algo confiar y actuar por él. La confianza en exceso es destructiva y corrompe el comportamiento de los políticos, pero hay que valorarla, resguardarla y no regalarla porque a nadie sirve. Confía en quien valga la pena, en quien se lo merezca.
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