/ viernes 12 de junio de 2020

Ciudad industrial y exclusión

La ciudad industrial como modelo del acceso al consumo y al confort para las familias proletarias, es una circunstancia relativa. La inevitable lucha de clases nos permite suponer a la democracia como una expresión moderna en la búsqueda de la igualdad jurídica, como principio para el alcance de otros anhelos. Pero al final subyace la distancia entre un sector reducido propietario de la riqueza generada en el capitalismo galopante frente a las mayorías trabajadoras y, no obstante, detentoras de la fuerza generadora de la riqueza en la fábrica, el comercio, el consumo e inevitablemente, la legitimación política, entiéndase electoral, del régimen excluyente y reproductor de los abismos sociales.

Así fue que la Revolución Francesa llegó tarde a México, de 1789 a 1824 como República Mexicana y con una Constitución liberal, pero cuyos ajustes se darían hasta la aparición de las ciudades modernas apenas en la segunda mitad del Siglo XX, y ello gracias a la necesidad del mercado emergente de la post guerra que le permitió a México, a partir de 1950, acentuar en sus ciudades esos factores modernos importados principalmente del modelo de ciudad americana.

Así Guadalajara, Monterrey y Ciudad de México crecerían exponencialmente en satisfactores hoy convertidos en un problema creciente al no haber advertido la necesaria contención de su propio crecimiento para la diversificación de los mismos.

Por ello encontramos en Guadalajara variables vergonzantes de esa errónea planeación en un país capitalista dependiente y subdesarrollado.

En Guadalajara el referente histórico inicia desde la aparición de sectores habitacionales para el proletariado, hoy denominados Reforma y Libertad y territoriales de las clases dominantes fundacionales al poniente en los hoy denominados sectores Juárez e Hidalgo. De ahí la acuñación de expresiones coloquiales de “quien vive arriba de la Calzada”, es decir, en la parte oriente donde se asentaron los nativos cascanes o de aquel lado poniente donde se asentaron principalmente criollos y peninsulares.

Hoy, esa idea de la diferenciación de clases subsiste, a tal grado de parecernos habitual el semi exclavismo practicado por algunas personas en la cultura rancia y de la vieja aristocracia con prácticas semi exclavistas, donde la trabajadora doméstica suele permanecer en la vivienda nuclear de la familia contratante, aún cuando sólo se le permita como descanso los domingos y pernocte en el espacio confinado como “del servicio”, que aún se proyecta en la arquitectura con una visión pequeño burguesa.

Algunos espacios públicos se han llevado al extremo de ser denominados, peyorativamente con una obvia discriminación para quienes han hecho, del espacio público, un solaz para el descanso y la convivenvia, como el parque Rubén Darío que llegó a ser conocido por los habitantes de esa zona de la colonia Providencia como el de “las gatas”, para referirse a las trabajadoras domésticas de origen indígena que ahí conviven con otras de su gremio.

Sin embargo, un espacio de mayor desigualdad persistente en Guadalajara lo es, sin duda, el transporte público hasta ahora insuficiente, peligroso, ineficiente, caro y tecnológicamente anacrónico; al cual, como un factor de inclusión le faltaría poner a funcionar la Línea 3 y 4 del Tren Ligero al mismo tiempo de un nuevo sistema de rutas ortogonales y sobre todo banquetas para recuperar la caminata como el principal medio de transporte masivo de esta ciudad donde se concentran más de 5 millones de mexicanos.

carlosm_orozco@hotmail.com

La ciudad industrial como modelo del acceso al consumo y al confort para las familias proletarias, es una circunstancia relativa. La inevitable lucha de clases nos permite suponer a la democracia como una expresión moderna en la búsqueda de la igualdad jurídica, como principio para el alcance de otros anhelos. Pero al final subyace la distancia entre un sector reducido propietario de la riqueza generada en el capitalismo galopante frente a las mayorías trabajadoras y, no obstante, detentoras de la fuerza generadora de la riqueza en la fábrica, el comercio, el consumo e inevitablemente, la legitimación política, entiéndase electoral, del régimen excluyente y reproductor de los abismos sociales.

Así fue que la Revolución Francesa llegó tarde a México, de 1789 a 1824 como República Mexicana y con una Constitución liberal, pero cuyos ajustes se darían hasta la aparición de las ciudades modernas apenas en la segunda mitad del Siglo XX, y ello gracias a la necesidad del mercado emergente de la post guerra que le permitió a México, a partir de 1950, acentuar en sus ciudades esos factores modernos importados principalmente del modelo de ciudad americana.

Así Guadalajara, Monterrey y Ciudad de México crecerían exponencialmente en satisfactores hoy convertidos en un problema creciente al no haber advertido la necesaria contención de su propio crecimiento para la diversificación de los mismos.

Por ello encontramos en Guadalajara variables vergonzantes de esa errónea planeación en un país capitalista dependiente y subdesarrollado.

En Guadalajara el referente histórico inicia desde la aparición de sectores habitacionales para el proletariado, hoy denominados Reforma y Libertad y territoriales de las clases dominantes fundacionales al poniente en los hoy denominados sectores Juárez e Hidalgo. De ahí la acuñación de expresiones coloquiales de “quien vive arriba de la Calzada”, es decir, en la parte oriente donde se asentaron los nativos cascanes o de aquel lado poniente donde se asentaron principalmente criollos y peninsulares.

Hoy, esa idea de la diferenciación de clases subsiste, a tal grado de parecernos habitual el semi exclavismo practicado por algunas personas en la cultura rancia y de la vieja aristocracia con prácticas semi exclavistas, donde la trabajadora doméstica suele permanecer en la vivienda nuclear de la familia contratante, aún cuando sólo se le permita como descanso los domingos y pernocte en el espacio confinado como “del servicio”, que aún se proyecta en la arquitectura con una visión pequeño burguesa.

Algunos espacios públicos se han llevado al extremo de ser denominados, peyorativamente con una obvia discriminación para quienes han hecho, del espacio público, un solaz para el descanso y la convivenvia, como el parque Rubén Darío que llegó a ser conocido por los habitantes de esa zona de la colonia Providencia como el de “las gatas”, para referirse a las trabajadoras domésticas de origen indígena que ahí conviven con otras de su gremio.

Sin embargo, un espacio de mayor desigualdad persistente en Guadalajara lo es, sin duda, el transporte público hasta ahora insuficiente, peligroso, ineficiente, caro y tecnológicamente anacrónico; al cual, como un factor de inclusión le faltaría poner a funcionar la Línea 3 y 4 del Tren Ligero al mismo tiempo de un nuevo sistema de rutas ortogonales y sobre todo banquetas para recuperar la caminata como el principal medio de transporte masivo de esta ciudad donde se concentran más de 5 millones de mexicanos.

carlosm_orozco@hotmail.com