/ viernes 24 de abril de 2020

22 de abril, aquel fatídico día

No pretendo ser alarmista del pasado, sino de la impactante realidad de quienes vivimos aquel 22 de abril de 1992, todas las horas y minutos intensos, ese y los siguientes días y semanas y, probablemente años que nos marcaron como vecinos, ciudadanos, universitarios o funcionarios públicos.

Coincidentemente, en mi carácter de Director de Eventos Oficiales del Gobierno del Estado, bajo la gestión de Guillermo Cosío Vidaurri, me encontraba en la Avenida 16 de septiembre a unos cuantos metros de la calle de Gante y del barrio de Analco, muy conocido para mí por haber nacido en el barrio más antiguo de Guadalajara y la primera parroquia ungida como Catedral, San Sebastián de Analco. Barrio donde además de haber nacido y compartido con todos mis primos y tíos, estudié hasta la secundaria en un edificio hoy conocido por su valor patrimonial: El Patio de los Ángeles.

Aquella mañana del 22 de abril me encontraba supervisando la instalación protocolaria para celebrar el desfile anual del 1° de mayo. El estruendo fue tal, que inmediatamente recibí una llamada en el radio portátil –aún no había celulares-, del Secretario de Administración Carlos Guerra Koerdell con todas las interrogantes del hombre fuerte del Gobierno del Estado; y luego las órdenes de ingresar de inmediato al epicentro de la explosión para hacer un balance del desastre, y así lo hice casi en solitario.

Las escenas de las que fui, inevitablemente, el primer testigo oficial, se pueden reconocer hoy en esas fotos de escenas dantescas de cuadras bombardeadas desde la antigua Central Camionera, hasta la Avenida Marcelino García Barragán.

No obstante haberse convertido en el epicentro del desastre, el barrio de Analco, lo cierto es que hubo otras explosiones colaterales en la propia Calzada Independencia cuya magnitud atestigüé cuando encontré un camión de transporte colectivo llantas para arriba, y aun cuando en las calles más siniestradas volaron casas completas, subieron automóviles a las azoteas y se podría suponer la mortandad incalculable.

Después de recibir el recuento de los daños, el Secretario de Administración me dio las primeras instrucciones ante las consecuencias que teníamos. Comprar el mayor número de picos y palas disponibles en las ferreterías de la Calzada Independencia y frente a la inexistencia de la hoy Dirección de Protección Civil.

Los bomberos bajo la coordinación del Mayor Trinidad López Rivas, los cuerpos policiacos municipales y, por supuesto, todas las instituciones y ambulancias disponibles de las cruces roja, verde, ámbar y los vehículos útiles, sirvieron para trasladar a los cientos de heridos, preámbulo de la otra misión siniestra de la que fui protagonista. Al instalar un espacio forense en la cancha de básquet bol del CODE Jalisco en Avenida Alcalde donde se colocaron, luego de levantar la duela del recinto, los cuerpos de las más de 200 víctimas fallecidas y decenas de ventiladores para evitar el olor de la descomposición y ante la inexistencia de una institución como la de Ciencias Forenses que hoy tenemos. Es decir, el conocido entonces como “Anfiteatro” del Hospital Civil y el Departamento de Medicina Legal de la Procuraduría de Justicia del Estado, fueron rebasados en aquella fecha que nos convocó a los jaliscienses a crear varias instituciones y una nueva cultura de la Protección Civil.

También nacieron liderazgos como el de la estudiante y luego Diputada Federal y Local Mara Robles o los cineastas Miguel Rico, Rubén Navarro y Humberto Ortíz, profesores de fotografía y video de la Universidad de Guadalajara que captaron las primeras imágenes de aquella tragedia.

Académico del CUAAD de la Universidad de Guadalajara

carlosm_orozco@hotmail.com

No pretendo ser alarmista del pasado, sino de la impactante realidad de quienes vivimos aquel 22 de abril de 1992, todas las horas y minutos intensos, ese y los siguientes días y semanas y, probablemente años que nos marcaron como vecinos, ciudadanos, universitarios o funcionarios públicos.

Coincidentemente, en mi carácter de Director de Eventos Oficiales del Gobierno del Estado, bajo la gestión de Guillermo Cosío Vidaurri, me encontraba en la Avenida 16 de septiembre a unos cuantos metros de la calle de Gante y del barrio de Analco, muy conocido para mí por haber nacido en el barrio más antiguo de Guadalajara y la primera parroquia ungida como Catedral, San Sebastián de Analco. Barrio donde además de haber nacido y compartido con todos mis primos y tíos, estudié hasta la secundaria en un edificio hoy conocido por su valor patrimonial: El Patio de los Ángeles.

Aquella mañana del 22 de abril me encontraba supervisando la instalación protocolaria para celebrar el desfile anual del 1° de mayo. El estruendo fue tal, que inmediatamente recibí una llamada en el radio portátil –aún no había celulares-, del Secretario de Administración Carlos Guerra Koerdell con todas las interrogantes del hombre fuerte del Gobierno del Estado; y luego las órdenes de ingresar de inmediato al epicentro de la explosión para hacer un balance del desastre, y así lo hice casi en solitario.

Las escenas de las que fui, inevitablemente, el primer testigo oficial, se pueden reconocer hoy en esas fotos de escenas dantescas de cuadras bombardeadas desde la antigua Central Camionera, hasta la Avenida Marcelino García Barragán.

No obstante haberse convertido en el epicentro del desastre, el barrio de Analco, lo cierto es que hubo otras explosiones colaterales en la propia Calzada Independencia cuya magnitud atestigüé cuando encontré un camión de transporte colectivo llantas para arriba, y aun cuando en las calles más siniestradas volaron casas completas, subieron automóviles a las azoteas y se podría suponer la mortandad incalculable.

Después de recibir el recuento de los daños, el Secretario de Administración me dio las primeras instrucciones ante las consecuencias que teníamos. Comprar el mayor número de picos y palas disponibles en las ferreterías de la Calzada Independencia y frente a la inexistencia de la hoy Dirección de Protección Civil.

Los bomberos bajo la coordinación del Mayor Trinidad López Rivas, los cuerpos policiacos municipales y, por supuesto, todas las instituciones y ambulancias disponibles de las cruces roja, verde, ámbar y los vehículos útiles, sirvieron para trasladar a los cientos de heridos, preámbulo de la otra misión siniestra de la que fui protagonista. Al instalar un espacio forense en la cancha de básquet bol del CODE Jalisco en Avenida Alcalde donde se colocaron, luego de levantar la duela del recinto, los cuerpos de las más de 200 víctimas fallecidas y decenas de ventiladores para evitar el olor de la descomposición y ante la inexistencia de una institución como la de Ciencias Forenses que hoy tenemos. Es decir, el conocido entonces como “Anfiteatro” del Hospital Civil y el Departamento de Medicina Legal de la Procuraduría de Justicia del Estado, fueron rebasados en aquella fecha que nos convocó a los jaliscienses a crear varias instituciones y una nueva cultura de la Protección Civil.

También nacieron liderazgos como el de la estudiante y luego Diputada Federal y Local Mara Robles o los cineastas Miguel Rico, Rubén Navarro y Humberto Ortíz, profesores de fotografía y video de la Universidad de Guadalajara que captaron las primeras imágenes de aquella tragedia.

Académico del CUAAD de la Universidad de Guadalajara

carlosm_orozco@hotmail.com