/ jueves 1 de julio de 2021

Castigo popular. Juicio a los ex presidentes

Los mexicanos tenemos mucho que hacer para contribuir a la construcción de una patria más grande, prospera, armónica, incluyente, justa, equitativa, socialmente responsable y democráticamente gobernada.

Durante décadas, gran porcentaje de los mexicanos esperaban la caída de un régimen post revolucionario que el PRI sostuvo a través de varias generaciones. Se avanzó sin duda en construcción de instituciones, en el desarrollo de un sistema de gobierno que funcionó y fue redituable por toda una época. Lo cuestionable de ello, fue la corrupción y el alejamiento de los burócratas dorados de las necesidades, por su insensibilidad social, por su falta de compromiso, por la ausencia de ética, generando el inicio de la impunidad, del hartazgo social, del reproche de la sociedad que cuestiona y recrimina a sus políticos la riqueza que ostentaron y ostentan.

Pese a ello, nuestra sociedad fue construyendo una conciencia cívica, partiendo de lo que detestaba, abriendo los ojos despacio, pero inculcando un voto de castigo y acciones de desobediencia civil pacifica que se tradujeron en voto oculto, en voto de castigo y con la culminación de la racha invicta del priismo en el año 2000, cuando Vicente Fox y el PAN arribaron al poder. Esa transición democrática generó expectativa triunfal de que se acabaría la corrupción, de que México estaría mejor gobernado, que el dinero público sería mejor utilizado, sin despilfarros, con ahorros, con eficacia y eficiencia. El vuelo y la emoción alcanzaron para hilvanar un segundo gobierno panista en la nación: el de Felipe Calderón. A su llegada se pensó que iríamos por un gobierno serio, sereno, planeado, calificado. La historia registra que su lucha contra el narcotráfico produjo oleadas de violencia que continúan hasta nuestros días y cada vez son más violentas.

Volvió el PRI. Extrañado por la gente. Se creía que habían aprendido la lección. Que después de probar la opción azul, la tricolor debería regresar para ofrecerle a México experiencia, madurez, funcionarios profesionales, bien calificados. La realidad es que sólo una fracción del PRI se brindó el gobierno: Los mexiquenses, del grupo Atlacomulco, repartieron espacios, posiciones, cargos y privilegios… y así fue como, Enrique Peña Nieto que llegó por aclamación, alcanzo durante el periodo de su sexenio el desastroso peor registro de aprobación presidencial medido durante la historia del México contemporáneo. El castigo popular derivó en una nueva transición democrática, tan pacifica como necesaria, virando esta vez hacia la izquierda. La búsqueda insatisfecha de buenos gobernantes obligó a voltear a ver a Morena. Una opción incierta, un partido de reciente creación, cargado de resabios, de amarguras, de derrotas previas consistentes, que encajo con el malestar popular con discursos demagógicos, que convirtieron el coraje y la decepción de los electores en un triunfo categórico para Andrés Manuel López Obrador, producto de los vicios ajenos más que de las virtudes propias.

Y aquí estamos ahora: juzgando hacia atrás a nuestros expresidentes, cuando en simultaneo ya estamos juzgando al presidente en funciones. Esa fue la enseñanza de nuestra frustrada travesía en la que buscábamos y seguimos buscando a un presidente que nos cumpla las expectativas. Ahora, el actual, responde y enorgullece a sus correligionarios, la mayoría de ellos, resentidos del pasado, oportunistas pro gobiernistas sin lealtad duradera y/o beneficiarios de la nomina, miembros de una nueva burocracia de oro, a los que se les perdona todo y se les exige nada. La lección es que en México somos lentos, tardados y cobramos facturas políticas desfasados y a destiempo, pero acabamos por hacerlo, en el momento menos pensado. Antes como ahora. Ahora, como siempre.

www.inteligenciapolitica.org

Los mexicanos tenemos mucho que hacer para contribuir a la construcción de una patria más grande, prospera, armónica, incluyente, justa, equitativa, socialmente responsable y democráticamente gobernada.

Durante décadas, gran porcentaje de los mexicanos esperaban la caída de un régimen post revolucionario que el PRI sostuvo a través de varias generaciones. Se avanzó sin duda en construcción de instituciones, en el desarrollo de un sistema de gobierno que funcionó y fue redituable por toda una época. Lo cuestionable de ello, fue la corrupción y el alejamiento de los burócratas dorados de las necesidades, por su insensibilidad social, por su falta de compromiso, por la ausencia de ética, generando el inicio de la impunidad, del hartazgo social, del reproche de la sociedad que cuestiona y recrimina a sus políticos la riqueza que ostentaron y ostentan.

Pese a ello, nuestra sociedad fue construyendo una conciencia cívica, partiendo de lo que detestaba, abriendo los ojos despacio, pero inculcando un voto de castigo y acciones de desobediencia civil pacifica que se tradujeron en voto oculto, en voto de castigo y con la culminación de la racha invicta del priismo en el año 2000, cuando Vicente Fox y el PAN arribaron al poder. Esa transición democrática generó expectativa triunfal de que se acabaría la corrupción, de que México estaría mejor gobernado, que el dinero público sería mejor utilizado, sin despilfarros, con ahorros, con eficacia y eficiencia. El vuelo y la emoción alcanzaron para hilvanar un segundo gobierno panista en la nación: el de Felipe Calderón. A su llegada se pensó que iríamos por un gobierno serio, sereno, planeado, calificado. La historia registra que su lucha contra el narcotráfico produjo oleadas de violencia que continúan hasta nuestros días y cada vez son más violentas.

Volvió el PRI. Extrañado por la gente. Se creía que habían aprendido la lección. Que después de probar la opción azul, la tricolor debería regresar para ofrecerle a México experiencia, madurez, funcionarios profesionales, bien calificados. La realidad es que sólo una fracción del PRI se brindó el gobierno: Los mexiquenses, del grupo Atlacomulco, repartieron espacios, posiciones, cargos y privilegios… y así fue como, Enrique Peña Nieto que llegó por aclamación, alcanzo durante el periodo de su sexenio el desastroso peor registro de aprobación presidencial medido durante la historia del México contemporáneo. El castigo popular derivó en una nueva transición democrática, tan pacifica como necesaria, virando esta vez hacia la izquierda. La búsqueda insatisfecha de buenos gobernantes obligó a voltear a ver a Morena. Una opción incierta, un partido de reciente creación, cargado de resabios, de amarguras, de derrotas previas consistentes, que encajo con el malestar popular con discursos demagógicos, que convirtieron el coraje y la decepción de los electores en un triunfo categórico para Andrés Manuel López Obrador, producto de los vicios ajenos más que de las virtudes propias.

Y aquí estamos ahora: juzgando hacia atrás a nuestros expresidentes, cuando en simultaneo ya estamos juzgando al presidente en funciones. Esa fue la enseñanza de nuestra frustrada travesía en la que buscábamos y seguimos buscando a un presidente que nos cumpla las expectativas. Ahora, el actual, responde y enorgullece a sus correligionarios, la mayoría de ellos, resentidos del pasado, oportunistas pro gobiernistas sin lealtad duradera y/o beneficiarios de la nomina, miembros de una nueva burocracia de oro, a los que se les perdona todo y se les exige nada. La lección es que en México somos lentos, tardados y cobramos facturas políticas desfasados y a destiempo, pero acabamos por hacerlo, en el momento menos pensado. Antes como ahora. Ahora, como siempre.

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